Dos miradas de verano

Abuelos y ensaimadas

Josep Maria Fonalleras

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Hay una sola cosa peor que hacerse mayor y ser consciente de ello: celebrarlo con un crucero por el Mediterráneo. La apariencia de todos los abuelos que se embarcan en una tragedia colectiva como esta es afable, casi feliz. Se han desprendido no solo de los lazos con la tierra sino de los que tienen con los hijos y los nietos, al menos de manera temporal. Ya no hay por qué sufrir por contingencias cotidianas o laborales. Simplemente navegarán unos días dispuestos a satisfacer los instintos más primarios, que se concentrarán básicamente en dos partes de su cuerpo: el estómago y las piernas. Es decir, comerán y bailarán, que son las dos actividades más excitantes en cualquier crucero del mundo. Pero llegará el día en que desembarcarán. Llegarán cargados de regalos para todos. La lástima es que esta vez no hayan decidido ir a Mallorca, porque las ensaimadas son el recurso evidente y fácil. Han tenido que comprar camisetas para los pequeños y unos pendientes de cristal de Murano y un cenicero, también de Murano, para los chicos. Con lo fáciles que son las ensaimadas.

Ahora que han vuelto, tendrán a los nietos unos días. Cuando llegue el otoño volverán al paraíso de los bufetes libres y de las sesiones de baile. Quizá en un hotel de Mallorca, ahora sí. Y entonarán la canción de moda en el submundo de la jubilación:La abuela fuma, bebe y baila y hace siempre lo que quiere. Al volver, ahora sí, ensaimadas.