Guerra comercial
China y EEUU a bofetadas, el resto, de espectadores
La historia nos muestra cómo previo al estallido de muchos de los grandes conflictos, también se pensaba que no irían a más
Jordi Alberich
Economista
Jordi Alberich
El último episodio de la guerra comercial en la que van sumiéndose Estados Unidos y China viene a confirmar diversas tendencias de ese nuevo, y confuso, orden que parece emerger.
En primer lugar, y por si aún quedaba alguna duda, los dos únicos grandes actores globales son, precisamente, EEUU y China. Y no solo por el peso de sus respectivas economías sino que, aún más, por ser los únicos con capacidad y vocación hegemónica. Los norteamericanos se resisten a ceder o compartir su indiscutible liderazgo, mientras que los asiáticos aspiran a alcanzarlo. De hecho, la gran batalla en la que se hallan enzarzados no es tanto la comercial como la tecnológica, convencidos de que, con todos los avances que se avecinan, quien lidere la tecnología se convertirá en potencia hegemónica.
En segundo, estamos ante la eclosión de efectos no deseados del proceso de globalización económica que se inicia con la caída del bloque soviético, en 1989, y que se acelera exponencialmente con la entrada de China en la OMC en el 2001. El descontento en el mundo occidental, incubado durante años, va emergiendo y, a menudo, de forma descontrolada. En el caso que nos ocupa, el presidente Trump ha sabido capitalizar el malestar de aquellos norteamericanos que se sienten perdedores en el nuevo contexto.
Dictadura política
A su vez, una economía tan abierta y global requiere de instituciones también globales para su buena regulación y gobierno. Y no es el caso. Deberían ser esas instituciones las que señalaran que el estatus de China es insostenible. A esta se le otorgó, en su momento, una consideración singular, dada su condición de país en vías de desarrollo y su supuesta voluntad por transitar hacia una economía abierta en un marco democrático. Sin embargo, esa singularidad persiste cuando se ha convertido en una potencia económica global soportada, en muy buena parte, en su peculiar dictadura política.
Finalmente, este episodio es de una naturaleza e intensidad muy preocupante. La barrera arancelaria que ha impuesto EE.UU. no es simbólicabarrera arancelaria, como tampoco la amenaza china de transitar de una guerra comercial a una de divisas a la que, de momento, parecen apuntarse diversos países asiáticos. Además, todo ello viene a coincidir en un momento en que se multiplican las señales de desaceleración global. Una dinámica que puede perjudicar a todos y, entre ellos y de manera destacada, a los europeos.
Y dado que, precisamente, el que todos podemos salir perdiendo lleva a pensar que, finalmente, las partes no tardarán mucho en alcanzar un acuerdo sensato, convendría recordar cómo este argumento no siempre ha funcionado. La historia nos muestra cómo previo al estallido de muchos de los grandes conflictos también se pensaba que no irían a más. Sin embargo, la suma de agravios y provocaciones llevó a que unos y otros cayeran por el abismo, sin acabar de entender cómo fue posible. En cualquier caso, dado que estamos en tiempo de vacaciones, mejor no amargarse y confiar en que la historia no se repita. ¡Buen verano!
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