Limón & vinagre

Carles Puigdemont: espíritu de Navidad

Por todo lo sucedido recientemente y conocemos de sobra, Puigdemont puede pensar que, quizás, estas sean sus últimas fiestas en Waterloo

Puigdemont consulta unes notes a Estrasburg

Puigdemont consulta unes notes a Estrasburg / RONALD WITTEK / EFE

Josep Cuní

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Vuelve a casa por Navidad. Lo aprendimos en un anuncio de turrón antes de que ya no fuera exclusivo de estas fechas. Hoy puede comprarse y degustarse en cualquier época del año. Es un dulce intemporal y global. Sorprende, no obstante, que en pleno agosto los turistas lleven una bolsa con alguna de sus muestras que, por su parte, también se han ampliado a mil y un gustos. Tampoco en esto la nostalgia es lo que era. Pero, sin embargo, de aquel espot ha quedado la ilusión del reencuentro con aquellos alejados por la geografía que no del sentimiento. Siguen vigentes los deseos del abrazo conciliador y la sonrisa cómplice.

En condiciones normales a nadie le gusta marcharse de casa. Menos aún abandonar el lugar de las raíces por necesidad para perderse en otros mundos. Buscados o forzados. Llegado el momento, qué menos que poder regresar unos días al nido para recibir el calor del auténtico hogar, recuperar su olor y dejarse envolver por una ligera añoranza. Cuando esto es un imposible, Navidad se convierte en un pozo en el que solo la coraza de la necesidad y el orgullo de la supervivencia permiten evitar la caída. 

Carles Puigdemont i Casamajor (Amer, Girona, 29 de diciembre de 1962) decidió buscarse un refugio protector lejos de casa por todo lo que sabemos. Y también por todo lo sucedido recientemente y conocemos de sobra, puede pensar que, quizás, estas sean sus últimas fiestas en Waterloo.

La política hace extraños compañeros de cama, empuja a hacer de la necesidad virtud, obliga a tragarse muchos sapos en ayunas y a rectificar postulados que se habían vendido como principios inalterables. La misma política incita a no acomplejarse por ello, a negar algunas evidencias y a matizar los pactos argumentando contexto y saludando soluciones. Pedro Sánchez está demostrando ser un campeón en estas lides. A Puigdemont le cuesta más. Es lógico. Cuando se le ha pedido a la feligresía que se suba al monte porque detrás está la tierra prometida, es costoso decirle que se baje porque la niebla que no amaina cubre el horizonte. Por eso las excusas se convierten en supuestas razones y las palabras escritas se quisieran evanescentes. El relato condiciona, pero el texto queda. 

Para ilustrar el cambio se necesitan imágenes. Como la del encuentro personal e intransferible, público y notorio, entre los dos líderes. La cita ya tiene compromiso aunque no fecha. Será después de la aprobación de la ley de amnistía. Nadie es capaz de marcar un día concreto en el calendario pero tampoco nadie está en condiciones de rehuirla. Los pactos deben escenificarse por incómodo que sea el choque de manos. Tras esta, vendrá la instantánea siguiente, la del retorno de Puigdemont a Catalunya. Una gesta que muchos querrán multitudinaria para mantener viva la épica, ahora desvanecida, como algunas voces ya predican. 

La prudencia, no obstante, invita a tranquilizar los ánimos y a preservar los espíritus. No porque puedan fallar los mecanismos, que quién sabe, sino porque la imprescindible recuperación de la normalidad absoluta necesita pasar página con humildad y sosiego. El pasado reciente pesa demasiado. Y como en cualquier acuerdo, ambas partes han hecho sus concesiones. Nada mejor, pues, que celebrar el regreso en familia y no hablar de lo que separa para no hurgar en heridas ni incidir en disgustos. Como en Navidad.

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