La sucesión de Casado

Crisis en el PP: Galicia no es España

Feijóo deberá competir en un sistema de partidos muy distinto al que está acostumbrado, altamente fragmentado y en el que su espacio político está muy amenazado

El segundo pie de Feijóo

El segundo pie de Feijóo

Astrid Barrio

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

El Partido Popular se halla sumido en la crisis más profunda de su historia. Se trata de una crisis multidimensional cuyo último episodio -la renuncia de Pablo Casado y la convocatoria de un congreso extraordinario para elegir a un nuevo presidente del partido como consecuencia de la denuncia por parte de la dirección del supuesto trato de favor de la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, hacia su hermano en la compra de mascarillas en plena primera ola de la pandemia y la reacción de Ayuso acusando la dirección de espionaje y de juego sucio- no ha sido más que la mecha que ha hecho prender la llama de un conflicto largamente gestado. 

Desde que en junio de 2018, a causa de la corrupción, Mariano Rajoy fue súbitamente desalojado del poder por la moción de censura que llevó a Pedro Sánchez a la Moncloa, los populares no han acabado de encontrar su sitio ni han sido capaces de definir una estrategia coherente, unas circunstancias que no solo se explican por la impericia de la nueva hornada de dirigentes con Pablo Casado a la cabeza. Como mínimo hay dos factores explicativos más. En primer lugar, el impacto del profundo cambio que ha experimentado el sistema de partidos en España en los últimos años que ha llevado al PP a ver amenazado, por primera vez desde su nacimiento en 1989 con la refundación de Alianza Popular, su territorio de caza electoral por la emergencia de competidores. Ya en 2015 el espacio de centro se había empezado a achicar por la presencia de Ciudadanos y desde las elecciones andaluzas de 2018 Vox se ha convertido en un rival electoralmente competitivo a su derecha. El PP, en consecuencia, y con permiso del efímero UPyD, ha dejado de ser el único partido a la derecha del PSOE, el gran logro del viaje al centro emprendido por José María Aznar en los años 90 y que culminó con la desaparición del centrismo encarnado por el CDS. Y por otro lado, porque por primera vez en la historia del PP el relevo de su líder, Rajoy, tuvo lugar de manera disputada y haciendo gala de una notable división interna. Casado fue el primer -y quizás sea también el último- dirigente popular en acceder a la presidencia del partido por medio de un proceso de primarias y habiéndolo hecho solo con el aval del 57% de los votos.

Un entorno cambiante e incierto, así como un liderazgo frágil y muy pronto desafiado por figuras emergentes como Ayuso, se convirtieron en una combinación explosiva que propició bandazos estratégicos: de la foto de Colón que aunaba la derecha y centro-derecha a desmarcarse de Vox en la moción de censura o de aceptar antiguos miembros de Vox en el Gobierno de Murcia a tratar de evitar la implicación de Vox en el futuro Gobierno de Castilla y León.

En medio de la actual crisis los barones territoriales del PP han dado la espalda a Casado y unánimemente han dirigido sus miradas al presidente de la Xunta de Galicia, Alberto Núñez Feijóo. Y lo han hecho seguramente porque en su fuero interno anhelan lo que Feijóo tiene en Galicia, es decir, la reminiscencia de un pasado que fue pero que ya no volverá al conjunto de España. Es decir, un sistema de partidos que apenas se ha movido, con nula presencia de los nuevos partidos y con una absoluta hegemonía de un PP que ha sido capaz de contener tanto a Vox como a Ciudadanos. Pero Galicia no es España. De hecho, España se parece mucho más a Madrid, aunque quizás no tanto como cree Ayuso. Pero al menos Feijóo suscita consensos internos, que ya es más que el punto de partida del que gozaba Casado, aunque su modelo no sea extrapolable. El futuro líder del PP disfrutará de unidad interna, lo cual es muy útil en términos de legitimidad y de estabilidad. Pero eso no le evitará tener que diseñar un estrategia para competir en un sistema de partidos muy distinto al que está acostumbrado, altamente fragmentado y en el que su espacio político está muy amenazado, no ya por Ciudadanos, en horas bajas, pero sí por Vox, el partido que va camino de convertirse en el partido tribunicio de la derecha. Y estos partidos que son muy útiles desde el punto de visto sistémico cuando no se les necesita para el gobierno son peores que una plaga bíblica, como se ha visto en Catalunya con la CUP, si los gobiernos depende de ellos. He ahí el reto de Feijóo. 

Suscríbete para seguir leyendo