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Mujeres pakistanís en Barcelona, luchadoras contra la invisibilidad y el estereotipo

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Helena López

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Decir que la inmigración pakistaní en Barcelona, la tercera comunidad de origen extranjero con más presencia en la ciudad, es muy masculinizada no es ningún secreto. Basta con salir a la calle para verlo. Ellos, además, tienen presencia en el espacio público, ya sea regentando o trabajando en comercios de alimentación o restaurantes étnicos o conduciendo un taxi. De los 19.285 empadronados con este origen en el 2017, solo el 27% eran mujeres, la inmensa mayoría llegadas tras sus maridos o padres, a partir de reagrupaciones familiares. Pero, más allá de las cifras, son muchas menos, y su forma de llegada, reagrupadas. ¿Cuál es la realidad, la vida y los sueños, de estas 5.201 mujeres casi invisibles?

Aunque el hecho de ser aún muchas menos no ayuda a romper con esa invisibilidad, no es el elemento definitivo, como revela el completo estudio 'Barcelonesas de origen pakistaní', encargado por la concejalía de Feminismos y LGTBI del Ayuntamiento de Barcelona en el marco de la Estrategia contra la feminización de la pobreza precisamente con el objetivo, en palabras de la concejala Laura Pérez, de acabar con esa invisibilidad. Una invisibilidad que se refleja en la manera en la que la sociedad receptora tiende a homogeneizarlas, "en la falta de imaginario colectivo que ni siquiera las identifica como mujer pakistaní en singular, sino que se las etiqueta bajo el paraguas de mujer musulmana o directamente se las confunde con marroquís", señalan Berta Güell y Ariadna Solé, coordinadoras de la investigación.

"El imaginario colectivo ni siquiera las identifica como mujer pakistaní en singular, las etiqueta bajo el paraguas de mujer musulmana"

Ariadna Solé

— Investigadora social

"Para entender sus distintas realidades es clave la interseccionalidad, delimitar las diferencias internas en términos de edad, nivel de estudios, clase social, casta, creencias religiosas y origen rural o urbano", señalan las autoras de un estudio que dinamita algunos estereotipos que recaen sobre estas mujeres. Un ejemplo: una mayoría muy significativa de ellas (un 74,2%) no conocen ni han participado en lo servicios de acogida del ayuntamiento, y solo el 3,2% los conoce y los ha usado.

Güell y Solé destacan también que hay que diferenciar entre la primera generación, la 1,5 -niñas nacidas en Pakistán pero escolarizadas aquí-, y la segunda generación (aún muy pequeñas). Todas acarrean, eso sí, con estigmas y estereotipos que les afectan mucho más a ellas, tengan la edad que tengan. "El uso del velo es el que más ha salido. Las dificultades para acceder a puestos de trabajo de cara al público", indica Güell. A las primeras generaciones se les añade la dificultad con el idioma y -a las que tenían formación superior en su país- lo casi imposible de convalidar los títulos.

"El velo les genera grandes dificultades para acceder a puestos de trabajo, sobre todo de cara al público"

Berta Güell

— Investigadora social

Además de estos factores externos, sus vidas -como las de todas- están también muy condicionadas por factores internos. "Depende mucho de las cargas que tengan domésticas, así cmo de la relación con el marido. Si son mujeres que habían trabajado en el país de origen y ya estaban casadas allí, es más fácil que cuando lleguen aquí puedan pactar con el hombre intentar trabajar, hacer un curso, participar en proyectos...", resume Güell.  

Esa generación 1,5 está llena de mujeres valientes y cultas, luchadoras por encima de todo, dinamitando obstáculos para cumplir sus sueños. Ahí van dos ejemplos.

Entrar en Medicina, un sueño cumplido

El verano pasado volvió a Pakistán por primera vez desde que emigró. Regresó en 'shock'. "Mis hermanos son bastante mayores, y yo me crié jugando a críquet con mis primos. Crecimos juntos hasta los 13 años. Fue muy duro ver que, tras 10 años separados, ya no conectábamos; no entendíamos las mismas bromas, nuestras vidas eran completamente distintas", explica Fajar Butt en un aula de estudio de la Facultad de Medicina de la UAB, su facultad, en el poco rato libre que tiene entre las clases y las prácticas, renunciando al almuerzo.

Su primer recuerdo de Santa Coloma de Gramenet, donde vive desde que llegó a Catalunya reagrupada por su padre, es la soledad que sintió en aquel piso de la calle del Reloj que se le antojaba tan pequeño.

A diferencia de otras niñas, Fajar emigró con muchas ganas. "Imaginaba que aquí sería todo muy bonito, que cada año viajaríamos a Pakistán, que seríamos ricos…", cuenta. Pero se encontró el primer día de clase, sola en la puerta del instituto sin saber volver a casa. Llegó en segundo de ESO, en noviembre, con el curso empezado; a un centro sin traductor y a media hora a pie de su casa. Nadie le había explicado a su padre que aquí el horario era partido y que a mediodía los niños se marchaban a comer a casa. "Me sentí atrapada. No entendía nada. No sabía dónde iban, ni hacia dónde ir yo", relata. No reconocía las calles ni entendía los caminos. Seguía a unos alumnos chinos que vivían en su barrio; ellos sabían el camino más corto para llegar al Fondo. Pese a lo duro de la anécdota, que tiene marcada a fuego, la joven está muy agradecida de que le tocara ese instituto.

Segregación escolar

"En mi barrio había una segregación escolar muy grande. Fui una privilegiada. Si me hubieran enviado a otro instituto, donde concentran a la mayoría de la inmigración, mi vida hubiera sido muy distinta. Tengo amigas que están igual de capacitadas que yo y tenían los mismos sueños que yo y no han llegado donde estoy llegando yo, y eso tiene mucho que ver con el ambiente en el que creces", asegura convencida. Sus amigos del instituto querían estudiar nanotecnología, en cambio, los del barrio, todos en el otro instituto, peluquería, ellas; mecánica, ellos. "Me parece muy injusto que limites las opciones de los niños por el hecho de ser inmigrantes y eso todavía pasa y hay que denunciarlo", señala.

"La profesora me dijo delante de todos: 'No vas a poder hacer las prácticas por el velo y no te sacarás el título'"

Fajar Butt

— Estudiante de Medicina

Pese a la suerte de haber caído en el Numància, la lista de obstáculos que Fajar ha sido capaz de superar para llegar dónde está, es decir, en segundo de Medicina, le harían merecedora, mínimo, de bautizar la facultad con su nombre. El primer año en el aula de acogida del instituto aprendió "muy poco": "Es una de las cosas de las que más me quejo. No había ni un diccionario del catalán al urdú, ni uno del catalán al inglés, cuando los profes sabían que yo hablaba inglés. Estábamos todo el rato jugando a juegos de mesa chinos, que yo, ni entendía". Pero superó la ESO y el bachillerato. No obtuvo nota suficiente para entrar en Medicina, así que primero hizo un grado superior en Higiene Bucodental -tenía claro que llegaría a Medicina, le costara lo que le costará-, donde tampoco se lo pusieron fácil.

El primer día de clase, en la presentación del curso, la profesora, señalándola directamente, le dijo: "Tú vas a tener muchas dificultades por el velo; no vas a poder hacer las prácticas y, si no haces las prácticas, no te vas a sacar el título". Vaya si las hizo, aunque sí, le costó la vida encontrar una clínica en la que la aceptaran con el velo. Se sacó el título y entró en la universidad. Pero aún no en Medicina. Tuvo que pasar primero por Enfermería.

"Obligaciones de mujer"

Fajar es la primera persona de su familia que accede a la universidad. "Mi madre está muy contenta de que estudie Medicina, pero a la vez echa de menos aquella hija que había soñado tener, aquella hija que cumpliría con sus obligaciones de hija. Que cocinaría, que limpiaría, que cuidaría de ella", cuenta. "Es súper difícil para mí, porque yo quiero romper esquemas, quiero romper con esos estereotipos, con aquel rol de mujer que se quiere imponer sobre mí. Yo puedo estudiar medicina, hacer activismo, pero cuando llego a casa se espera de mí que cumpla con las obligaciones que solo la mujer ha de cumplir", se sincera. "Por ser mujer tengo muchas más obligaciones y unas expectativas que no puedo cumplir, y eso genera una frustración en mi madre y en mi familia", se entristece.

"Yo hablo de la igualdad y ellos dicen que me darán todos mis derechos si cumplo con los requisitos de ser mujer, y eso es lo que más me molesta. Mi madre cocinará para mis hermanos, pero no para mí. Porque las hijas no son merecedoras de eso. O no porque no seamos merecedoras, sino porque creen que nos están preparando para la vida que nos espera- se desahoga-; mi madre cree que cuando me case tendré que cuidar de un marido, de una casa...; es como que piensa, ‘hija mía, con esta vida que estás llevando vas a fracasar bastante’. Tiene un miedo muy grande a esto. Y yo también".

Komal Naz tiene 25 años, es licenciada en Humanidades por la UPF y, desde hace tres años, trabaja de mediadora intercultural en la escuela Poble Sec. Creó su primera asociación a los 16 años, solo tres después de instalarse en Montcada, para ayudar a otras mujeres pakistanís. En un principio para acompañarlas al médico y hacerles de traductora, pero poco a poco fue ampliando sus servicios y proyectos y ya hacen hasta intercambios de cuentos y canciones populares entre escuelas de aquí y de allá. Pero, callada -su discurso y su perfecto catalán son capaces de derribar el muro más alto- nada de eso se ve. Y la mirada llena de prejuicios que aún domina en la sociedad ve solo su tez oscura, su larga melena azabache y su vestido regional. Denuncia un caso muy reciente y que le duele.

Fue a urgencias con su marido. Les atendió un doctor. Ella le dijo que no estaba acostumbrada a tratar con doctores hombres, y que se sentiría más cómoda si la podía explorar una doctora. "Insistí en que solo si era posible. El doctor, muy agradable, me dijo que tranquila. Que me esperara un momento, que no había problema", explica. "Pero la doctora llegó de muy malas maneras y, al verme, lo primero que me dijo fue: ¿Tú qué te crees, que esto es la privada? Aquí no puedes elegir. Por atenderte a ti he dejado de atender a una persona de aquí", prosigue. Pero esa falta de empatía ante una mujer asustada en urgencias no fue lo que más le dolió. La doctora prosiguió con un "el otro día llamé a los Mossos d’Esquadra cuando otro hombre tampoco quería que le pusieran la mano encima a su mujer". "Fue muy violento porque él no había dicho absolutamente nada. ¡Fui yo! Solo con su presencia ella ya dio por hecho que era él quien no quería. Le respondí que ahora la que me incomodaba era ella. Si podía volver el otro doctor", concluye.

Punto de inflexión

Tenía 6 años cuando su padre emigró y estaba muy enfadada con su madre porque la idea de salir del país fue suya. "Ella pensaba que trabajábamos mucho allí, y veía el lujo que traían los que habían emigrado cuando volvían. Reunió dinero y envió a mi padre a probar la vida en Europa. Le dijo: 'si fracasas, no vuelvas'", cuenta. Estuvieron cuatro años sin verle, hasta que logró la reagrupación y emigraron todos, momento en el que el enfado de Komal fue aún mayor. "En Pakistán teníamos babysitersMi madre era maestra y trabajaba, en casa solo cocinaba, el resto se lo hacían; de hecho, cuando llegamos aquí al principio le costó muchísimo hacer los trabajos del hogar; a nosotros también. Pasé de tener babysiter a hacer yo de babysiters de familias para hablarles a los niños en inglés", cuenta.

"Hay que romper con el ‘¿tú para qué quieres estudiar si tu padre tiene un kebab, o un shawarma, o un taxi?’"

Komal Naz

— Mediadora intercultural

Llegó a Montcada en el 2006, a punto de cumplir 13 años. "Fue muy duro. Mis hermanos todos fueron al mismo colegio de primaria e iban al aula de acogida juntos. Yo era la única en el instituto y estaba sola. No podía hablar en mi idioma con nadie. Fui durante mucho tiempo la única pakistaní en el instituto", explica. Llegó a final de primero de ESO y pasó de curso en esos tres meses. Venía de un colegio privado en Pakistán y de matemáticas hacía ya cosas de cuarto de aquí, así que la profesora le quitó todas las horas de matemáticas y de inglés para ponerle horas de catalán.

"Estaba cerrada y enfadada"

No guarda un buen recuerdo del instituto. "Por mí, no por ellos. Estaba enfadada y cerrada", analiza. Su mejor etapa fue la universidad. Allí nadie la conocía, nadie sabía su background. Además, ya hablaba bastante bien. "Fue una etapa nueva. Yo era exótica para todo el mundo. Se pensaban que estaba de Erasmus. Y yo, ‘no, no, yo vivo aquí’", cuenta. Hizo muchos amigos de muchos sitios distintos, también de Pakistán. "Ibas en el tren y veías a alguien pakistaní y te acercabas". De ahí nació la segunda asociación que ha fundado con solo 25 años, esta vez con su marido. La llamaron Estudiants Catalans d’Origen Pakistanès ECOP y nació para luchar contra el fracaso escolar en los niños de origen pakistaní. "Nosotros que no habíamos tenido referentes, pero podíamos serlo para estos niños. Trabajar con jóvenes, padres y profesorado", afirma. El objetivo era -es- "romper con el ‘¿tú para qué quieres estudiar si tu padre tiene un kebab, o un shawarma, o un taxi?’; que los niños vean que tiene otras posibilidades". 

Su madre, aquí, no solo tuvo que acostumbrarse a hacer frente a todo el trabajo del hogar. No pudo trabajar de maestra. "Convalidar títulos es muy caro, largo y difícil".