Pandemia

Sarpullidos de vanidad

Los que pidieron el cierre de las escuelas ni siquiera admitieron luego su patinazo y, mucho menos, afrontaron una disculpa pública o asumieron responsabilidad alguna

Alumnos de un colegio de Barcelona, con mascarilla por el coronavirus

Alumnos de un colegio de Barcelona, con mascarilla por el coronavirus / periodico

Sergi Sol

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Afortunadamente, diríase que la crispación y (en menor medida) el alarmismo a cuenta del coronavirus han quedado atrás. Justo estos días hará un año que un nutrido grupo de sabios gestaba un manifiesto para cerrar las escuelas. Esto es, para prorrogar generosamente las vacaciones navideñas 'sine die'. Hoy, visto con perspectiva, podemos alegrarnos que el Govern y su consejo médico hicieran caso omiso de tamaño despropósito, perpetrado por algunos de nuestros ya mediáticos científicos que, a cuenta de la pandemia, se hicieron populares como tal vez nunca soñaron.

Lo de cerrar a cal y canto la escuela no sucedió porque la comunidad escolar, los pediatras y una parte del Govern no secundaron la propuesta. Qué decir cabe que, si hubiera ocurrido alguna desgracia, los habrían crucificado, empezando por el hoy 'conseller' de Educació, González-Cambray, que se prodigó en entrevistas defendiendo sin complejos la vuelta al colegio. Los que decidieron abrir las escuelas se habrían comido un marrón de narices. Y, por supuesto, unos (pediatras destacados, por ejemplo) habrían visto mermado su prestigio y otros (los que finalmente tomaron la decisión) su carrera institucional. No se amilanaron, no cedieron a la campaña y los escolares volvieron felizmente a las aulas. ¡Gracias a Dios!

Pero, en cambio, los que exigieron una medida que habría golpeado a una economía ya maltrecha y tal vez arruinado el curso escolar de centenares de miles ni siquiera admitieron luego su patinazo y, mucho menos, afrontaron una disculpa pública o asumieron responsabilidad alguna.

A cuenta de la pandemia hemos visto cómo se hacía política, la peor política, y no siempre precisamente por parte de políticos que, como todo colectivo, tiene sus más y sus menos. También hemos descubierto la vanidad infinita de reputadas eminencias, que no han dudado en saciar su vanidad, acaso su irresistible afán de protagonismo. Hay de todo en la viña del Señor, como no es menos cierto que en todas partes cuecen habas. 

La pandemia también ha sacado a relucir lo mejor y lo peor de cada orilla. Suele ocurrir que, cuando se nos pone a prueba, es cuando realmente demostramos de qué pasta estamos hechos. Y no siempre el prestigio de que gozamos se corresponde con la verdadera medida de nuestro yo.

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