Crítica de libros

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Grazia Deledda

Grazia Deledda

Anna Maria Iglesia

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“Comencé a escribir por instinto, de la misma manera que el pájaro comienza a cantar, que la mariposa vuela y que el manantial brota”, recordaría en los últimos años de su vida Grazia Deledda (Nuoro, 1871 -Roma, 1936), la única escritora italiana en obtener el premio Nobel de literatura. El reconocimiento llegó de manera inesperada, a todos esos críticos literarios que, desde el primer momento, mostraron el mayor de los desdenes. De nada servían los elogios que le dirigió a ella Giovanni Verga ni tampoco el apoyo incondicional de Luigi Capuana, para los intelectuales de la época, empezando por Luigi Pirandello, Deledda era “el ama de casa de la literatura”.

El Nobel fue, por tanto, un reconocimiento a la escritora sarda y, sobre todo, a una manera de concebir la literatura: “Como pintora de la naturaleza pocos hay en la literatura europea que puedan igualarla. No derrocha colores brillantes, pero la naturaleza que describe tiene las sencillas y grandes líneas del paisaje antiguo, así como su casta pureza y su majestad”, sostenía el jurado del Nobel, destacando su capacidad de unir lo real con lo ideal, lo antiguo con lo contemporáneo y, cabría añadir, lo religioso con lo profano. Su literatura no nace de las teorías, sino de la observación: su retrato de Cerdeña y, en concreto, de Nuoro, la pequeña localidad en la que nació en 1871 no depende de ninguna teoría a demostrar, sino de la observación. Inscribiéndose así en la estela de Verga y del novelista y también poeta Antonio Fogazzaro, Deledda retrató su isla, tal y como le gustaba llamarla: la naturaleza –refugio y lugar de violencia; espacio mítico y guarida de bandidos- es una de las grandes protagonistas de la narrativa de Deledda, que, a su vez, prestó particular atención a los modos y costumbres de una sociedad llena de contrastes, en la que, sin embargo, las vidas de los señores y de los siervos se entrelazan como la de los pastores, la de los campesinos y la de los bandidos, cuya identidad está siempre rodeada del mito.

Hay piedad en la mirada de la escritora, pero también rebeldía. No cae en la vana utopía; sabe que, en muchas ocasiones, la resignación se impone, sin embargo no renuncia al inconformismo. 'Cósima' su novela autobiográfica, es el reflejo de todo esto. Cósima es la propia Deledda, es la adolescente que no terminó la primaria y que se formó literariamente a través de los libros de su hermano. Apasionada de la literatura rusa, Deledda leyó con fruición a Tolstoi, con quien comparte una mirada humanista de fraternidad, de pertenencia a un todo y de respeto hacia la naturaleza. Novela de formación, Cósima nos describe la vida, monótona y delimitada de la adolescente que fue Deledda, que con tan solo 16 años publicó sus primeros cuentos en la revista 'L’ultima moda'. “Mejor rezar antes que escribir en los periódicos”, le reprocharía el párroco durante una de sus homilías, sin embargo Grazia hizo caso omiso y como Cósima siguió escribiendo. “Roma era su meta, lo sentía. No sabía aún cómo iba a lograrlo (…) sin embargo, sentía que algún día iría”, escribe Deledda, que nunca habló de feminismo, pero su alter ego es reflejo de un profundo inconformismo que la hace enfrentarse con el rol que estaba destinado para ella. Para Deledda, “el arte no hace política”, sin embargo su literatura nace de una observación que es a la vez piadosa y crítica. Lo real se enfrenta a lo ideal sin negarse y esto es lo que hace que su literatura sea no solo testimonio de una época, sino también motor de cambio. 

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