TRIBUNA

El segundo 21-D y el segundo 155

Salga como salga el nuevo 21-D, el doble relato de la violencia y el pacifismo, que es lo más importante de esta etapa del conflicto, está escrito y no variará

Ilustración de Leonard Beard

Ilustración de Leonard Beard / periodico

Xavier Bru de Sala

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Más que una fecha clave, el 21-D será un banco de pruebas y un termómetro. La batalla final, si es que el desenlace no es producto de un pacto, se aproxima pero no sabemos si a un ritmo de meses o de años. Al día siguiente del test, solo un día después, podremos valorar si se acerca más el 155 que los chalecos amarillos con estelada en versión insurreccional.

Quien más sufrirá es el camino del medio, desacreditado una vez más. La jornada de protestas por el Consejo de Ministros en Barcelona es ante todo una muestra del fracaso de la estrategia de desescalada del conflicto, un fracaso del diálogo y de la solución acordada. El famoso nuevo encaje de Catalunya en España está más lejos que nunca.

Una tercera vía siempre puede abrirse camino, pero hoy por hoy las opciones que están sobre la mesa son o 155 o independencia. A un lado, unos pretenden que el nuevo 155, acompañado de una fuerte ola represiva, es el único freno a las aspiraciones soberanistas de los catalanes. En el otro, los que dan plena validez a las urnas del 1-O consideran que la Generalitat autonómica es un impedimento que sólo retrasa el deseado momento de la insurrección.

Un termómetro

No basta con decir que el 21-D es un termómetro si no determinamos antes qué debe medir y cómo se debe leer. El termómetro tiene dos columnas, como los de máxima y mínima. En una, la cantidad de gente que se moviliza. En la otra, las escenas de violencia. Mucha gente y pocos golpes de porra igual a gran éxito del independentismo impaciente. Y viceversa, poca gente y unas cuantas imágenes para la prensa internacional, gran fracaso de los irreductibles. Se supone que los Mossos habrán recibido instrucciones de actuar con contención ante los manifestantes cívicos y con dureza frente a los que lleven la cara tapada, a ver si se la destapan a algún infiltrado.

El otro dato de relieve especial será la fotografía de Pedro Sánchez y Quim Torra. Para saber si la foto perjudica más a un presidente o al otro se precisa un analista mucho más fino y más desapasionado a la hora de escribir que este articulista. Tanto Sánchez como Torra pierden votos y legitimidad para liderar el pulso. Aun así, tendrán que hacer de tripas corazón, porque la no-foto es mucho peor que la foto. Incluso Jordi Sànchez, el nuevo líder del espacio que Torra representa, recomienda que se entrevisten. Mientras tanto, su gente, en la calle con la cara destapada y con actitud muy pacífica. Si al presidente le toca desacreditarse, no le vendrá de aquí. Oriol Junqueras, en cambio, invita a sus huestes a quedarse en casa, mantener los puentes del diálogo y reservar las energías de la movilización popular para una ocasión más propicia.

Salga como salga el nuevo 21-D, el doble relato de la violencia y el pacifismo, que es lo más importante de esta etapa del conflicto, está escrito y no variará. La idea de la kale borroka  catalana ha cuajado en España, y los medios y los políticos que se han ocupado de ello no se echarían atrás ni que no hubiera un solo incidente. Y viceversa, los autores del relato del pacifismo buenista y el máximo escrúpulo democrático no lo matizarán ni por unos cuantos porrazos. Sin embargo, tanto la ciudadanía como la prensa internacional tomará nota de la violencia, si la hay, y la cargarán en la cuenta de los protagonistas. Atención pues a los encapuchados independentistas, y aún más atención a la violencia de falsa bandera, a la de los fachas con estelada y pulserita rojigualda, porque les puede salir fatal.

Forzados cada uno por los radicales de su bando, los dos líderes de la tregua y el simulacro de negociación, no de la solución, que son Pedro Sánchez y Oriol Junqueras, lo tendrán más difícil después del 21-D. Ambos pretenden frenar el nuevo 155 y consolidar una cierta normalidad, ya veremos si lo conseguirán o si, en última instancia, Sánchez se ve forzado a aplicar medidas centralizadoras como el control de los Mossos o un 155 "suave".

Tumulto popular

En el siglo XVII, la "Unión de Armas" pretendía reducir la España periférica a las leyes de Castilla. El método, preparar un ejército, provocar un "gran tumulto popular y con este pretexto comenzó la represión". Salió mal. Un siglo más tarde, con el Decreto de Nueva Planta, un Borbón hizo realidad las aspiraciones de los Austria. Hasta la Guerra Civil, Catalunya no fue sojuzgada de nuevo. Si alguien cree de verdad que un nuevo 155, sin una devastación equivalente a la de 1714 y 1939, puede conllevar la derrota del soberanismo y una larga etapa de sumisión catalana, le está haciendo un flaco servicio a su España y, muy probablemente, un gran favor al independentismo.