Escenario poselectoral
Joan Tardà

Joan Tardà

Exdiputado de ERC.

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

La tragedia valenciana

En Madrid, una vez más, no entendieron que se lo jugaban todo en convertir al valencianismo progresista en una de las palancas de su proyecto

Mazón y Flores lideraron las dos delegaciones negociadoras.

Mazón y Flores lideraron las dos delegaciones negociadoras. / Germán Caballero

¿No pasarán? ¡Ya han pasado! Con 300.000 votos y un 12,4%, la ultraderecha estará presente en el Gobierno de la Generalitat del País Valencià. El PP no suele tener manías a la hora de elegir socios y Carlos Mazón solo necesitó una reunión para ponerse de acuerdo y cerrar un Gobierno de coalición con la extrema derecha. Dos horas de encuentro con una representación de Vox, en que por parte de los de Abascal asistieron un condenado por violencia de género, un torero y Gil Lázaro, persona proveniente del mundo falangista, 32 años diputado del PP, miembro de la mesa del Congreso y, de joven, protagonista de disturbios relacionados con la voluntad de impedir la retirada de la estatua ecuestre de Franco de la plaza del Ayuntamiento de València.  

A manera de trágica farsa, se ha repetido casi tres décadas más tarde el pacto natural del año 1995 entre el PP y la Unió Valenciana de González Lizondo, que situó a Eduardo Zaplana en el altar de la presidencia de la Generalitat. El machihembrado encajó perfectamente gracias a un franquismo compartido y poco disimulado entre los vencedores de la llamada “batalla de València”, iniciada en los años inmediatamente posteriores a la Transición. Desde entonces, contra los valencianos valió todo: violencia en las calles, bombas en librerías, intento de matar a Joan Fuster, asesinato de Guillem Agulló y, no hace tanto (¡2007!), una bomba en la sede de Esquerra Republicana del País Valencià, en la ciudad de València. Y un estatuto de segunda división

Un comportamiento que encontró también aliados en sectores influyentes del PSOE. Es bueno recordar que, ya en 1976, Alfonso Guerra afirmaba -refiriéndose a la posible autonomía valenciana- aquello de «Más líos de esa especie no... Con una Catalunya tenemos de sobra...». Con un objetivo: impedir que la socialdemocracia valencianista y el catalanismo pudieran liderar un eje económico mediterráneo articulado por el País Valencià y Catalunya que, inevitablemente, tenía que comportar un reencuentro cultural y tal vez, ¡vete a saber!, también nacional.

La burguesía valenciana, nacionalmente castellanizada y anclada en el folclorismo, se jugaba, pues, los privilegios adquiridos en los años de dictadura y perder las grandes oportunidades de negocio que ofrecía ser el patio trasero de Madrid del siglo XXI. Tan cierto como incuestionable es que el País Valencià ha sido, históricamente, el banco de pruebas del españolismo más jacobino, visceralmente anticatalán y extractivo de la riqueza producida por la ciudadanía valenciana. 

De aquí las esperanzas depositadas en el valencianismo de Ximo Puig y Mónica Oltra. “Xicotetes”, al ser excesivamente 'soft', según afirmaban amigos míos del sur. En todo caso, políticas suficientemente tímidas como para que hayan provocado la deserción de 120.000 votantes progresistas. Efectivamente, las iniciativas del Botànic no pretendieron ganar la batalla cultural en un País Valencià que venía de la larga noche de 20 años de Gobierno corrupto del PP (demasiado a menudo olvidamos, desde la atalaya displicente del oasis catalán, que estas dos décadas coincidieron en el tiempo con la Convergència del 3%).

Expolio fiscal

El hecho es que el Gobierno valenciano no recuperó las emisiones de TV3, no aprobó el requisito lingüístico del valenciano -nuestro catalán- para la administración pública y no se atrevió, prácticamente, ni a hacer uso del nombre de País Valencià en público. De hecho, un consejero de Compromís, Vicent Marzà, pasará a la historia por la ignominia de haber eliminado la opción, a los padres y madres valencianos, de escolarizar a sus hijos en 'línia en valencià' (que es como se denominaba la opción de inmersión lingüística en catalán en el País Valencià). De aquí, en lo sucesivo, la 'conselleria' de Cultura pasará a manos de Vox, y la de Educación a alguien que, estoy seguro, no empleará el catalán en ninguna de sus intervenciones públicas.

Y en Madrid, una vez más, no entendieron que se lo jugaban todo en convertir al valencianismo progresista en una de las palancas de su proyecto. La prueba es la soledad de Ximo Puig (además de Joan Baldoví, que ha actuado demasiado a menudo como su portavoz en el Congreso) en la denuncia, hecha siempre desde una agotadora moderación en formas y contenidos, del enorme expolio fiscal que sufre el País Valencià, solo superado por las Islas Balears y superior al de Catalunya. Una muralla de incomprensiones que no le han permitido presentar ninguna baza.

Demostración palmaria del fracaso de una España que se llama moderna e integradora, pero que esconde la sumisión de todo un pueblo, de la Sènia a Oriola, la lengua del cual ya ha salido de una estación llamada 'Herida' para llegar de la mano de PP y Vox a otra de nombre 'Muerta'.

Y todo, tal como dice el himno impuesto, para 'ofrenar noves glòries a Espanya'.

Suscríbete para seguir leyendo