Opinión | Periféricos y consumibles
Escritor y profesor de Literatura Comparada en la Universidad de Oviedo
Javier García Rodríguez
Escritor y profesor de Literatura Comparada en la Universidad de Oviedo
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A mí con el mes de julio se me amontonan las lecturas, se me acumulan los helados artesanales, se me arrejuntan los cursos de verano, se me enrosca a la siesta el tour de Francia y se me anexan las nalgas y las corvas a un sofá de escay imaginario, como aquel del salón con gotelé en un barrio de la periferia. Sudores de la infancia y de la adolescencia pegajosas con las ventanas cerradas y las persianas bajadas para evitar los calores y la luz, y para que no entrara en esa casa ni el viento de la calle, aunque no había viento. Y para hacernos a la idea de que se habían tapiado con ladrillos puertas y ventanas. Solo nos faltaba comenzar a bordar el ajuar, como las hijas de Bernarda Alba. Es una sensación repetida y única. El cerebro parece licuarse y ya no pide la paz y la palabra sino la desidia y el abandono, el dejarse llevar a esos tiempos en los que no había ni responsabilidades ni futuro ni pensamiento woke ni festivales de verano.
Nos acechaba julio con su musa vestida con pareo, insinuando ombligo como tierra de promisión. Nos esperaba con su Indiana Jones oxidado pero vivito y coleando gracias a la inteligencia artificial, en busca del tiempo perdido y de su dial, cadena dial. Y aquí está julio, cuando ruge la marabunta y provoca, con sus rugidos, el orgullo manifiesto. Con sus sobremesas amenizadas por el temible burlón, por los tres lanceros bengalíes, por Tarzán, por King Kong o por King África. Y estoy hablando ahora, claro, de las próximas elecciones generales, con sus políticos dueños de palabra de ida y vuelta, en las que habrá sudores fríos como refrescos enlatados y neveras de playa -rígidas y azules como los ataúdes de los bebés de Avatar- repletas de papeletas desechadas por los domingueros de playa o de pinar.
Las letrinas políticas dejarán paso a las letras veraniegas. Confiaremos en nuestro instinto y en la sorpresa. Como lectores, todos contenemos multitudes: somos capaces de combinar el estuchito de monerías con la caja de herramientas profesional, y de movernos entre la teoría literaria y el baile por bulerías. Y aquí paz y después gloria. La lectura de verano es una 'Grande Boucle' con puertos de montaña, ascensiones con pendientes prolongadas, descensos sin quitamiedos, largas rectas, cortes en el pelotón, demarrajes, metas volantes y esprints desesperados. Sudaremos en minoría, haremos una escapada en solitario, trataremos de olvidarnos -pero no mucho- de tantas espadas como agravios de la política menuda. Julio ha venido para preguntarnos: “¿También tú, hijo mío?”. Y tendremos que darle al César lo que es del César. Y adiós…
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