Literatura

Marta Barrio: "En las cartas de los abuelos hay un sentido de la esperanza que no tenemos hoy"

La escritora y editora Marta Barrio publica 'No volverán tus ojos a mirarme', una novela en la que una adolescente se adentra en el mundo adulto a través de la reconstrucción de la extraordinaria historia de amor de sus abuelos

La escritora Marta Barrio.

La escritora Marta Barrio. / Zowy Voeten

Juan Cruz

Juan Cruz

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Quien toca este libro toca a la vez muchas vidas: la de la autora, nieta de aquellos que son ahora sus personajes; la de la familia entera, presente desde antiguo en las cartas que le han servido de material de la memoria a la que se refiere, y la suya propia, pues las cartas de amor que ella ha reconstruido son verdaderas, delicadas o divertidas, insólitas, entre dos personas que en los años cuarenta y cincuenta del siglo pasado eran enamorados y luego fueron amantes, enfermos y, finalmente, recuerdo. 

Cuando se repartieron los recuerdos, los objetos de la casa común, ella, la autora, Marta Barrio (New Haven, Estados Unidos, 1986), editora y escritora, ganadora del premio Tusquets de Novela (con 'Leña menuda', 2021) y ahora publicada de nuevo por Tusquets, decidió quedarse con las cartas… Ahora ese tesoro es la esencia de la novela 'No volverán tus ojos a mirarme'. 

De esta joya que parece sacada de una gaveta llena de amor y de música hablamos en un hotel de Madrid al que ella llega como nieta y como madre, en este caso acaba de dejar a sus hijas en la escuela. 

¿Qué sensación tuvo al escribir este libro?

Nació en el funeral de mi abuela. Mi abuelo me pidió que escribiera unos textitos que se me quedaron cortos… Soy la primera nieta, la favorita, había crecido con ellos y eran un modelo para mí, cada uno a su manera. Yo quería ser más como mi abuelo, porque fue más exitoso profesionalmente, viajaba por todo el mundo, nos contaba historias sobre estos viajes; y mi abuela había criado a seis hijos. Con el tiempo le he visto la gracia a lo que ella hacía. Yo he tenido hijas, las he disfrutado muchísimo y ha cambiado mi perspectiva: veo menos atractiva esa vida masculina y le he visto el placer a lo doméstico, a la intimidad y a la crianza. Cuando muere mi abuela afrontamos el doloroso proceso de desmontar una casa. Y encontramos unas cartas. Eso fue lo único que yo quise quedarme para descubrir esas vidas y todo aquello que no les quise preguntar en su momento. 

¿Hasta qué punto se ha transmutado usted en las cartas?

Creo que hacemos propio lo leído. Cada uno lee en función de su propia biografía porque la literatura puede ser como un espejo. De esas cartas lo que más me ha costado ha sido seleccionar y armar un arco narrativo. Me he transmutado porque he cogido aquello que más me interesaba. Quizá habría salido un libro totalmente distinto si este ejercicio lo hubiera hecho otra persona.  

¿Dónde está usted en este libro?

En todas partes y en ninguna. Mi alter ego sería la figura de la niña que descubre el amor, unos usos amorosos de una época totalmente distinta a la suya, que experimenta su primer beso, el deseo, pero también la pérdida. Es una novela sobre el amor y la pérdida: todo lo que se ama, en algún momento se pierde, pero merece la pena. La vida es amar en el momento preciso del presente y asumir que en un futuro todo se va a descalabrar. Pero no pasa nada por eso. 

Hay hechos políticos, culturales, modos de vivir… ¿Qué le sorprendió de la vida de sus abuelos para peor o para mejor?  

Peor, que a mi abuela la sacaron muy pronto del colegio, frente al resto de sus hermanos, que estudiaron una carrera. Era un reflejo de la realidad social de la época. Siempre pienso qué habría sido de ella ahora porque le gustó mucho leer, tenía ideas propias y una personalidad muy fuerte. Y lo mejor, ese sentido de futuro y esperanza de entonces que parece que no tenemos hoy. El cambio climático, la precarización de la vida laboral y las condiciones materiales han ido mermando el futuro. En 2050 todo va a ser terrible y a veces es difícil no tener ansiedad ecológica frente a esto. 

¿Qué guarda de las cartas que usted misma escribió? 

En esta novela incluyo una postal que yo le mando a mi abuelo y que encontré entre su gran colección de postales. En ella le contaba que teníamos un perro, que me gustaban las olas pero que a mi hermano le asustaban. Este año mi hija le mandó su primera postal a mi madre desde Cádiz: “Hola abuela, he cogido muchas conchas, me han encantado”. Es una forma de decirle que está pensando en ella, un testimonio, un gesto de amor. 

¿Ya no escribe cartas usted?

No. Escribí algunas en su día y las que me enviaron no las conservo, quizá por despecho o por hacer tabula rasa. Cuando estaba escribiendo este libro, una compañera de trabajo, perfecta en todo, más joven que yo, que nunca había enviado una carta, me preguntó dónde iban el sello y el remitente. Era para una comunicación oficial. Ella lo había vivido todo con Internet, a golpe de teclado, no había escrito ni mandado nunca una carta. 

¿Sintió que las cartas de sus abuelos debían tener también su propia respuesta?

Me dio mucha pena no tener un interlocutor en ese momento para que me relatase aquello de viva voz, sólo tenía a mi tía-abuela Mercedes, de más de noventa años, la única que me queda viva de esa generación. Fui a visitarla y me encontré con una mujer súper lúcida y con una mirada muy libre con respecto a la educación que había recibido. La incluí como un contrapunto irónico porque tenía una voz que merecía ser resguardada, y porque pensé que si no se registraban esas memorias que ella me contaba se iban a perder para siempre: es el servicio social de la Falange, la puesta de largo, conocer a Franco “levemente”… Toda una serie de vivencias que me parecieron tener un valor testimonial y documental, aparte del puramente literario, porque tenía una voz muy rica.

Como mujer nacida con la transición, ¿qué le parece la vida de ellos?

Lejana... Ajena, un territorio lejano, quizá por eso yo tenía tanta curiosidad… Al final las circunstancias nos determinan a todos y la maravilla era que ellos hablasen de esa forma tan libre, que tuvieran esa intimidad no protocolaria en las cartas, como de lo más moderno con respecto a las cortapisas que imponía la sociedad de la época. Es una relación muy humana y muy fuerte, él incluso se enfada cuando a ella no la cuidan o la familia le echa en cara sus dispendios empujándola a que se casara ya, mientras él quería obtener primero el diploma de Ingeniero y casarse cuando pudiera proveer a la familia y ocuparse de ella. En esta larga espera, porque este libro al final es una larga espera, él la anima, le anuncia que van a tener un futuro espléndido y que va a hacer todo lo que ella quiera, le da dinero cuando no tiene, le dice que compre libros, es súper moderno para la época. Me hacía mucha gracia que estuviera tan enfadado con los militares y que hablase de la mili como de “un cochino servicio a la patria”. Siempre pensé que mi abuelo era conservador y tal vez no lo fue tanto, pues esto lo dijo en 1952.

La vida era conservadora. 

Sí, y ellos hacían lo que podían dentro de ese marco. Quizá es lo que más he descubierto en este libro, también por lo que me dice Mercedes, no podían hacer más con el decoro y recato de la época. Mercedes decía: “Las mujeres ponían un poco de su parte, se las arreglaban como podían”. Esos tabús del placer y la conexión humana en medio de la represión es lo que me ha parecido más valioso de esta investigación.

Escribe un libro de cartas en la era de WhatsApp. ¿Qué valores tiene ese lenguaje?

He hecho casi una disección de cómo se construye el sentimiento. En las primeras cartas que él le escribe a su amor (las del final de la novela) se nota que debió escribirlas diez veces y luego pasarlas a limpio. La seduce con sus palabras, pasa de “queridísima amiga” a “riquísimo bombón”... Durante la construcción de ese sentimiento él le hace promesas que luego cumplió una por una. Es ese amor el que sostiene el libro. Luego, en la vejez, la cuida, le atusa el pelo, se preocupa de que ella se vea bien, aunque esté muy mal intenta preservar su dignidad. 

Escribía Alfredo Bryce Echenique, en La amigdalitis de Tarzan: “Éramos mejores por carta…”  

La escritura a mano se está perdiendo tanto que hay gente a la que le cuesta sostener un boli. Creo que lo difícil no sólo es ser certero sino también consecuente con tus palabras, que los actos sean consecuentes… Eso sí lo tuvo mi abuelo, pero cada vez es más difícil no tener que desdecirse. Supongo que también en la vida, todo va cambiando, es más mutable.

El libro también es contemporáneo, aquí están Carrillo, Suárez, Felipe, Franco, la religión, el pecado, el verano de la infancia… Es como un cuadro enorme de la vida de otros que usted ha heredado. ¿Qué visión le produce la España de la guerra civil y la posguerra?

Es difícil, casi injusto juzgar con ojos de ahora aquello que pasó, este libro intenta acercarse un poquito y comprenderlo, entender quiénes fueron nuestros abuelos, cuál fue el marco en el que vivieron, cómo ese marco determinó su vida y qué pudieron hacer para escapar de él, aunque sólo fuera un poco. 

Es una novela de amor. ¿En qué momento el amor es solo compañía en este caso?

Cuando ya se apaga, cuando llega la enfermedad. Los enfermos y los niños se parecen a veces en eso… Como madre sólo tienes que estar cerca de ellos para que se encuentren bien; con los enfermos igual, la presencia, acompañar, consuela.  

Sólo están las cartas, intactas, del abuelo. ¿Dónde dejó las cartas la abuela?

Tengo la teoría de que las tiró, las borró. Hacía algo que como editora me divierte pensar: se leía las novelas antes de que las leyeran sus hijos y tachaba con rotulador negro las partes subidas de tono. En esta censura absoluta de todo lo que tenía que ver con el deseo o el sexo aunque de forma remota, creo que en algún momento debió coger las cartas que mi abuelo había conservado y las quemó, tiró o se deshizo de ellas para que no cayeran en manos de quien no debían, y sobre todo para borrar ese sujeto deseante que ella había sido. Ya era una señora y los deseos de las señoritas quedaban olvidados, los deseos previos al matrimonio los quiso borrar o que no trascendiesen, quizá para no dar mal ejemplo a sus hijas o para no mostrar esa parte de su biografía. 

Era la consecuencia del pudor.

Sí, pero yo la leo a ella como en un retrato en hueco, como en un molde a través de las cartas porque él le dice: “¡Menudo veranito ateo te estás pasando!”, cuando no va tanto a misa como él. Puedo encontrar esas pistas. Igual que su genio cuando se enfada si él no le hace un regalo lo suficientemente bonito o vistoso…