Ágora | Artículo de José Mansilla y otros autores

Propuestas para un debate en torno al turismo de Barcelona

Continuar creciendo turísticamente, sea con visitantes de poder adquisitivo o desconcentrando la actual presión, no es viable. Nos condena a incrementar los riesgos en un contexto de crisis climática y energética

El Gobierno augura que España marcará este año un nuevo récord histórico de turistas.

El Gobierno augura que España marcará este año un nuevo récord histórico de turistas.

José Mansilla

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Barcelona es y será una ciudad turística. Si en los 80 la transformación de la economía urbana se perfilaba en torno a los servicios, tras la crisis de 2008 el turismo ganó peso. En 2019, el sector suponía el 12,9% de su PIB y empleaba a 131.000 trabajadores, el 12,5% del total. Las dinámicas de colaboración público-privada fueron potenciadas desde los años 90, algo que ha generado graves consecuencias e impactos en la población barcelonesa. Durante la pandemia del covid-19, la especialización turística supuso la ruina de autónomos y pymes, desempleo para gran cantidad de trabajadores, y miseria y desesperación de muchas familias. Ante la situación, surgieron voces que señalaban la necesidad de repensar el turismo; pues bien, repensémoslo.

Continuar creciendo turísticamente, sea buscando visitantes de mayor poder adquisitivo o desconcentrando la actual presión, no es viable. Nos condena a seguir incrementando los riesgos en un contexto de crisis climática y energética. Lanzamos aquí propuestas de contención, decrecimiento y transformación turística ante la contienda electoral en Barcelona. 

El Pla Especial Urbanístic d'Allojaments Turístics habría que llevarlo más allá de las actuales limitaciones, en nuevos establecimientos turísticos -el decrecimiento natural no existe-, y en territorios. Repartir el turismo por la ciudad -o por el área metropolitana- es también crecer

Deberían ser implementados y monitorizados planes de usos que, en determinadas zonas, restringieran la restauración. Una medida que debería ir acompañada de una nueva ordenanza de terrazas, porque son un mecanismo de limitación y privatización del espacio urbano. 

Las políticas turísticas han de ser exclusivamente desarrolladas por la administración pública de forma directa. Es necesario eliminar el Consorci Turisme de Barcelona, entidad financiada con dinero y concesiones públicas, pero gestionada siguiendo intereses privados. Su función es, básicamente, atraer más visitantes internacionales -más vuelos y cruceros-, lo que es una irresponsabilidad. Igualmente, el consistorio debe ejercer toda la influencia posible para limitar el crecimiento del aeropuerto y el puerto

Respecto al trabajo turístico, caracterizado por su precariedad, habría que fortalecer con recursos y capacidad de actuación a los Puntos de defensa de Derechos Laborales, creados por el Ayuntamiento en 2016. Dan orientación y asesoría laboral a los trabajadores, y pueden gestionar denuncias ante la Inspección de Trabajo.

Finalmente, hemos de pensar en alternativas laborales y productivas: potenciar polígonos industriales, impulsar pequeños y medianos talleres, etc., pero también diseñar e implementar un ocio/turismo pensado por y para los propios barceloneses. Una de cada cuatro familias no se puede permitir una semana de vacaciones al año. Sería una alternativa de proximidad a las actuales dinámicas de crecimiento, y podría ser el pilar sobre el que construir una nueva forma de entender el ocio/turismo, manteniendo, a la vez, parte de los empleos y actividad. 

Estas y otras medidas, lejos de los cantos de sirena de la seguridad, el incivismo o la falta de iluminación, deberían estar sobre la mesa para un debate en torno al turismo de 2023.


Firman este artículo Jose Mansilla, Ernest Cañada, Daniel Pardo, Martí Cusó, Sergi Yanes y Andrés Antebi

Grupo de Investigación e Intervención Turística (GIIT) - Barcelona