entrevista con el Escritor

Sergi Pàmies: "Soy hijo de una tragedia absurda y fratricida"

El escritor Sergi Pàmies, esta semana en Barcelona.

El escritor Sergi Pàmies, esta semana en Barcelona.

ANNA ABELLA / BARCELONA

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Sergi Pàmies (París, 1960) vuelve a exprimir un vitamínico jugo a la brevedad del cuento. En Cançons d'amor i de pluja Cançons d'amor i de pluja(Quaderns Crema) el autor de Si menges una llimona senser fer ganyotes (2006) trenza de nuevo, en 26 relatos, temas como el amor y el paso del tiempo con la autobiografía que ya tanteó en La bicicleta estàtica (2010) con la muerte de su padre, el líder del PSUC Gregorio López Raimundo. Ahora despide a su madre, la escritora y política Teresa Pàmies.

-¿Llovía cuando se enamoró? Escribe que el amor dura más si llueve.

-Hacía buen tiempo. El amor en el libro surge por este descubrimiento científico que limita el amor a unas reacciones químicas. Pero esto no justifica ni explica todo lo que hacemos por amor. Juego con los tópicos, el flechazo, la lluvia... El amor, lo que más marca nuestras vidas, empieza como una gran ficción y acaba de forma extremadamente realista.

-Es decir, de la pirotecnia inicial de la pasión al desencanto por la rutina. 

-Sí. Reivindico la resistencia cuando el amor se convierte en rutina. Tras la primera efervescencia, la manera más intensa de demostrar a alguien que le amas es tu comportamiento durante el periodo de rutina y en el momento de dejarlo.

-Parece creer que el fin del amor responde a un desgaste progresivo. 

-Sí. Recordamos el momento en que nos enamoramos pero no está bien visto decir que la tarde del 18 de julio, en la cola de Ikea, decidí que aquella persona dejaba de interesarme. Es un instante, y tiene el mismo sentido que el del enamoramiento, ninguno. Una pareja está comiendo: en el primer plato están enamorados, pasa algo, no sabemos qué, y en el segundo ya no lo están.

-Su madre está muy presente. Lo luchadora que fue pero sobre todo los estragos de la vejez y su muerte. 

-Me preocupa ver la decadencia de personas lo suficientemente conscientes como para darse cuenta de su agonía. Es una tortura. Tú intentas paliarlo con compañía y atención pero no puedes evitar que la persona se dé cuenta de que es un lastre y note el proceso de descomposición intelectual y ese grado de dependencia que le quita sentido a lo que ha vivido y sido. Mi madre tuvo que dejar de escribir casi dos años antes de morir.

-El nínxol es un homenaje a su tío Alberto, cuya muerte, al inicio de la guerra, en un control anarquista, influyó en el compromiso de su padre y su otro tío, superviviente de los nazis. 

-Es el episodio más importante de la historia de la familia. Marcó de manera brutal la vida de mi padre y mi tío. Yo soy hijo de aquello y mis hijos también. Somos hijos de una tragedia absurda, y fratricida, porque lo mataron los de su mismo bando. Sin este episodio traumático mis padres no se habrían conocido y yo no habría nacido. Somos hijos del destino.

-¿Difícil su niñez, en una familia del exilio donde la política, y el Partido Comunista, eran omnipresentes? 

-Mi infancia fue excepcional. Haber sido hijo de quien soy y haber tenido una vida tan inusual fue un privilegio. Pero cuando en una familia hay una causa mayor -el trabajo, la religión, la política...- todo se supedita a eso. Nuestra generación, en cambio, ha convertido a sus hijos en la causa mayor y hemos creado hijos hiperprotegidos e hipercuidados. Yo he evitado hablar a mis hijos de la historia familiar. No sé si es mejor o peor. Estar tanto encima de ellos quizá sea otro tipo de invasión.

- Más autobiografía: la cena en casa de Paul Auster y Siri Hustvedt. 

-Fue en 1994, en Nueva York. Fui con mi mujer, que era la editora de Siri Hustvedt y por tanto era una cena de mujeres con consortes. No quería contarlo porque pensaba que era hacerme el chulo, 'yo he cenado con Auster', pero me moría de ganas. Y cuando leí su libro Diario de invierno y vi que explicaba cómo era su casa, su coche, su perro, pensé ¿por qué no?

-¿Era tan hipocondriaco de la tragedia como se describe?

-Sí, era muy sufridor por cosas que no habían pasado, hasta que tener a mis hijos me dio motivos para sufrir realmente. Fue como La cena de los idiotas, en este caso, del idiota, y el idiota era yo. Es Paul Auster, hay glamur en el ambiente, y yo preocupado por si el taxista era un asesino. Nos quiso enseñar tomas de la película Smoke, que estaba rodando, y yo le dije que no, que debíamos irnos. Indirectamente es una historia de amor, demuestra que la gente se enamora hasta de tíos idiotas. En el amor a veces te toca la lotería y tienes que estar preparado para arruinarte estrepitosamente.

-Escribe de gente que llora. ¿Tenemos motivos para ello? 

-Lloramos mucho. Hemos mimetizado el llanto por las series y el cine y lo hemos banalizado. Hemos pasado de una contención represiva malsana de nuestros padres a un campi qui pugui lacrimógeno. Lloramos igual porque se ha muerto el padre que porque se ha muerto Chanquete.