Entrevista

Eva Baltasar: "La ciudad es sanguinaria: fabrica solitarios y los obliga a convivir"

La autora de 'Boulder' sacude al lector con ‘Ocàs i fascinació’, su nueva novela, en la que se nutre del tiempo en que de joven limpió casas y durmió dos noches en la calle

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Eva Baltasar, la pasada semana en Barcelona.

Eva Baltasar, la pasada semana en Barcelona. / EFE / QUIQUE GARCÍA

Anna Abella

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Alumbró su celebrado tríptico de la maternidad con ‘Permagel’ (Premi Llibreter), lo hizo crecer con ‘Boulder’, con el que ganó el Premi Òmnium y fue finalista del prestigioso Booker, y lo culminó con Mamut’. Ahora, Eva Baltasar (Barcelona, 1978), sin abandonar su alma de poeta, sacude al lector con Ocàs i fascinació’ (Club Editor; Random House publicará la traducción al castellano en dos semanas), novela que divide en las dos partes del título y donde la protagonista, de 27 años, se queda de repente sin techo y sin trabajo.  

La intemperie. ¿Explora un territorio nuevo? 

Se insinuaba en el tríptico. Allí era más la incomodidad, aquí es la intemperie absoluta, síntoma de mi época. Muestro cómo desde hace unos años vivimos en una seguridad aparente, parece que estemos bien, pero mucha gente está a un paso de vivir en la calle, que tiene mucho de medieval: la suciedad, la inseguridad, la violencia... Además, la gente tiene trabajos tan precarios que les llega para comer pero no para pagarse un techo bajo el que vivir, y menos de manera independiente. La protagonista lo dice: la ciudad es sanguinaria: fabrica solitarios y los obliga a convivir, a compartir piso con pareja, amigos o, en el peor de los casos, como le pasa a ella, con desconocidos que van y vienen. Y nada te asegura que hoy tengas habitación y mañana te veas abocada a vivir en la calle.  

Hallarse de un día para otro sin techo y sin trabajo y no tener a nadie: una pesadilla. 

Es una posibilidad muy real, vemos gente como nosotros a la que le ha pasado. Cuando vivía en Barcelona, veía a un hombre con americana y corbata y su maletín durmiendo en la calle, hacía unos meses debía ir así a trabajar y luego estaba allí. Hemos construido una sociedad en la que esto es posible. La protagonista se pregunta en qué momento pasó de compartir piso con amigas a hacerlo con desconocidos. Ahí ya hay un salto. Y en qué momento la habitación ha dejado de tener ventana. Otro salto. El sistema te lleva hacia abajo. Lo dicho, la ciudad es sanguinaria.  

"Vivimos en una seguridad aparente, pero mucha gente está a un paso de vivir en la calle"

Como ella, muchos no entienden que les pase esto si toda la vida 'han seguido las normas'.

No funciona. Hay hijos de la abundancia, gente con carrera y estudios, que lo han tenido todo en la infancia y han hecho lo que se supone que se debía hacer y acaban donde nadie les había explicado que podían acabar. La sociedad ha cambiado mucho con esta gran precarización laboral. Y luego te inculcan la culpabilidad de haber acabado en la calle. Piensas que no hay un lugar para ti en la sociedad que te ha expulsado. 

En las calles se siente una paria. Ve que a todos los empuja "la desesperación". 

Dice 'no quiero morir, pero sí dejar de existir por un tiempo', porque no ve ningún camino, no puede dar un paso en ninguna dirección, y en la calle es muy vulnerable. Es la desesperación. En las calles de noche todo son lobos. Y desconfía de las personas, es un virus que te intoxica y va a más, nace del miedo. 

¿Alguna vez ha dormido en la calle?  

Sí. Dos noches seguidas. Hace 20 años llegué a Berlín con una beca Erasmus que justo me dio para el billete. Había hecho una reserva por fax en un hostal muy humilde y al llegar me dijeron que no les constaba y que estaba lleno. Aún no había activado la tarjeta de crédito y no podía pagar un hotel. Así que fui a una estación y sentí la intemperie, el miedo, fue una noche larguísima y muy fría en la que no pegué ojo porque estuve todo el tiempo alerta... Yo sabía que en unos días lo habría arreglado, pero la gente que vive en la calle... En una noche puedes envejecer diez años. Intento mostrar cómo se desgasta todo muy rápido, la ropa, el aspecto… tan importante para mantener la dignidad. Una vez un joven me paró y me dijo ‘no quiero dinero, solo que me pagues un corte de pelo’, y entré en la barbería y se lo pagué. 

Tras el tríptico de la maternidad da un giro hacia la denuncia social. 

No escribo con la voluntad de denuncia social, pero muestro lo que está pasando y eso es tan denunciable... Reflejo un mundo urbano. Es imposible pagar 800 euros por una habitación, por ese precio en los pueblos alquilas un piso, en los pueblos no hay ‘homeless’. Es un abuso, no se aguanta, es un engranaje que puede acabar triturándote. Y la precariedad, la temporalidad, el no poder acceder a una jornada entera... 

La novela dignifica a las mujeres de la limpieza. 

Me interesa encontrar una voz que me seduzca y explorarla. Y tiré de la historia de una mujer de la limpieza. Escribo siempre a partir de paisajes de mi propia vida y hubo un momento de joven que, mientras era estudiante universitaria, durante un par de años trabajé limpiando casas. Llegué a la conclusión de que los trabajos que encontraba de camarera eran tan precarios, cansados y desagradecidos, con tantas horas de pie, con jefes que a veces te trataban mal… que pensé 'sé limpiar, y bien, me enseñó mi madre. Así quizá podré montar mis horarios, organizarme para no trabajar tantas horas, seré más independiente y estaré mejor tratada y puede que mejor pagada'. 

Eva Baltasar, la pasada semana en Barcelona.

Anna Abella

¿Cómo le fue?  

Para mí era interesante entrar en las casas de los demás. Sin ser chafardera ni abriendo los cajones, ¿eh? Ni estafando horas. Aquello me nutrió como escritora, porque te dejan entrar en un espacio de intimidad en el que nadie de la calle entra, pero sí una mujer de la limpieza. Y llegas hasta la mesilla de noche, y ves cosas extrañas que pasan en las casas sin buscarlas. Ella lo dice: hay historias que están en las casas y la casa te las quiere explicar. Era un trabajo cansado y duro y a veces se aprovechaban de ti. Eso me pasó: cuando se acercaba Navidad me contrataron para limpiar cocinas que estaban sucias de todo el año, y una vez bien limpias, me dijeron que no hacía falta que volviera. 

Sorprende la falta de red humana de la protagonista. Está sola. No tiene familia, ni amigos, ni conocidos a los que acudir.

No es lo habitual, pero soy consciente de que hay gente que no tiene red. Yo misma, ha habido momentos en mi vida en que no la he tenido. Los amigos los he empezado a tener a los 40 años, antes no tenía ninguno. Y, durante unos años no me hablaba con mi familia. Así es que si hubiera tenido un problema gordo no habría tenido a quién recurrir.

Por eso la importancia de topar con gente como Trudi, una mujer de la limpieza. 

Sí, hay gente que no te conoce de nada y te tiende la mano. En el budismo dicen que hay 12 hombres iluminados que sostienen el mundo, pero yo creo que hay muchísima gente que lo sostiene con una solidaridad desinteresada como la suya. Gente a la que tampoco le sobran los recursos. La protagonista dice ‘un abrazo no te salva pero te da una mínima esperanza’. 

Conecto con mis instintos más destructivos y los canalizo a través de la creación. Busco de qué monstruos quiero liberarme y creo ese personaje

Tal como escribe, limpiar es todo un arte. 

En ‘Mamut’ habría podido poner que yo mataba gallinas de manera muy bestia y no lo hice (ya había bastante con los gatos...). Aquí escribo que al limpiar casas, creas pequeños cosmos. Muestro cómo concibo la limpieza, que es hacer el trabajo a conciencia y bien, cómo hacer que el suelo brille, quitar bien el polvo, pararte en cada objeto, recuperar la atención sobre las cosas, algo que hoy ya no se hace. En esta novela no hay sexo pero sí hay la erótica de acariciar y pulir y tocar los objetos de los demás.  

Diría que también hay terror...  

(Risas) Sí, para mí, ‘Fascinació’ es un cuento de Navidad de terror. La fascinación viene tras el ocaso, el de esta persona, el de toda una civilización. Y la salida que tiene es un punto místico. Sin desvelar mucho, ella dice que le iría muy bien creer en un dios y fabrica una imagen a la que adorar y crea un santuario. Y entonces su vida cobra sentido, manteniendo el templo y a la virgen. 

Es una locura. 

Sí, está sola pero su fascinación está dentro de su cabeza y no sabes hasta qué punto puedes fiarte de lo que te explica. Yo estudié primaria con los curas y no soy practicante, pero valoro mucho haber tenido una tradición que me formase, me he alimentado mucho de todo ese léxico, simbolismo e imaginario y lo he volcado en una novela.

Limpiar casas de los demás me nutrió como escritora

¿Sintió la presión de ser finalista del Booker?

No. No pensar en cómo lo recibirá el lector me da libertad. Así escribo lo que quiero. Creo personajes incómodos y que, como lectora, me inquietan. Y me sentía muy bien comprendiendo la locura de esta mujer, que era capaz de crear un templo del siglo I en una habitación del siglo XXI. Un espacio donde todo es mítico. Ella ve una virgen pura. Aquí he querido matar mucho: la maternidad, una casta social, una civilización. Yo conecto con mçis instintos más destructivos y los canalizo a través de la creación en algo que no hace daño para compartirlos. Busco de qué monstruos quiero liberarme, qué es aquello que arrastro y no quiero en mi vida, y creo ese personaje. Así yo quedo limpia. 

¿Y de qué monstruos se ha liberado?

(Risas). No puedo decirlo. Todos adoramos a otras personas… Con eso ya lo he dicho todo.