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Miqui Otero

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Escritor

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La Khaleesi de la carta electoral

Pienso en cómo Feijóo ha puesto en duda el curro de 45.000 personas, entre ellas la cartera que me trae el sobrazo color estraza a un valle del rural gallego

Los electores pueden ir a partir de hoy a Correos a depositar su voto, pero documentados

Los electores pueden ir a partir de hoy a Correos a depositar su voto, pero documentados

Son las 10.15 de un lunes, en un valle del rural gallego, cuando llega el sobre con las papeletas electorales. Yo estoy escribiendo, aún en pijama, cuando escucho que me llaman, así que bajo, con ganas de conocer a quien me lo entregará. 

Todos los sobres del censo electoral son parecidos, pero cada uno lo tiende una persona. En mi caso, una heroína. Ya conté la semana pasada mis problemas para rellenar las casillas en la petición de voto: la casa de mis padres no está en una calle, sino en un prado y a los pies de un monte, así que a falta de la información correcta me animé a añadir detalles (muy novelísticos, no lo puedo evitar) como el color del que estaba pintada o el apodo con que se conoce aquí a mi madre. De algún modo, aunque no conociera a la cartera, toda esa información era para ella, así que ya le tenía incluso cariño: estos días conversaba mentalmente con ella con voz de GPS y añadía todo tipo de indicaciones para que me encontrara.

Ella no las necesitaba. La cartera que me tiende ahora el sobrazo color estraza lleva nada menos que 32 años trabajando de esto. Y, por supuesto, sabe cómo dar con un destinatario, a pesar de las zozobras e inseguridades del cretino de ciudad que se pierde hasta en el Eixample. "En todos estos años, nunca, pero jamás, repartí tanto voto", me cuenta.

Antes decía que, para mí, tenía algo de heroína y su camiseta no lo desmiente: 'No soy una princesa, soy una Khaleesi', leo en su torso mientras me indica lo que necesitaré para depositar el voto. Yo estoy por ofrecerle café de pota y pastas a la mamá de los dragones, aunque simplemente quiero retenerla unos minutos para saber un poco más. Por ejemplo que sí, que andan liados (la propaganda de Vox y PP llegó algo tarde), pero no superados.

Es cierto que hoy era su primer día de vacaciones y lo está invirtiendo en tutorizar el aterrizaje de su sustituta, pero que llegan a tiempo lo demuestran los datos (ya está a disposición de los electores más del 98% de los votos) y, aún más, el hecho de que se le entregue en mano a un inepto como yo que escribió la dirección de aquella manera.

Dios salve a esta Khaleesi, de la que no hago mayores descripciones por si las moscas. No necesitaba mis puntualizaciones porque, entre otras cosas, conocía de sobra a mi familia. Mi padre, cuando llegó a este Valle (el de mi madre) a trabajar, durmió durante tres meses en su casa, que era también taberna. Lo trataron de fábula y, cuando se fue a la mili, le mandaron un generosísimo paquete de jamón. 

Quien se va ahora, de mi casa, hacia la siguiente entrega es esta tan galaica y postal Khaleesi. Ella no ha dicho nada de esto que sigue, ni se ha posicionado políticamente, pero yo pienso en cómo Feijóo ha puesto en duda el curro de 45.000 personas (más otras casi 20.000 de refuerzo) como ella. En cómo los ha animado a trabajar mañana y noche, como si no lo estuvieran ya haciendo, y en pagarles las horas extra si es presidente, algo ya perfectamente acordado y presupuestado.

Cuando Feijóo, también gallego, y, lo que es peor, exdirector de Correos, pone en duda las garantías del voto postal está poniendo en duda no solo los 307 años de historia de esta empresa, sino también las más de tres décadas de profesión de esta mujer. Cuando insinúa una relación directa entre el líder del Gobierno y la actual dirección olvida que el líder sindical que lo ha apoyado es uno de esos amigos dorados, que fue incluso de claca a su toma de posesión como capo del PP.

Lo hace, además, de una forma taimadísima, sibilina. Sugiere preocupación por el voto y se dirige a los currelas de Correos, cuando en realidad solo le preocupa y ocupa hinchar la movilización de los suyos, aunque sea a costa de cuestionar a trabajadores e instituciones. Incluso a una que dirigió en su día: si es capaz de hacerlo (con esto, con el terrorismo, con las pensiones), qué no será capaz de hacer.

El medio es el mensaje, en este caso también. Las cartas no llegan, pero el caso es que sí llegan, así que se puede votar en contra de esta forma de hacer política y de ver la vida.

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