Sin vetos cruzados

¿Para cuándo una Conferencia de las izquierdas catalanas?

En Catalunya no será posible una resolución democrática del conflicto con España si una gran mayoría de catalanes no se sienten llamados a participar

Sala de plenos del Parlament de Catalunya

Sala de plenos del Parlament de Catalunya / QUIQUE GARCIA /EPC

Joan Tardà

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Las negociaciones posteriores a las elecciones locales visualizó un escenario de protagonistas heterogéneo y diverso. Se establecieron mayoritariamente sin vetos previos, entre fuerzas políticas catalanistas (independentistas o autonomistas) en detrimento de otros pertenecientes a la misma cultura política. El resultado fueron bastantes gobiernos formados por partidos que, en cuanto al 1-O o a la aplicación del artículo 155, habían estado en bandos opuestos. Pongámoslo en valor, pues, que en el ámbito municipal no se hayan reforzado todavía más los compartimentos estancos entre PSC, Comuns e independentistas. Porque, de lo contrario, sería reflejo de una fractura identitaria interna preocupante.

No obstante, esta realidad contiene una cara b reflejada en dos realidades. La primera: hoy la ciudadanía tiene la evidencia, tal vez porque los partidos políticos en el pasado eran más discretos o porque el ejercicio de la política era percibida como una actividad más generosa, que en las negociaciones tienen suficiente presencia los tira y afloja de las cuotas de poder. Con normalidad, los medios hablan de que la negociación no solo incluye lo que se hará, sino también el número de asesores de cada fuerza política, la (cada vez más menudeada) partición de los periodo de ejercicio de la alcaldía, la designación de cargos y/o recolocación de políticos en las diputaciones, etc.

Se trata de una alarma sobre la mercantilización de las instituciones que, si las izquierdas no ponen remedio, uniformizará una manera de hacer política regresiva, difuminando los límites entre el universo de las ideas de la izquierda y de la derecha. Lo ilustra el maquiavèlico contubernio protagonizado por el PSC en Barcelona, facilitada por otro lado por la poca determinación de Colau y Maragall para dificultarla.

Una operación poco preocupante si hubiera sido producto solo de la ambición desmesurada del actual alcalde y no consecuencia de la impunidad que otorga a los protagonistas la banalización de la palabra dada o la caricaturización de la nobleza de los ideales. Al final, que la ciudadanía lo acepte como mal menor inevitable no debería hacerlo más soportable.

Al contrario, más bien nos desampara ante la ofensiva de la derecha más reaccionaria porque, si bien es inevitable que la izquierda tienda a institucionalizarse en la acción de gobernar, nada justifica que alimente prejuicios o menosprecie la autocrítica y la innovación para plantar cara al presente en clave transformadora a fin de hacerse atractiva para las nuevas generaciones. Al fin y al cabo, supeditar la dialéctica del debate ideológico y el enaltecimiento de la virtud ética del servicio público a un verdadero mercado de Calaf no contribuirá a ampliar protagonismo y apoyo popular. En todo caso, siempre se está a tiempo si existe voluntad por parte de las izquierdas de reconocerse colectivamente. Las condiciones se dan: el día siguiente al 23J Catalunya continuará siendo territorio “catalanista”. Como un plausible gobierno Feijóo-Abascal comportará una ofensiva anticatalana, la colaboración entre los partidos catalanistas forzosamente se incrementará (se activará la movilización resistencialista). Bueno será, pues, que la zanja entre las izquierdas independentistas y no independentistas no se haga más grande.

Si, de lo contrario, Pedro Sánchez necesita el apoyo de Comuns y del republicanismo, podrán plantearse adelantos en pro de las libertades, del reforzamiento de las paredes maestras del Estado de bienestar, el traspaso de competencias (¡Rodalies es imprescindible!) y el adelanto de un marco de negociación con el Estado (una conquista democrática titánica, ¡ciertamente!) que haga posible una resolución del conflicto.

Y la experiencia acumulada en estos últimos años seguro que deberá servir, tanto a ERC, que ha abierto camino, como a los que se lo han mirado desde la barrera. Porque nadie ha salido sano y salvo. Tampoco el PSC que ya no podrá continuar atrincherado en los réditos de los indultos.

En Catalunya no será posible una resolución democrática del conflicto con España si una gran mayoría de catalanes no se sienten llamados a participar. Un escenario que requiere, sin embargo, que las izquierdas catalanas se reconozcan, se interpelen y se decidan a compartir el debate de los diferentes proyectos sin vetos cruzados (de aquí la necesidad de abrir una Conferencia). Sin trampas. Es decir, participando cada una de las partes en la propuesta de la contraparte para que al final de trayecto la ciudadanía pueda decidir. Por lo cual no es admisible que Salvador Illa desprecie la propuesta de Ley de Claridad de Aragonès como tampoco llevaría en ninguna parte que este no escuchara las soluciones del jefe de la oposición.

Un objetivo que obliga a los líderes de las izquierdas catalanas a no quedarse cortos. Es decir, autoexigirse (y exigirles) que lleguen, al menos, a lo que es necesario.

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