Constitución de las Cortes

Entre el vértigo y la política

Nunca como hasta ahora, se había producido semejante extravagancia: que dos líderes políticos independentistas, ausentes de la cámara, tengan en sus manos condicionar la política española en todas y cada una de las votaciones que vayan a tener lugar en el Congreso

Pedro Sánchez y Francina Armengol, en el Congreso

Pedro Sánchez y Francina Armengol, en el Congreso / DAVID CASTRO

Andreu Claret

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La tensa elección de la Mesa del Congreso de los Diputados y de la socialista Francina Armengol como nueva presidenta de la cámara baja ha dado pistas inequívocas sobre la complejidad de una legislatura que se presenta aún más incierta y bronca que la anterior. Una legislatura de vértigo, donde nada estará nunca decidido de antemano, empezando por la continuidad de Pedro Sánchez en la presidencia del gobierno en la próxima sesión de investidura. Tras una noche larga, muy larga, que Sánchez llevaba gravada en el rostro, la candidata del PSOE ha conseguido derrotar a la del Partido Popular, Cuca Gamarra, por 39 votos. Un margen tan cómodo como engañoso, propiciado por la decisión de Vox de presentar a su propio candidato. Bastaba con contemplar el hemiciclo para observar el cambio que se ha producido en las últimas elecciones. Al bloque de derechas solo le faltan cinco diputados para tumbar cualquier propuesta procedente de las izquierdas o la abstención de algunos de socios de Sánchez. Bien lo saben Carles Puigdemont que ha conseguido erigirse en el ‘king maker’ de esta primera sesión, y Oriol Junqueras, el presidente de Esquerra Republicana. Nunca como hasta ahora, se había producido semejante extravagancia: que dos líderes políticos independentistas, ausentes de la cámara, tengan en sus manos condicionar la política española en todas y cada una de las votaciones que vayan a tener lugar en el Congreso. 

Con todo, la elección de la Mesa confirmó una novedad que no es menor: la decisión de Puigdemont de pasar de la agitación a la política. Su decisión sorprenderá a quienes, a fuerza de caricaturizarlo no han atendido a la compleja biografía de un personaje que ha alternado momentos de huida hacia adelante con otros de mayor responsabilidad que muchos otros dirigentes independentistas. Atrapado en la política de colaboración con el PSOE que Esquerra Republicana ha mantenido en los últimos cuatro años, Gabriel Rufián no pudo volver a mencionar las 30 monedas de plata que le echó en cara un día aciago de octubre del 2017. Puigdemont sabe que su suerte judicial en Europa se ha torcido y también vio como el PSC le ganaba la partida en las municipales, en plazas fuertes del independentismo, empezando por Girona. Todo indica que el perfil agresivo que los suyos han mantenido en el Congreso, durante los últimos cuatro años, podría cambiar. De confirmarse, ese tránsito de la ‘confrontación inteligente’ a una política de negociación seria una muy buena noticia. Sobre todo, para Catalunya donde podría contribuir a cerrar las heridas del 'procés'. Por lo pronto, lo más probable es que Sánchez pueda volver a formar gobierno. Con más facilidades por parte de Díaz de las que le ofreció Pablo Iglesias y con más exigencias por parte de ERC y Junts, llamados a competir. 

Atrapado en una concepción política de España que cada vez se corresponde menos con la realidad, el Partido Popular hará todo lo posible para torpedear el nuevo escenario. No le faltan recursos para ello. Desde los 137 diputados que tiene en el Congreso y su mayoría absoluta en el Senado, hasta el impresionante poder territorial que cosechó en las últimas elecciones municipales y autonómicas, por no hablar de sus complicidades con parte de la judicatura. Prisionero de sus alianzas con Vox y de las posiciones radicales de Isabel Díaz Ayuso, Alberto Núñez-Feijóo no parece en condiciones de escapar a la lógica que le permitió ganar elecciones, pero que le impide alcanzar el gobierno de España. Arremeter contra los supuestos pactos secretos que Sanchez habría cerrado con los independentistas suena a 'déjà vu'. A un mantra exhibido hasta la saciedad durante la anterior legislatura y la campaña electoral, sin resultados electorales concluyentes. La acusación puede inquietar a muchos españoles, pero otros muchos la han descontado, por mucho que no les agrade un gobierno rehén de nacionalistas e independentistas. Durante los últimos cuatro años, no solo España no se rompió, sino que el independentismo catalán está ahora en horas bajas, por mucho que sus diputados, por razones más aritméticas que políticas, sean hoy decisivos.

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