ANÁLISIS

Coronas de espinas

ANTONIO FRANCO

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En estos momentos la mayoría de los ciudadanos no tenía más candidato claro para la Jefatura del Estado que Felipe de Borbón. En paralelo, muchos se horrorizaban al pensar en quién podría haber acabado presidiendo ahora una república, si fuese el caso, dada la mayoría absolutísima del PP. No se olvida que la última persona promocionada desde este partido para una candidatura importante se llama Miguel Arias Cañete. Ni se descarta que José María Aznar, por ejemplo, planease sobre esa responsabilidad.

Junto a su buena formación personal, ese dato de coyuntura era el principal activo con que se presentó ayer Felipe. En su pasivo, que la mayoría de los españoles tiene probablemente sensibilidad republicana y está decepcionada por lo hecho desde la monarquía en los últimos años. Sobre las Cortes planeaba otra muestra de la disociación política/ciudadanos: otra mayoría, la de los parlamentarios, o es vehementemente monárquica (al menos cuando aplaude) o no lo es pero continúa prescindiendo de sus convicciones.

Creo que todo eso estaba ayer en la mente de Felipe. Conoce el regreso de la disyuntiva Monarquía / República y debe intuir que por pocos años que viva le tocará asistir a una consulta popular para dilucidarla. Pero ayer empezó a intentar ganar esa futura elección mostrando una mentalidad abierta y llegando a citar a Antonio Machado y Espriu. Y reconoció por pasiva que los ciudadanos ya no tienen confianza en las instituciones:  dijo que los políticos han de recuperarla.

Hay que esperar y ver. Quien ha vivido el declive del aprecio hacia su padre y ha seguido el cambio del país, posee en principio claves para cometer pocos errores. Conoce la aspiración a un jefe del Estado cuidadoso con la sensibilidad laica. O la exigencia de que sea transparente y austero en su economía. O la necesidad de que tengamos un jefe del Estado con vida privada intachable… Pero es imposible que no sepa la preferencia mayoritaria por un jefe del Estado más civil y ayer no acertó luciendo un uniforme, prenda que inquieta tanto desde el 36.

Hay una cuestión fundamental con expectativas contradictorias. Se desea que no borbonee, que no interfiera en la política, pero se confía asimismo en lo contrario: que desde su cargo ayude a desatascar lo que nos asfixia: el punto muerto de la reforma constitucional y el escaso reconocimiento de la plurinacionalidad. También, la amplitud de la corrupción, algo que ayer encarnaba la ausencia -aunque fuese a título de presunción- para no pasar vergüenza de una infanta y un cuñado.

Nadie sabe si todo eso cabe en sus espaldas. Y lo mismo sobre la desconexión con el Estado de los catalanes y vascos que respaldan la falta de aplauso que ayer exhibieron (iba a escribir sonoramente) sus presidentes autonómicos.

¿Quebrará el hijo de Juan Carlos el Breve también los pronósticos y no será Felipe el Demasiado solo? Pero hubo algo subliminal en las Cortes: pareció más un jefe de Estado democrático tomando posesión que un rey poniéndose la corona. Eso está bien. Aquí una corona tradicional difícilmente no acabaría siendo de espinas.