Estrambóticos firmando decretos
Todas las muecas de desprecio o de asombro se vuelven rictus atemorizados cuando el fascismo llega al poder
Josep Maria Fonalleras
Escritor
Una parte nada despreciable de las causas del ascenso del fascismo (con sus múltiples caras) es el cultivo constante del exabrupto y el improperio. También de la banalidad, sabedores como son de que se dirigen a una parte de la población que no quiere escuchar las variables del gris, sino la contundencia del blanco o del negro. De hecho, uno de los problemas es que todos los demás también estamos pendientes de la astracanada, porque ya damos por supuesto que el fascismo es, en buena parte (por el discurso y por quienes lo pronuncian) un tipo de "friquismo".
Entendemos que no puede haber discusión racional posible, porque no admitimos la presencia de la ideología del odio como un rival político al uso. Y observamos las payasadas de los fascistas que, de forma consciente o no, se apuntan al papel de comparsa mediática en una sociedad que oscila entre la estupefacción de comprobar tanta estupidez y la admiración ciega del populismo.
Todo esto ocurre mientras el fascismo es lateral, periférico, una excrecencia de la derecha convencional. Y todas las muecas de desprecio o de asombro se vuelven rictus atemorizados cuando llegan al poder. Un poder real, como el futuro 'conseller' de Cultura de la Generalitat Valenciana. Este señor torero quiso bautizar a un caballo con los nombres de Escipión, Viriato, Duce o Caudillo y propuso una elección por internet. Y aclaró, para los votantes del bautizo, que "Duce se pronuncia Duche". Esta jaimitada da risa, pero es en la propia incultura que se supone que tienen los votantes donde se construyen los muros futuros de intolerancia. Porque todo se iguala (la ignorancia con la verdad; la broma con la falsificación) y la cultura ya no tiene sentido como lectura crítica del presente, sino como anestesia del pasado. "Lo que debería ser insultante", ha dicho Vicente Barrera en referencia a la Guerra Civil, "es haberla perdido". Porque "cualquier democracia se sustenta en una guerra ganada". La cosa no es tener un torero como ideólogo, sino pasar de los estrafalarios argumentos de feria a la figura del estrambótico firmando decretos.
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