Transición polémica

Adiós a Trapero: ¿Intereses políticos, purga interna o relevo natural?

Tras su destitución, han sido apartados mandos afines al mayor y también el intendente Toni Rodríguez, una decisión que ha ensombrecido el recambio

Trapero veta a los mossos el uso de la fuerza para impedir el referéndum

Trapero veta a los mossos el uso de la fuerza para impedir el referéndum

Guillem Sánchez

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¿Por qué el Govern ha destituido a Josep Lluís Trapero? El ‘conseller’ de Interior, Joan Ignasi Elena, seis meses después de ratificar al mayor, defendió con esmero en la rueda de prensa del pasado lunes que se trata de un simple relevo generacional al timón de una policía que afronta nuevos retos: la feminización del cuerpo, la asunción de un modelo policial más próximo al territorio y al ciudadano y el combate de graves amenazas como la ciberdelincuencia o la floreciente mafia de la marihuana.

“¿Y hasta ahora qué hemos estado haciendo exactamente?”, se pregunta irónicamente un mando cercano al mayor que evidencia que llevan años trabajando en las mismas prioridades que Elena presentó como novedosas. Las explicaciones del 'conseller', que el lunes evitó a toda costa aclarar por qué considera que Trapero no era “adecuado” para seguir al frente de los Mossos, no han convencido y la sospecha de que a ERC no quería a Trapero se ha impuesto. Aclarado esto, la pregunta es por qué no lo quería.

Fuentes de la Conselleria afirmaron a este diario, lejos de los micrófonos, que lo que había motivado el desencuentro entre Trapero y el Govern era que el mayor se había 'bunquerizado' en la prefectura del cuerpo, adueñándose de los Mossos e interpretando como injerencias no tolerables las instrucciones políticas que legítimamente corresponden a los representantes de los ciudadanos, es decir, ahora a ERC. En sentido contrario, fuentes del entorno de Trapero sostienen que en realidad lo que molestaba a los políticos era que su 'bunquerización' les dejaba sin información sobre qué investigaciones criminales están en marcha y, en consecuencia, sin saber sobre quién tienen la lupa los investigadores de los Mossos.

En este cruce submarino de acusaciones, que la nueva cúpula de los Mossos –Josep Maria Estela, Eduard Sallent y Rosa Bosch– haya sumado a la previsible decisión de apartar a mandos de la confianza de Trapero –como Miquel Esquius o Joan Carles Molinero– la inesperada destitución del intendente Toni Rodríguez como máximo responsable de la Comisaría General de Investigación Criminal (CGIC) ha añadido confusión. No solo porque Rodríguez es el mayor experto en retos que Elena destacó el lunes como prioritarios para el cuerpo –como la lucha contra el crimen organizado de la marihuana, sin ir más lejos– sino porque este policía fue, por ejemplo, quien ordenó la instrucción del caso contra la presidenta del Parlament, Laura Borràs, por fraccionar contratos públicos, o quien siguió el rastro interno de un agente de los Mossos que hizo de escolta para Carles Puigdemont y acabó de asesor para Miquel Buch. La expulsión del intendente de la CGIC, muy afín al mayor, ha acrecentado además la sensación ambiental en el cuerpo policial de purga en la cúspide de partidarios de Trapero. La cosa viene de lejos.

El baile de los mandos

En junio de 2019, Eduard Sallent, un comisario recién licenciado, fue nombrado por sorpresa nuevo jefe de los Mossos en substitución de Miquel Esquius, cuya regencia no alcanzó los diez meses. Esquius, a su vez, había cogido el relevo de Ferran López, en una cambio que se interpretó solo como una maniobra para deshacerse del último rastro de la intervención estatal del artículo 155 que había expulsado a Trapero en octubre de 2017, cuando ya se había convertido en el personaje más referencial de los Mossos. Se interpretó así porque López había sido el elegido por el Ministerio de Interior y, a pesar de que la asunción de aquel encargo eliminó una alternativa más dura –poner a un policía nacional o a un guardia civil al frente de los Mossos–, el Govern de Quim Torra vio a López de otra manera, como el designado por el Estado. Salvo el de Esquius por Sallent, el resto del baile de jefes al frente del cuerpo, se debían directa o indirectamente a la intervención estatal.

Sallent se presentó como una apuesta renovadora. Y los argumentos que entonces esgrimió Miquel Buch para defenderla fueron los mismos que Elena ha usado esta semana. Y como Elena, tampoco Buch quiso decir por qué Esquius no era el adecuado para afrontar los nuevos retos que habían hecho necesario el recambio y varios comisarios interpretaron que Sallent había pasado por encima del resto de candidatos por su cercanía ideológica a Junts: afloró su pasado de universitario independentista y se le señaló como el indicado por David Madí. Meses después, este diario publicó una conversación privada de Madí con el secretario general de Interior, Brauli Duart, grabada por la Guardia Civil, en la que Madí se jactaba de la influencia que tenía todavía sobre una ‘conselleria’ que no pisaba desde hacía veinte años. Sallent estuvo en el cargo hasta noviembre de 2020, un año y medio durante el que dejó de ser percibido como un comisario político al servicio de un Govern independentista sobre todo por la estrecha colaboración que bajo su mando los Mossos mantuvieron con la Policía Nacional y la Guardia Civil en la contención de las violentas protestas de octubre de 2019 por la sentencia contra los líderes del procés.

Cuando Sallent se hizo cargo del cuerpo, situó a Josep Maria Estela –actual jefe de los Mossos– al frente de la región policial de Tarragona y se rodeó de Cristina Manresa y de Ferran López. A Molinero, que había completado la cúpula de Trapero junto a López, le encargó hacerse cargo de la comisaría especializada en seguridad vial. Y Esquius se marcó a la región de los Pirineos, por propio deseo. Hubo más cambios, pero no llamaron la atención. Sallent, además, defendió públicamente a Trapero e incluso abandonó bruscamente un acto de la Guardia Civil en Sant Andreu de la Barca porque consideró inaceptable que se insinuara que Trapero sería condenado. Sin embargo, la relación entre Sallent y Trapero, que en ese instante estaba arrinconado, bajo la espada de Damocles judicial y sin funciones operativas, era de desconfianza.

El regreso de Trapero

En octubre de 2020, otra vez el mes de octubre, el mayor logró una absolución contundente en la Audiencia Nacional por su actuación al frente de los Mossos durante el referéndum secesionista del 1-O. Al frente de la Conselleria estaba en esa época Miquel Sàmper, que pocas semanas después del fallo judicial, en una decisión que tomó tras consultar a Puigdemont, ofreció de nuevo a Trapero regresar al lugar del que había sido expulsado por el gobierno de Mariano Rajoy. Aparcadas quedaron las urgencias de renovación del cuerpo argüidas por Junts al presentar a Sallent como el idóneo para afrontar los nuevos horizontes –ciberdelincuencia, marihuana, violencia sexual…–. Lo prioritario era restituir a Trapero por la fuerza simbólica del gesto.

Trapero puso una condición para volver: recuperar a su vieja guardia. Esquius volvió de los Pirineos, Molinero dejó su labor con los accidentes de tráfico y ambos se unieron a López para conformar un segundo núcleo junto al mayor, el mismo que gobernaba en otoño de 2017. A Sallent, Trapero no lo quiso en su equipo de mando y, a petición de este, lo hizo responsable de la región policial metropolitana sur. A Cristina Manresa, la número 2 de Sallent que se había ausentado durante los previsibles disturbios postsentencia para irse de vacaciones a China, tampoco. A Manresa, Trapero la envió a dirigir la región de las comarcas centrales.

El búnquer

El mayor, sin embargo, no era el mismo. Tres años de calvario judicial y personal lo habían convertido en alguien que no confiaba en los políticos. Con Sàmper, a pesar de todo, se había llevado bien. Pero la relación entre ambos había puenteado al director Pere Ferrer, cuya situación, paradójicamente, cambió con la llegada de ERC a Interior. Ferrer sobrevivió al desembarco de la formación de Pere Aragonès en un departamento de Interior que fraguó con una curiosa mezcla: Elena, un ‘conseller’ con pasado en el PSC, Oriol Amorós, un secretario general de Esquerra, y Pere Ferrer, un director general de Junts.

Ninguno de los tres quería a Trapero. Ferrer no se llevaba bien con él porque Trapero y Sámper lo habían ninguneado y Elena y Amorós vieron enseguida que Trapero no les hacia caso. El despido de Trapero comenzó a gestarse desde que Elena tomó el poder. A pesar de que en un encuentro con los periodistas al estrenar el cargo, el ‘conseller’ ratificó a Trapero. Palabras vacías que solo sirvieron para dar titulares. Elena comunicó este lunes al mayor que ya no contaba con él. La mayoría de los comisarios consultados por este diario, aunque critican cómo se ha gestionado su adiós y detectan intenciones políticas, aceptan como algo natural que el nuevo Govern haya decidido cambiar de jefe de los Mossos. Y también defienden la talla del nuevo equipo que encabezan Estela, Sallent y Bosch. Sin embargo no comprenden, como tampoco lo hacen el resto de agentes cuestionados al respecto, por qué Rodríguez ha sido apartado de la CGIC, una decisión que ha incentivado la percepción de que las ganas de borrar la huella de Trapero han ido demasiado lejos y de que, dada la experiencia de Rodríguez, así se pierde talento en un área crucial para la seguridad.

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