hacia la "nueva normalidad"
El comercio chino reabre tras ser el primero en cerrar por el coronavirus
Los cierres precipitados alertaron de la gravedad de la pandemia mientras su resurgir indica que lo peor ya ha quedado atrás
El blindaje acristalado sobre el cajero, un leve olor de desinfectante y las innegociables mascarillas del personal y clientes perfilan la nueva normalidad del supermercado Yangkuan, pionero en el barcelonés paseo de Sant Joan. Xipeng Yang, hijo de uno de los socios, orienta a un comprador en la oceánica sección de salsas de sojas. "Solo abrimos tras conseguir el material suficiente para la seguridad. Placas divisorias, guantes, gel, mascarillas… Aquí era imposible encontrarlo, tuvimos que traerlo de China. Ahora tenemos para cuatro meses", señala.
A principios de marzo, días antes de que el Gobierno decretara el estado de alarma, muchos vieron en aquellos carteles que anunciaban inéditas vacacionesal canario tieso de la mina de grisú. Hoy intuyen en sus persianas alzadas a la paloma que regresa con una rama de olivo al Arca de Noé. Los chinos como oráculos, depositarios de unos arcanos que nos ocultan y obligan a interpretar. Abriré cuando abran los chinos, me quitaré la mascarilla cuando se la quiten los chinos.
Sin pisar la calle en dos meses
La realidad suele ser más prosaica. Fue el sentido común. Habían visto, como todos lo vimos, devastado el sistema sanitario de Wuhan, con casi el doble de camas por habitante que en Catalunya. Habían visto similares vídeos en la región más boyante de Italia. Y asumieron lo inoxerable. El día en que fue anunciado el primer contagio en Barcelona, recuerda Yang, muchos acudieron a aprovisionarse para un largo encierro a la manera de Wuhan: sin pisar la calle durante dos meses. Las organizaciones del comercio chino ya recomendaban en febrero que los regresados a España guardaran la cuarentena que la semana pasada aprobó el Gobierno.
La familia de Wang Chenlei acordó el cierre de su bazar en el barrio de Sant Martí una semana antes del estado de alarma. "Sabíamos que había ya bastante gente infectada en la ciudad pero se desaconsejaban los guantes y las mascarillas. Se decía que eran inútiles. Estábamos expuestos. Si te ponías la mascarilla, los clientes te miraban mal o pensaban que estabas infectado. Mis padres se sentían culpables por llevarlas cuando las necesitaban los médicos", recuerda. Hoy llevan mascarillas y gafas protectoras, han levantado una barrera de plástico sobre el cajero, reparten gel a los clientes y han pintado puntos en el suelo que indican la separación necesaria. "Ya no tengo miedo del contagio", señala. En su primer día muchos se han llevado plantas, como si urgiera llevar algo de vida a casa tras el encierro.
"Hace dos meses, si te ponías la mascarilla, los clientes pensaban que estabas infectado"
Un paseo por el centro de Barcelona subraya dos certezas. Primero, que las tiendas chinas aplican con más celo las medidas de seguridad. Y segundo, que están abiertas en un mayor porcentaje que las locales. La falta de datos de las organizaciones del comercio chino obliga a confiar en las sensaciones. "Todos tenemos muchas ganas de abrir", atestigua Johni Zhang, secretario general de la Federación de Corporaciones Chinas en España.
"Muchos me han preguntado si deben abrir en la desescalada. Les recomiendo que lo hagan porque no creo que cambie mucho la situación de aquí a fin de mes. Es mejor abrir ahora y aprovechar el 'boom' comprador después del encierro. En Catalunya, los únicos que no han abierto son aquellos a los que la ley se lo impide. Abrimos con miedo, porque no sabemos si habrá una segunda ola, pero abrimos", añade.
Lam Chuen Ping, presidente de la Unión de Asociaciones China de Catalunya, describe un cuadro más sombrío. Aclara que el comercio chino, descontados el centro de Barcelona y los mayoristas de Badalona, persiste cerrado en su mayoría. "Y quizá más del 20 % no abrirán nunca", alerta. Influirá el tamaño de la empresa: "Las pequeñas y familiares, que optan a beneficios en la seguridad social, sufrirán menos. Pero las que son un poco más grandes y superan la facturación anual de 600.000 euros no tendrán esas ventajas. Dependerán de sus reservas de ahorros y tendrán que hacer muchos cálculos porque no podrán pagar a sus empleados sin suficientes clientes".
Críticas al Gobierno
Desde la organización no han escaseado las críticas a la gestión del Gobierno. En marzo recomendó la clausura urgente porque faltaban las condiciones de seguridad. Ahora, añade Lam, la incertidumbre frena el regreso. "Anuncian medidas generales, como la necesidad de mantener las distancias, pero no son específicas. No sabemos cómo evitar las multas. Cada uno toma las medidas que juzga necesarias", explica.
El coronavirus dejará cadáveres, confirma Johni Zhang. Rehúye los porcentajes pero conoce una decena de comercios que ya han claudicado. Son algunos cercanos a la Sagrada Familia o en la costa, porque la desescalada tampoco devolverá a los turistas. Los restaurantes orientados a los compatriotas también padecerán porque su miedo a juntarse en espacios cerrados ya ha quedado acreditado. Es probable que los restaurantes que sirven esas groseros remedos de la gastronomía china para la clientela local resistan mejor los embates. La clave mientras perduren las limitaciones a la movilidad, apostilla Zhang, es internet. Las ventas on line de su negocio textil han pasado de suponer el 1 % al 30 % del total y algunos negocios han multiplicado sus ventas por tres, cuatro o cinco.
Una decena de comercios han claudicado, sobre todo en zonas turísticas como la de la Sagrada Família
El comercio chino lidia con obstáculos que agravan el desasosegante cuadro general. El coronavirus cercenó durante semanas las conexiones con Yiwu, la ciudad de la provincia de Zhejiang que nutre a los bazares chinos de todo el mundo. El transporte de mercancías ya está restablecido pero las limitaciones de vuelos impiden la compra presencial. En el supermercado Yangkuan, aquel del Passeig de Sant Joan, bendicen los tres contenedores llegados antes de la crisis. En sus estanterías se aprietan los jiaozis o empanadillas congelados, las patatas fritas con sabores lisérgicos o esos cacahuetes con chile y pimienta de Sichuan que regalan en las coctelerías más pijas de Pekín para que la sed acelere los tragos del gintonic.
Otros negocios no abrirán porque sus propietarios siguen varados en China. "Pensamos en irnos a China porque era más seguro. Ahí no había manifestaciones, todo el mundo llevaba mascarillas… solo cambiamos de opinión por mis estudios", recuerda Wang Chenlei. Fue una pulsión generalizada en la diáspora porque las briosas medidas habían embridado la expansión del coronavirus en su patria mientras las tercas alusiones a una gripe o a la inmunidad del rebaño anticipaban la tragedia en el resto del mundo. Johni Zhang calcula en un 10 % los comerciantes que no han regresado por la falta de vuelos.
"Muchos no vienen a nuestra tienda porque asocian el virus a los chinos", lamenta Wang Chenlei. En el sector se teme el ambiente sinófobo que certifica cualquier excursión por la redes sociales: los chinos crearon el virus, nos vendieron test falsos, fomentemos el comercio local… Son argumentos pedestres y que descansan en la recepción acrítica de cualquier delirante conspiranoia que criminalice a los chinos. Desde las organizaciones confían en que no sea más que un movimiento efímero, minoritario y limitado a esas redes sociales que amparan a los sectores más trogloditas e hipernacionalistas.
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