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Los Cinemes Texas proyectan el documental sobre Ángel Pavlovsky

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Eduardo de Vicente

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Hace unos meses, el pasado septiembre, casi sin avisar y por sorpresa, el gran Ángel Pavlovsky regresó momentáneamente al escenario para ofrecer unas pocas funciones en el Teatre La Gleva. En cuanto corrió la voz se convirtió en un fenómeno, la exigua capacidad del espacio no era suficiente para las peticiones que se recibieron, hubo una lista de espera de más de mil personas, se hicieron algunas funciones adicionales pero fueron más los que se quedaron con las ganas de verlo que los que lo disfrutaron. El objetivo de aquellas representaciones era que formaran parte de un documental sobre él que ahora se está proyectando en los Cinemes Texas.

“Toda mi angustia tuvo la forma de un zapato. La pobreza no tiene perdón a los 10 años”. Así empieza a rememorar su vida el genio en la conversación que mantiene con Albert de la Torre, director y narrador del filme, en la que desgrana sus experiencias. Todo ello, siempre documentando cada periodo histórico y apoyado por fotografías, imágenes de archivo, entrevistas, fragmentos de sus espectáculos y de esa (teórica) despedida de los escenarios el año pasado. La música la pone la pianista Bárbara Granados, que le acompañó en muchos momentos de su carrera.

Con la ayuda de sus amigos

Quienes hablan de él son sus amigos: la fotógrafa Colita, la periodista Núria Ribó, escritores como Carmen Alcalde o Jordi Coca, Joan Matabosch que fue director del Liceu o la actriz argentina Nancy Tuñón, pero quien mejor lo define es el director Mario Gas: “un genio, domina la improvisación, tiene una gran lucidez, sensibilidad y es muy agudo”.  Y todos lo hacen con cariño y reverencia hacia alguien que, casi por casualidad, se estableció entre nosotros y nos robó el corazón.

Pavlovsky recuerda sus insólitos inicios en el mundo… ¡de la ópera! cuando pasó de ser un figurante más a la estrella cómica del espectáculo. No, no cantaba como Montserrat Caballé, hacía de mimo y consiguió eclipsar a los tenores y las divas. También repasa su estancia en París donde intentó convertirse en un profesional de la mímica en 1969, pero las clases de Marcel Marceau le aburrían. Su llegada a Barcelona en 1973, justo el día del atentado contra Carrero Blanco ¡Qué oportuno! Sus años de gloria en el Barcelona de Noche y su celebrada Orquesta de Señoritas.

El Pavlovksy desconocido

Y entre unos y otros momentos vemos al Pavlovsky más íntimo, ensayando el espectáculo y controlando hasta el último detalle (incluso la iluminación durante los aplausos finales), abriendo cajas repletas de antiguos vestuarios, relajándose mientras se maquilla antes de actuar o incluso con menos pelo del que acostumbra a mostrarse. Y nos da la impresión de haber vulnerado un poco su intimidad, de espiarlo cuando las luces del escenario se han apagado. Tal cual es.

Es un documental tan divertido y sensible como él, que se disfruta aunque, tratándose de Ángel, extraña que tan solo dure 75 minutos. Su verborrea no tiene límite y habrá costado mucho acotarlo a este metraje porque siempre tiene una frase ingeniosa o una historia que contar. Eso sí, sorprende que no se haya incluido alguno de sus “encontronazos” con el público (que los hubo) ya que allí es donde sale a la luz su gran talento para improvisar y dejar al rival temblando como si fuera una pelea de gallos.

Una película necesaria

Es una película cómplice, dulce, cariñosa y necesaria, para saber quién ha sido este genio de la escena hipnótico, elegante y exigente, un maestro de la ironía… y sigue aquí. Y emociona su idea de cambiar los aplausos por besos al aire y su cara (al final de los créditos) al ver por primera vez el documental. Un homenaje merecidísimo a un artista magistral al que no nos cansaremos nunca de ver. Ojalá nunca se retirara. Y qué bonita despedida: “Nunca abandonen la sana costumbre de buscar la felicidad en un teatro… y que siempre tengan con quien compartirlo”. Hasta que tú quieras, Ángel.