Opinión | editorial
Barcelona, ante los nómadas urbanos
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El notable aumento, en los últimos meses, del volumen de personas asentadas de forma permanente en plazas y callejones en Barcelona está causando malestar e incluso inquietud en no pocos ciudadanos, que ven cómo el espacio público queda okupado por colectivos que en ocasiones llegan a suponer un problema de seguridad. El clima favorable, el auge del turismo alternativo y barato y una nueva indigencia producto de la crisis económica son una potente mezcla favorable a ese fenómeno, que si antes era casi exclusivo de Ciutat Vella ahora se da también en otros barrios.
Barcelona ha presumido siempre de acogedora, y la condición de ciudad de referencia del sur de Europa que ha adquirido en los últimos años le ha conferido un magnetismo extraordinario. Para lo bueno -el turismo convencional y el de negocios- y para lo no tan bueno -el tipo de población desarraigada que ahora causa desasosiego-. Y lo peor sería que una indeseada circunstancia nueva arrinconase los viejos, pero no caducos, valores de apertura, hospitalidad y cortesía.
Pero sentada esta premisa hay que añadir de inmediato que eso no puede suponer en ningún caso el menoscabo del derecho de los barceloneses a la tranquilidad y al libre y adecuado uso del espacio ciudadano. Generosos, sí, pero no hasta el punto de tener que renunciar al disfrute de la calle porque hay quienes se han aposentado en ella. Porque no en todos los casos se trata de personas sin posibilidad de pernoctar bajo techo. En este sentido, hay que resaltar que el ayuntamiento ofrece 748 camas para el cobijo de indigentes, lo que supone un esfuerzo no despreciable. Como esa capacidad no puede aumentar de forma extraordinaria ni sería una solución automática, es lógico que las autoridades piensen en frenar el fenómeno mediante otras medidas: desde disponer el mobiliario urbano de forma que dificulte los campamentos hasta una mayor presión de la Guardia Urbana.
Una ciudad compacta y mediterránea como Barcelona no será nunca una apacible pero tediosa urbe centroeuropea, y la gestión y el uso del espacio público generarán siempre fricciones. Pero la capital catalana debe poner coto al deterioro actual si no quiere correr el riesgo de morir de éxito.
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