El último bis del Milano Jazz Club: "¡Que tenga que cerrar el local para que lo llenéis es de ser muy cabrones!"

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La última noche del Milano Jazz Club, en ronda Universitat, que se convertirá en una trattoria.

La última noche del Milano Jazz Club, en ronda Universitat, que se convertirá en una trattoria. / EPC

Roger Roca

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La penúltima canción que sonó jamás en el escenario del Milano Jazz Club fue “Keep A-Knockin', de Little Richard. Iba a ser la última, porque existe una ley no escrita en el rock and roll: después de Little Richard ya no se canta nada más. Pero a ver quién se resiste a hacer un bis. El último. El jueves a medianoche, tras casi diecisiete años de una fórmula que parecía ganadora -cócteles y música en directo de primer nivel en el corazón de Barcelona-, el Milano Jazz Club de la Ronda Universitat, cerraba sus puertas definitivamente.

La última noche del Milano Jazz Club antes de cerrar, con un arrollador concierto de Yakety-Yak.

La última noche del Milano Jazz Club antes de cerrar, con un arrollador concierto de Yakety-Yak. / Ferran Nadeu

Así que el batería Anton Jarl y sus Yakety-Yak, banda de rhythm and blues, swing y otras yerbas fuertes de las que hacen bailar, se saltaron la ley no escrita e hicieron un bis. Seguramente no iba con esa intención, pero la canción parecía elegida con toda la mala leche. “Shame! Shame! Shame!”; en inglés, “¡Verguenza, verguenza, verguenza!”. Ni una impresionante campaña de recogida de firmas, ni la interpelación al Ayuntamiento de Barcelona, ni la propuesta económica de los programadores de la sala han conseguido evitarlo. La propiedad ha decidido alquilar la sala a una cadena de restaurantes italianos que ofrece mucho dinero por el local. Este viernes empiezan las obras para convertir el Milano Jazz Club en una trattoria.  

La última noche del Milano Jazz Club antes de cerrar, con un arrollador concierto de Yakety-Yak.

La última noche del Milano Jazz Club antes de cerrar, con un arrollador concierto de Yakety-Yak. / Ferran Nadeu

Pero aún estamos a jueves por la noche, la sala está a reventar y hay gente en la puerta haciendo cola. “Yo hoy no me voy de aquí sin hacerme una foto contigo”, le dice un cliente habitual a Hugo, el camarero que acomoda como buenamente puede a los parroquianos. “Los músicos esta noche no queremos silencio. !Queremos ruido!”, anuncia al inicio del concierto Anton Jarl, líder del grupo y uno de los puntales del Milano Jazz Club, que ha actuado allí centenares de veces. Y hay ruido. Mucho. El que hace el público y el de la banda, un quinteto arrollador con Dani Nel·lo al saxofón que se va apretando sobre la tarima para que suban sus invitados.

La última noche del Milano Jazz Club antes de cerrar, con un arrollador concierto de Yakety-Yak.

La última noche del Milano Jazz Club antes de cerrar, con un arrollador concierto de Yakety-Yak. / Ferran Nadeu

El saxo barítono Pere Miró, los hermanos Martín y Alberto Burguez y el cantante Agustí Burriel, que se gana por derecho y por carisma el papel de maestro de ceremonias. “Es de primero de cantante no insultar al público, pero ¡que tenga que cerrar el local para que lo llenéis es de ser muy cabrones!”, dice con retranca. Aunque el público no ha sido nunca el problema y los números salen, aseguran los programadores, Guim Cifré y Clara Cunill. Hoy atienden a los medios, saludan a los amigos y pasan el trago como pueden. Clara, fotógrafa, no ha traído ni la cámara. “Estoy demasiado cansada, son muchas cosas: reuniones, negociaciones…”.

La última noche del Milano Jazz Club, en ronda Universitat, que se convertirá en una trattoria.

La última noche del Milano Jazz Club, en ronda Universitat, que se convertirá en una trattoria. / Ferran Nadeu

Y esto no ha acabado. Cifré, Cunill y un tercer socio estudian cómo llevar este proyecto a otro espacio. Están esperanzados, pero piden que no decaiga la presión sobre el ayuntamiento. Mientras tanto, ruge Yakety-Yak y ruge el público. Durante el solo del guitarrista Héctor Martín en “She’s mine” se oye más el jaleo de los parroquianos que el sonido afilado de su Gibson, y “Don’t be angry”, un clásico del doo wop, se corea como si fuera un hit del verano. Cuando suena Little Richard, los camareros tras la barra hacen sonar la campana de las propinas. Ellos también se quedan sin local y sin trabajo. Luego el bis, luego abrazos. En pocas horas, el Milano Jazz Club caerá a martillazos. Pero menudo último bis.  

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