La pasión albiceleste

Los argentinos y la final del Mundial: de Borges y Julián Álvarez al navideño Papá Lionel

La cuenta atrás de la final contra Francia se vive con desmesura, a la espera de un regalo navideño de "Papá Lionel".

Julián Álvarez, celebrando su primer gol junto a Lionel Messi.

Julián Álvarez, celebrando su primer gol junto a Lionel Messi. / CARL RECINE (REUTERS)

Abel Gilbert

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La calle Julián Álvarez atraviesa dos barrios muy cargados de literatura en la ciudad de Buenos Aires: Palermo, evocado una y otra vez por Jorge Luis Borges, y Villa Crespo, donde sucede una de las grandes novelas argentinas, Adan Buenosayres, de Leopoldo Marechal. Varios carteles que señalizan la dirección de la calle han sido espontáneamente intervenidos con un "gracias". Nadie debía acordarse de que el Julián Álvarez del letrero había sido un protagonista de la independencia de España, en el siglo XIX. Un nuevo prócer, del mismo nombre, es el objeto de la gratitud, al menos hasta que se sepa quién ganará la final de Qatar 22. El Mundial permite casi todo en un país que ha puesto entre paréntesis algunos de sus desórdenes centrales.

Dicen que no se puede vivir de ilusiones. Pero una gran parte de la sociedad se empecina en refutar el sentido común, acortando las distancias entre la realidad y los sueños, como tan bien ha quedado expresado en una publicidad de la misma federación de fútbol, la AFA. "Llegó diciembre y llegó el momento más mágico… cuando llega la hora en la calle no queda nadie, el país se para", se dice, y no cabe duda: se está hablando de las navidades. Si hasta irrumpe la imagen del papa Francisco con una pregunta sobre la credulidad. Sí, finales de diciembre es "un momento mágico y hasta los que no creen ligan algún regalo". Y entonces, se le pregunta a un niño: "Y tú, ¿qué le has pedido a Papá Lionel?". Lo mismo que todos: levantar la copa.

Emmanuel Macron ha invitado a su colega Alberto Fernández, a presenciar juntos el partido de este domingo. Mbappe contra Messi. El presidente argentino no se ha atrevido a viajar. Desde ya que le gusta el fútbol, y se ha dejado ver con la camiseta celeste y blanca puesta, pero debe haber pensado que el viaje no le aportaba ningún rédito político, y menos estando ya en Doha su antecesor, el derechista y amigo de los emires, Mauricio Macri, a quienes elogió por generar un país próspero y sin sindicatos.

Disputas

"Fútbol y política no se mezclan", dijo la portavoz del actual Gobierno, Gabriela Cerruti. Sin embargo, la política se ha colado en estas horas de frenesí hasta en los lugares recónditos, ha forzado las interpretaciones y hasta la ridiculez conceptual. Un diario conservador, La Nación, tachó de vulgar a Messi por hacer con sus manos la figura del Topo Giggio en la cara del entrenador holandés Louis Van Gaal. Otro medio opositor embistió contra los lujos de la esposa del capitán del seleccionado, Antonela Roccuzzo, como si nunca habrían existido.

Para algunos comentaristas, quedó en el aire la sensación de que a algunos factores de poder no les gustaría la idea de una Argentina campeona y que el devaluado Fernández capitalizara la hazaña a un año de las elecciones presidenciales en las que el peronismo, actualmente en el poder, parece de antemano derrotado. Un sociólogo, Luis Alberto Quevedo, quizá obnubilado por los goles de Leo, llegó a ver en su gesto un "mensaje a los poderosos". "Un nuevo Che (Guevara) rosarino", se mofaron de él en las redes sociales.

Casi todos abrazados

Es el Mundial el que provoca ese espejismo. El abrazo, en estas instancias, no se le niega a nadie, como lo ha demostrado el legislador derechista y empresario gastronómico, Roberto García Moritán, quien fue con su esposa, una modelo de la farándula, a festejar al centro de la ciudad de Buenos Aires la victoria contra Croacia y, ha deslizado, hará lo mismo si Argentina le gana a Francia. García Moritán es conocido por opiniones fuertemente clasistas. Pero la ideología no cuenta demasiado en las vísperas: es más fuerte sentirse parte de un mismo corazón que late, incluso al lado de los pobres hombres y mujeres de la periferia bonaerense a los que pidió que paguen los hospitales y escuelas que utilizan pese a no vivir en la capital.

El pasado martes, un hombre secuestró un ómnibus en la periferia, con sus pasajeros adentro, porque no llegaba a tiempo a ver las semifinales. Le preguntaron si volvería a hacerlo. Dijo que preferiría no llegar a esa situación. "Lo único que me importa es que, como los partidos terminan a eso de las seis de la tarde, recién puedo ir a los bares y prever que ya no estará el fútbol", dijo Juan José Sebreli, el autor de Fútbol y masas, un viejo ensayo en el que deplora el peso social del deporte rey con un conocimiento tan limitado que el escritor Juan Sasturaín una vez le dijo: "Sebrelí, andá (ve) al arco (portería)", más que invitación, un castigo en los barrios a aquellos que no dominan el juego.

Otra vez Borges

"Qué raro que nunca se le haya echado en cara a Inglaterra, ese país tan injustamente calumniado por otros motivos, el haber llenado el mundo de juegos estúpidos como el fútbol", dijo alguna vez Borges, con su habitual sentido de la provocación. Pero ni él se salva de la euforia mundialista. "Borgeanos, reclamemos el Premio Nobel/ para Georgie que escribía como la pisa Lionel", pidió el escritor Daniel Mecca, creador del festival literario dedicado al autor de El Aleph, el BorgesPalooza.

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