Adaptación de un sector económico

El futuro del pequeño comercio

El consumidor que estos días compra por internet no volverá a ser un asiduo de las tiendas de su barrio, pero tampoco prescindirá de ellas. La clave está en lo que estas sean capaces de ofrecer cuando se acabe la pandemia

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Antonio Argandoña

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“Nada será igual después del coronavirus -dicen muchos-, pero no sabemos cómo será lo que vendrá después. Solo sabemos que tendrá un componente tecnológico mucho mayor”. Tienen razón: la pandemia va a cambiar el uso que hacemos de la tecnología y, con ello, el futuro de muchos sectores. Por ejemplo, del comercio local, que está experimentando pérdidas enormes con el confinamiento y la competencia del comercio 'on line'.

Pero el declive del comercio al detall viene de lejos. En el fondo, es la vieja tesis de Schumpeter: la innovación provoca la destrucción creativa; aparecen nuevos productos, nuevos fabricantes y nuevas ofertas que desbancan a las antiguas. La globalización trajo productos de otros países que desbancaron a las industrias locales, bajaron los precios y pusieron en dificultades a los pequeños comercios. Los centros comerciales sustituyeron al comercio de proximidad por la variedad de sus ofertas y sus precios atractivos. Y el comercio 'on line' se hizo presente en el móvil o en el ordenador de los hogares, con propuestas atractivas y precios bajos. El coronavirus ha sido simplemente un clavo más en el ataúd del pequeño comercio, al reducir las rentas de muchas familias, alejar a los turistas, acelerar la digitalización de las ventas y confinar a los compradores en su domicilio.

Pero esto no quiere decir que el pequeño comercio vaya a desaparecer. Hace unos días recibí en mi móvil una oferta para comprar aceite de un distribuidor andaluz, que me ofrecía calidad, precio y rapidez en el suministro. Ahora muchas tiendas pequeñas aceptan pagos 'on line', usan portales de compra y prestan servicio a domicilio; los restaurantes, también los de alto 'standing', sirven comidas a domicilio, y todos amplían la gama de sus productos para captar más clientes. 

Caída de los alquileres

Claro que el pequeño comercio va a cambiar mucho, pero no podemos verlo solo como un problema de la oferta tradicional afectada por un cambio en la demanda y en la tecnología. Van a cerrar muchas tiendas, pequeñas y grandes, lo que está provocando un problema de exceso de oferta de espacio. El alquiler de estos establecimientos se va a reducir considerablemente, lo que, acompañado por las dificultades de las familias para pagar sus arrendamientos, está provocando dificultades en el sector inmobiliario. Y alquileres menores volverán a llamar a la puerta de los innovadores para ofrecerles oportunidades para sus negocios. 

Los problemas del pequeño comercio no vienen solo de la venta 'on line' y del coronavirus, sino de otros factores, como altos costes de arrendamiento, competencia en las zonas comerciales y cambios en el tamaño y la composición de la población. Hace años, el centro de las ciudades se vació de familias, lo que atrajo a un tipo de comercio de mayor nivel, pero alejó al popular, de barrio; con la caída del empleo, esos barrios se verán afectados ahora por la pérdida de poder adquisitivo de sus habitantes, no de todos, pero sí de muchos de ellos. Y esto volverá a provocar deslizamientos en el comercio. Los lugares con alta densidad de población y movimientos en sus calles seguirán siendo atractivos, pero esas no van a ser, necesariamente, las localizaciones con éxito comercial en el futuro. 

La pandemia no es 'la' causa de la crisis del comercio local, ni tampoco lo es el 'e-comercio'; ahora hay que tener en cuenta también la crisis de la vivienda, los problemas del transporte en las ciudades y la facilidad o dificultad de los servicios públicos y privados de la zona. El consumidor que estos días compra desde su casa por internet no volverá a ser un asiduo de las tiendas de su barrio, pero tampoco prescindirá de ellas. La clave está en lo que el pequeño comercio sea capaz de ofrecer a sus clientes cuando se acabe la epidemia y, sobre todo, en los siguientes meses y años, cuando los consumidores rehagan sus planes de compra y cambien sus rutinas comerciales –o vuelvan a las antiguas, lo que me parece que se producirá solo en parte-. 

En definitiva, el pequeño comercio debe mostrar imaginación y creatividad; sus proveedores deben ser también innovadores a la hora de ofrecerle los medios que necesita para hacer frente a sus retos. Y las autoridades deben replantear sus políticas de edificabilidad, de transportes y servicios, de impuestos y tasas, de forma que consigamos una ciudad sostenible, cómoda, agradable, con buenos comercios a nuestro alcance, sea en la esquina, sea en un almacén lejano.