INICIATIVA CONTRA LA FEMINIZACIÓN DE LA POBREZA
El descanso de las guerreras
Su respuesta a la aparentemente sencilla pregunta ‘¿Qué necesitáis?’ no les puede salir de más adentro. "Descansar; lo que necesitamos es descansar". Y lo dicen con una sonrisa generosa y sincera y con los brazos destrozados tras haber hecho a la perfección más de 20 camas en una mañana. Mañana tras mañana, muchas de ellas desde hace lustros. Son las cinco y media de una traicionera tarde de otoño y están en el ‘casal’ de barrio La Llacuna, a los pies de la Torre Agbar, donde todos los miércoles participan en el Espacio de encuentro para mujeres trabajadoras del ámbito de la limpieza, Espacio de encuentro para mujeres trabajadoras del ámbito de la limpiezaespacio en el que hacen eso: descansar. Descansar y cuidarse. Y estar juntas. Y hablar. Y reír. Y olvidarse por unas horas del penetrante olor a ambientador y suavizante que atraviesa sus vidas.
Quiénes les hicieron la pregunta por primera vez fueron las técnicas municipales que gestionan la iniciativa, enmarcada en la Estrategia contra la feminización de la pobreza y la precariedad. Lo hicieron para programar las sesiones a partir de sus necesidades. Escuchándolas, algo a lo que no estaban demasiado acostumbradas. "Llevamos seis u ocho semanas, te lo pasas tan bien que no las cuentas. Hemos hecho de todo. Relajación, reflexoterapia, defensa personal uno y dos, danzoterapia, risoterapia, ¡hasta maquillaje y manicura!", rememora feliz Vania Arana, una de las participantes, quien lleva 20 años trabajando como camarera de piso -haciendo camas- en hoteles de cinco estrellas de la capital catalana.
"Nos reconocemos; lo que yo paso es lo que pasa mi compañera, lo que me duele a mí, le duele a ella"
"Y luego está la hora de la merienda, que es un momento muy importante porque es cuando nos ponemos a darle a la ‘sinhueso’. Este espacio nos sirve para salir de la rutina ‘casa, trabajo, trabajo, casa, cocina, niños’. Aquí hemos aprendido que existe algo más. Que estamos nosotras. Junto a las compañeras te das cuenta de que no estás sola. Nos reconocemos las unas en las otras. Lo que yo paso es lo mismo que pasa la otra compañera, y lo que me duele a mí, le duele a ella", prosigue la mujer, nacida en Perú, quien es también portavoz de la combativa asociación Kellys en su sección barcelonesa.
Cuestión de dignidad
Ahora son unas nueve, pero “esto tendría que estar abarrotado, porque somos cientos, en Barcelona; la necesidad es grande y el curso es gratuito y abierto, no hay que apuntarse, basta con venir, y hay hasta servicio de ludoteca para las que tienen niños pequeños", insiste Vania. La apasionada sindicalista tiene claro el por qué de la poca asistencia. "Los hoteleros no quieren y las chicas tienen miedo. Hemos visto la publicidad del espacio en la basura de grandes hoteles, sin abrir. Los jefes no quieren que la información del curso llegue a sus trabajadoras; no quieren que nos formemos porque una mujer formada va a exigir sus derechos", señala convencida y firme. "No estamos en un suelo pegajososuelo pegajoso; estamos por debajo de ese suelo. Por eso, además de descansar, lo segundo que les dijimos es que necesitamos asesoramiento legal. Primero es necesaria la relajación, porque sales del trabajo y estás mal, pero también es necesario saber a qué tienes derecho cuando te despiden por estar de baja", continúa la explicación Vania, para quien la clave está en deshacerse del miedo, como hizo ella o su compañera Roxana Hernández, también de origen peruano y también afiliada a las Kellys.
"Todas estamos igual, hartas de tomar pastillas porque no nos podemos tomar el lujo de coger la baja"
No siempre fue así. Al principio de "aliarse con las Kellys", como ella lo cuenta, Roxana acudía a los actos y a las manifestaciones con gafas negras y peluca para que no la reconocieran. Tenía miedo a que si la veían sus jefes la despidieran. "Y no son solo las manifestaciones, muchas chicas no se atreven ni siquiera a venir a estos cursos, que son del ayuntamiento y no tienen nada que ver con las Kellys. El miedo es muy grande. Piensan que si las echan no tendrán nada que dar de comer a sus hijos y eso las inmoviliza", apunta Roxana, quien tiene rotos los tendones del brazo derecho desde hace diez meses, tiempo en el que ha vencido al miedo.
Dentro y fuera
Roxana explica situaciones duras tanto en el entorno laboral como fuera de él, en el médico de cabecera de cabecera. "Es tan triste ver que tiran comida... Una vez iban a tirar una caja de donuts, se la pedí al responsable y la tiró a la basura delante mío; me dijo 've ahora y cógela de ahí, y si te ven voy a decir que estás robando", recuerda todavía enfadada. Explica también que, como a muchas de sus compañeras, en la mutua del trabajo no les reconocen las lesiones en los brazos como accidentes laborales, y como en el propio CAP muchas veces se sienten también maltratadas. "Le expliqué al traumatólogo que estoy así por la sobrecarga de trabajo. Le conté que cargo carros de 240 kilos, y él se reía. 'Jajajaja, un carro con 240 kilos', decía. Y yo, sí, doctor, doctor, con ropa", señala.
"El traumatólogo se rió de mí cuando le dije que arrastraba carros de 240 kilos"
Míriam Suárez es otra de las participantes del espacio. Llega tarde porque también viene del médico: "es por los brazos, me duelen un montón", se excusa.
"Hechas polvo"
"Pedí cita en el médico de cabecera y me dieron a las tres semanas; me ha derivado a la clínica del dolor; a ver si no me mandan lo de siempre", explica. Lo de siempre es 'diacepam', lo que la obliga a tomar también protector de estómago. "Todas estamos igual, hartas de tomar pastillas porque no nos podemos tomar el lujo de coger la baja. Pero es que aunque me tome las pastillas, ya no se me pasa", cuenta. Cuando cayó enferma, prácticamente no podía ni coger el tenedor. "Estuve un año en el que me tenían que dar de comer en la boca, ahí es cuando fui a Barcelona Activa para cambiar de profesión. Fui a una charla, a otra charla, a otra... pero al final no conseguí nada. Dejé currículums, pero nada", concluye. Acabó trabajando en otro hotel.
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