Nuevo libro de relatos

Sergi Pàmies: “El mundo ha cambiado, no podemos seguir escribiendo como Chéjov”

El escritor Sergi Pàmies, en el Hotel Alma de Barcelona.

El escritor Sergi Pàmies, en el Hotel Alma de Barcelona. / Manu Mitru

Leticia Blanco

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Han pasado cinco años desde la publicación de ‘L'art de portar gavardina’ y algunas cosas en la vida del periodista y escritor Sergi Pàmies (Nimes, 1960) han cambiado desde entonces. El tiempo ha diluido el dolor por la muerte de su madre y el final de su matrimonio. Y el tiempo es, precisamente, uno de los grandes temas de su nuevo libro, ‘A les dues seran les tres’ (Quaderns Crema), diez relatos con ecos autobiográficos en los que Pàmies afina su inconfundible estilo. Se nota que ha disfrutado escribiéndolos. 

Empecemos por el título, ‘A les dues seran les tres’. En el último relato describe el tiempo como una “dimensión inaccesible”, “una amalgama de pasado, presente y futuro", "una incógnita”. 

Nunca sé exactamente de qué van a ir mis libros, pero cuando lo estaba terminando me di cuenta de que era una de las obsesiones recurrentes: el paso del tiempo y cómo este transforma nuestros recuerdos. ‘A les dues seran les tres’ es esa frase que todos decimos con gran solemnidad, la misma con la que aceptamos que la Unión Europea nos imponga dos veces al año que la hora que es no sea la hora que es. 

Suena absurda.

El tiempo siempre se trata con cierto dramatismo, incluso a veces de forma trágica. Y aunque hay motivos, yo prefiero una lectura absurda. En el libro hablo de hechos históricos como la muerte de Franco o los atentados del 17 de agosto. Cuando nos alejamos de los hechos, estos se van deformando y el relato se enriquece. Ese desequilibrio entre memoria y hechos me resulta fascinante. Está muy presente en el cuento ‘Per què no toco la guitarra’, que es casi una biografía encubierta. También en el cuento de Vázquez Montalbán, que es tal y como yo lo recuerdo, pero probablemente sea una distorsión recreativa de la nostalgia. Es el cuento de un fan. 

El escritor Sergi Pàmies, en el Hotel Alma de Barcelona. 

El escritor Sergi Pàmies, en el Hotel Alma de Barcelona.  / Manu Mitru

Uno de los cuentos, ‘T’estimo’, está protagonizado por dos voluntarios de los Juegos Olímpicos que se enamoran en 1992, ¿era el mundo más naive entonces?

Los que tienen ahora 20 años también lo pensarán dentro de 20 años. A mis padres les pasó lo mismo. A mis hijos, que tienen 28 años, ya les empiezo a notar sus primeros tics de nostalgia. Se acuerdan de su primer móvil, de Facebook... En el fondo, en todos se reproduce el mismo esquema: la necesidad de acumular experiencia para luego distorsionarla a través del placer que crea la memoria. Eso eran las aventis del Guinardó de Marsé. 

¿Qué es lo que hace que algo se pueda convertir en un cuento?

Ahora mismo todo. Me siento completamente libre. Ya no tengo límites en lo personal, lo biográfico y lo inventado, entre la fantasía, la imaginación y la crónica. Hay cuentos que podrían ser un dietario, otros un artículo de opinión. No diré que tengan un sentido pero, en cierto modo, todos son familia, parientes. Se conocen entre así.

No hay ningún final clásico, de los de moraleja. 

Mira, tenía un cuento que no he incluido finalmente porque no lo acabé de resolver, que iba sobre la muerte del final cerrado. Al funeral asiste el final abierto, que había sido un gran admirador del final cerrado. Algún día lo escribiré. 

Es muy gracioso. 

Yo no tengo una vida de tres generaciones de mujeres que sobrevivieron al Holocausto, ¿sabes? La gente que de verdad tiene temas literarios está comprometida con la historia. Yo cuento cosas banales e intrascendentes. Soy como un malabarista, tengo que mover las piezas para que parezca que hay algo. No lo parece, pero claro que hay algo, y es ahí cuando conectas con el lector. Todos tenemos esa percepción de que cosas aparentemente menores o triviales de nuestra vida, si las pudiéramos explicar bien, con la máxima libertad y emoción, tendrían un sentido. Mis libros anteriores estaban marcados por ese tono emocional. Iban sobre la responsabilidad de tener hijos pequeños, padres mayores, el amor fracasado… temas que marcaban tanto que no tenías que disfrutar escribiendo, casi por respeto. Aquí no. Aquí he dicho: voy a pasármelo bien porque igual en el próximo libro pasará algo terrible y no podré.

Ha vuelto a la imaginación.

Si tú y yo salimos ahora y vamos a la Pedrera con un perro, nosotros iremos en línea recta, pero el perro no: irá hacia la derecha, luego tirará para atrás, se parará en un árbol… aunque acabará en la Pedrera. Yo detestaba las disgregaciones, los paréntesis, cuando empecé a escribir usaba muy pocos adjetivos, solo frases cortas. Me reprimía, por convicciones. Pensaba: no eres un perro. Ahora lo he conseguido: ¡soy un perro! Voy a husmear lo que haga falta para llegar a la Pedrera. 

El escritor Sergi Pàmies, en el Hotel Alma de Barcelona. 

El escritor Sergi Pàmies, en el Hotel Alma de Barcelona.  / Manu Mitru

El relato sobre Vázquez Montalbán recuerda un poco a aquel en el que salía Semprún en su anterior libro. ¿Los fans eran distintos antes?

En un libro anterior incluí un relato sobre una cena a la que acudí con mi ex esposa, que era la editora de Siri Hustvedt. Cenamos con Paul Auster en su casa de Nueva York en 1994. Aquella noche los dos éramos los consortes. Es un cuento que se acabó llamando ‘Notas para un cuento’ y que está en ‘Cançons d’amor i de pluja’. El modelo que cogí para el cuento sobre Vázquez Montalbán es ese: una cosa que tú has vivido y que te ha dado mucho reparo contar, porque es como si te hicieras el chulo por haber cenado con Paul Auster en su casa. Estuve pensándolo 20 años, lo tuve siempre en la cabeza. Con el de Manolo me ha pasado lo mismo. Tuve que dejar pasar el tiempo. Luego fue un parto sin dolor. 

Usted escribe casi a diario columnas. Opinar se ha convertido en otra cosa en los últimos años, ¿no le cansa?

Me encanta. Me enriquece estar en los dos lados. Cuando escribo para mi, sin la obligación de la entrega y el espacio, lo noto muchísimo. Y cuando escribo mis textos sobre el Barça, las series o mis reflexiones sobre el bien y el mal, siento que tengo un plus de libertad que no tienen mis colegas. Tengo el hábito de ser más libre y eso me permite ser un poco más vacilón. Tener esa doble vida, como todo, tiene al final que ver con la literatura. Las fronteras también se han diluido. No podemos seguir escribiendo cuentos como Chéjov. El mundo ha cambiado y la narrativa también.

Hay un momento en el que habla de “poner la ficción al servicio de la realidad y no la realidad al servicio de la ficción”.

¿Sabes qué pasó con esa frase? No sabía qué quería decir. Se me ocurrió y me sentí como un trilero, ¿dónde está la bolita? Sonaba bien y pasé meses pensando que era una frase resultona, típica de monologuista, pero que no tenía fondo. Fue una intuición de esas en las que tienes antes las palabras que el contenido. Incluso ahora cuando alguien me la repite pienso: ¿pero esto quiere decir algo? ¿Es un juego? Pero resulta que sí, que significa algo. 

El año pasado se cumplió una década de la muerte de su madre, que sigue teniendo un protagonismo especial.

Va a estar ahí siempre, pobrecita. Lo que ha desaparecido, por suerte, porque era muy pesado, es el dolor. Ahora la suya es una presencia casi de Mama Grande, como decía García Márquez. Más luminosa e inofensiva.