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Gemma Martínez

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Directora adjunta de EL PERIÓDICO DE CATALUNYA

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El paseo de Gràcia, una isla inmune a la turismofobia

Compradores recorriendo el paseo de Gràcia esta semana.

Compradores recorriendo el paseo de Gràcia esta semana. / Zowy Voeten

El turismo tensiona las costuras de Barcelona, como sucede en casi todas las grandes urbes internacionales, que viven en un debate permanente sobre cómo adaptar su modelo económico para que el turismo no sea la única locomotora del crecimiento. Pocas veces existen tantas voces coincidentes en la necesidad de encontrar nuevas palancas que impulsen la actividad económica, a la vez que se repiensa el futuro del turismo y su sostenibilidad. El camino hasta el equilibrio es largo y la distancia recorrida, mínima. Pero es responsabilidad de todos avanzar en la buena dirección. 

Existen islas que quedan fuera de la reflexión y que son inmunes a la turismofobia creciente, como el paseo de Gràcia. La arteria de la capital catalana, que recientemente ha conmemorado su segundo centenario, goza de mejor salud que nunca. Resulta edificante que cada día del primer trimestre de 2024 más de 51.500 personas hayan visitado el paseo, lo que supone un 20% más que antes de la pandemia. Su nivel de desocupación ha sido de solo un 4% -la mitad que en la era precovid-, tiene lista de espera para nuevos operadores y el precio de alquiler de sus locales ha aumentado hasta 263,5 euros por metro cuadrado y mes. Esta cifra la mantiene como la calle comercial más cara de España desde 2021, como ha adelantado Patricia Castán.

El paseo logra estos datos gracias a que acertó al aunar una oferta comercial, hotelera y de restauración que, pese a estar volcada en el lujo, cuenta con espacios para todos los poderes adquisitivos. A su vez, es digno de alabar que la que muchos llaman la verdadera calle mayor de Barcelona haya mantenido su multimodalidad -con una convivencia pacífica entre peatones y tráfico- y su conexión con la ciudadanía. Así se entiende su consolidación como espacio para manifestaciones cívicas o celebraciones populares como Sant Jordi.  

Casos como el del paseo de Gràcia deben ser inspiradores en el necesario debate sobre el modelo turístico de las ciudades como Barcelona.

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