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Avances y retrocesos del catalán

Ni el mapa lingüístico del siglo XXI es el de 1981 ni las políticas lingïísticas pueden ser las mismas

Un cartel de rebajas escrito en inglés, catalán y castellano, en una tienda de Barcelona.

Un cartel de rebajas escrito en inglés, catalán y castellano, en una tienda de Barcelona. / ELISENDA PONS

La última encuesta municipal de Barcelona, de 2022, recoge el dato de vecinos que tienen el catalán como su lengua de uso más habitual más bajo de la serie histórica: un 38,8%. Otras encuestas de usos lingüísticos recientes amplían el foco y sitúan los niveles menores de uso y conocimiento del catalán en ciudades como L’Hospitalet de Llobregat y Santa Coloma de Gramenet (de entre las de más de 50.000 habitantes) y, en general, en el Barcelonès Nord y el Baix Llobregat. En crudo, estas cifras pueden alimentar el debate sobre lo que se ha llegado a calificar, en algunas campañas, como de «peligro de extinción» de la lengua catalana. Pero bajar al detalle obliga a matizar las visiones más apocalípticas que renuncian a captar la realidad del país en toda su complejidad. En cifras absolutas los hablantes del catalán se mantienen o aumentan (aunque su porcentaje baje por las nuevas aportaciones demográficas), siguen transmitiendo la lengua a las nuevas generaciones y se incorporan más personas a esta comunidad lingüística. Y las cifras de conocimiento y uso de la lengua son notablemente mayores que las de catalanohablantes nativos. Lo que significa que el bilingüismo de primeras, segundas y terceras generaciones no resta, sino que suma.

Nada que ver con la imagen de una lengua en vías de extinción. Pero sí con síntomas preocupantes. Las nuevas aportaciones migratorias están entrando en contacto con el catalán en mucho menor grado y mucho más lentamente que las anteriores. Y en unas generaciones más jóvenes intensamente multilingües, el castellano está aventajando al catalán como lengua de intercambio, reforzado por su predominio en las nuevas formas de comunicación los adolescentes tienen como referencia.

Incorporar

El catalán ha ido incorporando a nuevos hablantes en sucesivas generaciones con distintos instrumentos. La utilidad como forma de integración y progreso laboral. La militancia lingüística de sus hablantes. La empatía hacia estos por parte de los recién llegados (especialmente de quienes entendieron la normalización del catalán como una más de las libertades recobradas tras el franquismo). Un referente, este, ya lejano o ajeno para las nuevas comunidades de hablantes llegados de otros lugares y en tiempos muy distintos y que en los últimos años no se han encontrado con un modelo de consenso en torno a una catalanidad compartida sino más bien lo contrario.

El mapa lingüístico del siglo XXI ya no es el mismo que el de 981. Las políticas, tampoco. Los requisitos lingüísticos en la función pública pueden servir para mantener el estatus de la lengua catalana como una adquisición útil y rentable. La escuela debe replantear sus estrategias para no desmayar en el propósito irrenunciable a que toda la población escolar adquiera el necesario nivel de conocimiento de catalán y castellano. La militancia en el mantenimiento de la propia lengua puede ser realimentada. Pero ganar terreno pasa por jugar en el terreno de los derechos y del respeto. Por conseguir, por ejemplo, que el hecho de que un funcionario deba conocer la lengua catalana sea visto como una garantía para hacer efectivos los derechos de todos a utilizar su propia lengua, no como una imposición arbitraria. Una muestra de respeto. Y los derechos, y el respeto, no pueden ser otra cosa que recíprocos. Algo que nunca se puede olvidar si no se quiere alienar voluntades más que incorporarlas.