Crítica de libros

'Mujeres de armas tomar', de Mathieu Menegaux: tomarse la justicia por la mano

El autor francés plantea un problema ético al lector para que tome partido a favor o en contra de una víctima de violación que ha decidido vengarse

Mathieu Menegaux

Mathieu Menegaux / CULTURA Mathieu Menegaux

Marta Marne

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Según la RAE —en su tercera definición— una ley es un "precepto dictado por la autoridad competente, en que se manda o prohíbe algo en consonancia con la justicia y para el bien de los gobernados". Es decir, es una herramienta creada por el ser humano para regular una serie de comportamientos llevados a cabo por los propios seres humanos; un elemento artificial que de la misma manera que se ha creado se puede destruir.

 Es algo que conviene tomar en consideración durante el desarrollo de un proceso judicial en el que interviene un jurado popular. Bien es cierto que se realiza una selección, y que si hay un candidato con prejuicios sobre algunos elementos en concreto será descartado. Pero incluso en aquellos que pasan el corte será imposible que no aparezcan de un modo u otro su bagaje y subjetividad a la hora de emitir un veredicto. La neutralidad es tan artificiosa como lo son las propias leyes. Por suerte, son varios los elegidos y al menos de esta forma la falta de parcialidad es colectiva.

 Haber sido educado como hombre o como mujer, tener una determinada edad o condición social, nos predispone ante determinados temas. Mathieu Menegaux quiere que tengamos esto muy presente durante la lectura de ‘Mujeres de armas tomar’ (Alba), una novela en la que asistimos a la deliberación de un jurado popular sobre la inocencia o culpabilidad de la acusada. Mathilde Collignon ha sido víctima de una violación, y tras este suceso decidió vengarse de sus agresores. No hay duda en este punto: ella ha confesado que lo hizo y que no se arrepiente de ello. Ahora, con el Código Penal en la mano, deben determinar si este hecho debe condenarse como un acto de tortura y barbarie, o no.

 A lo largo de la obra podremos leer las reflexiones de la propia Mathilde en primera persona; el repaso a los hechos, a sus sentimientos, a su ira y su dolor. Nos expone el dilema que implica enfrentarse a la denuncia de una agresión sexual: la dureza que supone la inspección médica posterior —en la que debes permanecer con las evidencias físicas en tu cuerpo durante horas—, los interrogatorios en que deben revivir el trauma una y otra vez, la puesta en tela de juicio de su testimonio por parte de quienes están ahí para protegerla. A su vez veremos como, desde el Palacio de Justicia de Rennes, una serie de personas deben interpretar lo escuchado a lo largo del sumario para tratar de etiquetarlo, llegar a un consenso y aplicar una condena en consecuencia.

 Menegaux se sirve de esta doble narración para plantear un problema ético al lector. Le ayuda a conocer diferentes puntos de vista, distintos enfoques que le ayuden a comprender que la vida está ausente de negros y blancos, y que la dificultad estriba en determinar la gradación de gris de las cosas. ¿La ejecución de las leyes por parte de las instituciones es ecuánime? ¿Se castiga con la misma dureza un acto irreversible a nivel físico que uno a nivel psicológico? ¿Es más grave una mutilación o un trauma?

 Una novela que en tan solo 150 páginas consigue exponer todas estas cuestiones, hacerte reflexionar sobre el sistema judicial y entretener a partes iguales. Y con un golpe de efecto en la última página que no dejará indiferente a nadie.

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