A propósito de Tosca, el Liceu y Pasolini
Albert Sáez
Director de EL PERIÓDICO
Soy periodista. Ahora en EL PERIÓDICO. También doy clases en la Facultat de Comunicació Blanquerna de la Universitat Ramon Llull.
Albert Sáez
La ópera, como casi todas tradiciones culturales en la era digital, vive en un permanente peligro de extinción. Trata de evitarlo de dos maneras: convirtiéndose en una actividad elitista y minoritaria que conserva la pureza de la tradición para unos pocos o tratando de captar nuevos públicos a costa de admitir determinadas heterodoxias. La primera opción es más cara y más segura. La segunda es más arriesgada, sobre todo para los que olvidan que la ortodoxia de hoy fue la transgresión de ayer.
El Liceu de Barcelona ha recuperado pulso. Sus estrenos vuelven a superar los muros del coliseo de la Rambla. El último episodio se ha vivido con el estreno de una versión de Tosca que rinde un transgresor homenaje a Pasolini y que ha provocado una revitalizante polémica entre los amantes de la pureza del género y los partidarios de la experimentación. Una lucha sin cuartel entre pitidos y aplausos digna de una gradería de fútbol. Expertos tiene la ópera para juzgar el resultado del invento, pero incluso en el caso de que fuera un fracaso tendría nuestro aplauso. El tema es renovarse o morir porque no renovarse no es ni una opción.
Este tipo de polémicas, lejos de debilitar a las instituciones culturales las robustecen. El caos, la controversia, son signos de vitalidad mientras que la apatía conduce a la insignificancia. Hay algo peor que los espectadores guardianes de la ortodoxia silbaran al inicio del segundo acto de Tosca, y es que nadie hubiera levantado la voz. La apuesta es arriesgada como deben saber los que la han promovido, pero el que no se arriesga nunca consigue los objetivos que persigue. El Liceu se está revitalizando. Eso lo saben los que el jueves gritaron y también los que aplaudieron. Esta Tosca, la ópera cooperativa con los vecinos del Raval, el abono en 'streaming', la apuesta por nuevos valores y por nuevos públicos pueden resultar controvertidos. Es la mejor noticia. Lo contrario, la parálisis o la apatía serían síntomas de una esclerosis que podría acabar en necrosis. Y eso es lo que está esperando mucha gente dentro y fuera de Barcelona. Una nueva señal de decadencia que no se puede permitir la ciudad como tampoco se puede permitir sostener con dinero público algo que solo interese a los que ya no pueden sostenerlo solos.
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