Salud mental

Padres de adolescentes que sufren violencia machista: "No entiendes cómo tu hija no ve que su novio es violento"

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Can Ros, escuela terapéutica para jóvenes con adicciones

Can Ros, escuela terapéutica para jóvenes con adicciones / ELISENDA PONS

Beatriz Pérez

Beatriz Pérez

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Las principales víctimas de la violencia machista son las mujeres, así como sus hijos e hijas. Pero la violencia de género es una onda expansiva y fatal que golpea a más personas, entre ellas, a madres y padres de quienes la sufren. Ellos, los progenitores, son víctimas indirectas de este mal ante el que muchas veces asisten con impotencia y sin saber cómo ayudar.

"No tienes explicación. No entiendes cómo tu hija no ve las cosas que tú sí. ¿Cómo, teniendo tanto carácter, no se da cuenta de que su novio es violento, que la está manipulando, que está jugando con ella?". Quien habla es David, padre de Sara, una joven de 20 años que sufrió violencia machista. Tanto él como Berta, la madre, explican con dolor la historia de la hija, que es también su historia. Todos los nombres utilizados en este reportaje son ficticios, con el objetivo de preservar la intimidad de las personas involucradas. Pero la historia es real.

Sara, que ahora tiene 20 años, ingresó en un centro terapéutico tras tres años de una relación tóxica que acabó en una paliza

Hace unos meses que Sara ingresó en Can Ros, una escuela terapéutica de la entidad Amalgama7 que, ubicada entre las montañas de Aiguamúrcia (Tarragona), ofrece atención educativa, clínica y social a niños, adolescentes y adultos jóvenes con problemas de conducta. La relación tóxica que durante un par de años vivió Sara fue lo que motivó su ingreso en el centro. "Su novio ya la había golpeado anteriormente. Pero un día la encerró en casa. Los vecinos escucharon los gritos, llamaron a los Mossos, que tiraron la puerta abajo, y se la llevaron. Ella denunció y él tiene ahora una orden de alejamiento", cuenta David.

Adolescencias difíciles

A Sara no le ocurrió "nada en concreto" para acabar teniendo una adolescencia que, en un momento dado, se torció. La madre relata que la joven nunca llevó bien la autoridad y que, en primero de la ESO, comenzó a sentirse poco aceptada por los compañeros de su clase. Sentía que no encajaba. "Así fue cómo comenzó a ir con gente muy chunga, con la que se sentía protegida. Se ganó así el respeto de los demás, que pasaron a tenerle miedo. Y aquí empezó la espiral", cuenta Berta.

"Como madre le dije que no podía dejarle volver con esa persona pero después de un tiempo ella regresó"

Al cumplir 17 años inició una relación "muy tóxica" con un joven que acabó en violencia. Los profesionales de Can Ros tratan a muchos jóvenes con hipersexualidad, un fenómeno que no solo engloba la adicción al sexo, sino también las prácticas de riesgo, las agresiones sexuales y las relaciones insanas como la de Sara. La paliza que acabó con una orden de alejamiento de él ("y que estuvo a punto de matarla", precisa el padre) fue la gota que colmó el vaso. Antes hubo dos años de miedo en que los padres de Sara veían solamente aquello que ella les dejaba ver.

"Yo siempre estuve muy unida a mi hija –dice la madre–, siempre me lo contaba todo. Pero llegó un punto en que no me lo explicaba todo al 100%, aunque yo veía cosas y le decía que tenía que dejarlo". Un día Sara le contó a su madre que a él "se le había ido mucho la olla" y que la había pegado en la cocina. "Me lo dijo un día cenando y quise ir a la policía a denunciar. Pero ella le defendió y me dijo que no, que no le había hecho nada. Yo lo vivía todo con mucha impotencia", prosigue Berta. "Como madre le dije que no podía dejarle volver con esa persona".

Orden de alejamiento

Sara estuvo un tiempo sin verlo, pero luego volvió con él. Berta le advirtió de que el golpe de aquel día en la cocina no sería solo una vez, que se repetiría. Cosa que sucedió. El último episodio fue el de la paliza. Aunque no ingresó en Can Ros por eso. A raíz del suceso se activó la orden de alejamiento y fue entonces cuando Sara, cuenta la madre, "entró en un bucle de dependencia" con este chico al que no podía ver. "Comenzó a beber hasta la enésima potencia, sin control. Y eso la condujo a un episodio muy agresivo conmigo. Nosotras estamos muy unidas y eso la hizo recapacitar", explica Berta.

Poco después, Sara ingresó en Can Ros. No tiene contacto con su exnovio y agresor pero, según la madre, reconoce que aún piensa en él y que sueña con que vuelven. "Este tipo de relaciones crean una dependencia emocional muy grande. Su mejor amigo es él. No era agresivo siempre con ella. Si ella hacía algo fuera de la norma, él la recogía, la aceptaba. Se explicaban todo. Tienen un vínculo emocional muy grande", relata la madre. "Tan grande que es simbiótico. Ella lo ve, pero en el fondo lo consiente", añade con pesar.

La familia acabó mudándose de municipio para alejar a su hija de su agresor

La familia, que vivía en la provincia de Barcelona, acabó mudándose de municipio por esta historia. "Lo vives muy mal porque ves lo que pasa y no puedes hacer nada. Le das consejos, nos vamos incluso a vivir a otro lugar... Y vuelven", dice Berta.

Pero la familia de Sara sabe que se recuperará y que habrá un día en que le darán el alta en Can Ros. El centro organizó a finales de noviembre una jornada para celebrar las altas de los jóvenes que, con problemas similares a los de Sara, han logrado salir adelante. Los profesionales recuerdan que recuperarse es posible pero hay que dejarse ayudar.

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