El epílogo
Desafíos para Rosell
Enric Hernàndez
Director
Director de EL PERIÓDICO desde el 2010 y licenciado en Ciencias de la Información por la Universitat Autònoma de Barcelona. En 1998 se incorporó al diario como redactor jefe de Política en Madrid. Un año más tarde, asumió la jefatura de la delegación y, en el 2006, fue nombrado subdirector. También trabajó en 'El País' como director adjunto y en el diario 'Avui', donde inició su carrera profesional.
ENRIC Hernàndez
El asiento reservado al presidente en la tribuna del Camp Nou es sin duda el trono más codiciado en Catalunya. Si los políticos deben lidiar con los problemas reales de los ciudadanos, a riesgo de defraudar sus expectativas, el presidente del Barça solo debe preocuparse de cumplir los sueños (siempre irracionales) de la afición culé. La tarea no es sencilla, pero sí mucho más grata que recortar gastos sociales o subir impuestos. Ungido de un poder poco menos que divino, el emperador azulgrana recibe a las autoridades como si de humildes gobernadores se tratara, exhibiéndose en horario de máxima audiencia ante el público que llena el estadio para disfrutar del circo futbolístico.
Sandro Rosell, nítido vencedor de las elecciones celebradas ayer, ocupará ahora esta poltrona. Desde hace cinco años, cuando dimitió como vicepresidente, venía preparándose para sustituir a Joan Laporta, y esa larga labor de zapa explica en buena medida la contundencia de su triunfo de anoche. No en vano fue el primero en aglutinar los recelos de muchos socios respecto al mandato de Laporta, cuyas sombras, hasta ahora eclipsadas por los éxitos deportivos, se proyectarán en el futuro si este da el salto a la política.
La palabra dada
Si la entronización de Laporta sepultaba un cuarto de siglo de nuñismo, la de Rosell le conmina a convertir la presidencia del Barça en una figura eminentemente institucional, gestualmente contenida, alejada de cualquier histrionismo y capaz de preservar al club de las diatribas partidistas. Tal ha sido la conducta del candidato durante una campaña no exenta de malas artes, y nada justificaría que ahora la arrogancia volviera a empañar el cargo. Por imponente que sea el imperio, el cesarismo tiene que ser desterrado.
En honor a la palabra dada «mirando a los ojos», Rosell deberá cumplir sus promesas de transparencia
–sin ocultar nada que de turbio halle en el club– y de mantener la neutralidad, incluso cuando sus desacomplejados aduladores le pasen la factura de las alabanzas bajo la amenaza de reemplazarlas por invectivas. Por sus hechos será juzgado.
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