La locura argentina en la era del amor unánime a Messi

Un grupo de seguidores reunidos en la casa que fue de Maradona en Buenos Aires, este martes.

Un grupo de seguidores reunidos en la casa que fue de Maradona en Buenos Aires, este martes. / EFE

Abel Gilbert

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En cada esquina, cada barrio de cada ciudad de un país, Argentina, se vive en un estado de desborde emocional sin parangones desde que el sueño de un tercer Mundial ha quedado al alcance del pie izquierdo de Leo Messi. Si algo distingue a estas horas de frenesí es un mismo canto que comparten jugadores en los camarines, hinchas de las clases pudientes en las tribunas de Qatar, ciudadanos de clase media de las urbes azotados por la inflación y los millones de hombres y mujeres que encuentran en estas horas una caricia en sus corazones, como bien lo ha dicho el portero Dibu Martínez, protagonista en los penaltis y también de una publicidad de hamburguesas cuyo precio es prohibitivo para muchos de los que vivan su nombre.

"En Argentina nací, tierra de Diego y Lionel / de los pibes de Malvinas que jamás olvidaré / No te lo puedo explicar, porque no vas a entender”, se ha cantado toda la noche y parte de este miércoles. La canción parece destinada a alguien que no es argentino y "no puede" comprender lo que se desata con los colores de la selección -cuando gana- al punto de poner en suspenso los profundos enconos políticos y sociales de un país donde su vicepresidenta, Cristina Fernández de Kirchner, ha sido objeto de un intento de magnicidio el 1 de setiembre y, hace pocos días, condenada a seis años de cárcel por corrupción en la obra pública en una causa judicial muy controvertida.

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MEDIAPRO

Las gargantas argentinas hicieron suya la canción "Muchachos", de un grupo de cumbia, La Mosca, de dudosa reputación artística, pero de enorme efectividad para la empatía colectiva. La letra es una suerte de manual imaginario de la esencia argentina: habla de la guerra con Inglaterra, hace 40 años, por la posesión de las islas australes y no solo evoca a la figura de Diego Armando Maradona sino a su padre y madre, Don Diego y la Tota, una santísima trinidad que mira desde el cielo a Messi. "Las finales que perdimos, cuántos años las lloré / Pero eso se terminó porque en el Maracaná / la final con los brazucas (brasileños) la volvió a ganar papá. / Muchachos, ahora nos volvimos a ilusionar".

Las vísperas de la final paralizan a un país agrietado, donde los festejos callejeros del triunfo ante Croacia coincidieron con el momento en que un ejército de pobres hormigas busca en las basuras cartones, ropa, comida o lo que pudiera servir. Dos mundos a la vez, atravesados por la misma bandera.

Fútbol y patria

El modo de experimentar la alegría provoca una suerte de discurso exaltador de otra manera de vivir "la argentinidad": ser también los mejores en las gradas, los que más fuerte alientan a los jugadores y quienes se expresan con mayor vehemencia en las casas, frente a los televisores, o las calles, se gane o se pierda.

Pablo Alabarces, acaso el mayor especialista en sociología del deporte, autor, entre otros libros de Fútbol y patria, ha intentado observar estos instantes de paroxismo con la poca distancia que las circunstancias permiten. "Sostener que los argentinos amamos el fútbol es un error sociológico", le dice a este corresponsal. A su criterio, sería más exacto señalar que "la sociedad es mayoritariamente futbolera; que muchísimos hombres y mujeres, y no en las mismas proporciones, disfrutan del fútbol, lo consumen, lo ven, lo hablan y lo practican, y así será quizá por siempre".  

Imagen panorámica del obelisco de Buenos Aires en celebración por el pase a la final.

Imagen panorámica del obelisco de Buenos Aires en celebración por el pase a la final. / AFP

Cada Mundial surge en este país "una mayoría intensa que se vuelve especialmente ruidosa y expansiva". Mientras dura ese encanto, se involucra el amor, la memoria y la identidad con una fuerza diferente "porque se agrega una ficción que es radicalmente increíble: que esos jugadores, que en algunos casos nunca han vestido la camiseta de un equipo local, que han pasado la mitad de sus vidas lejos de esta casa, representan a la patria. Una ficción imposible, perfecta, en la que se cree a pie juntillas cada cuatro años. Y ese relato promete una coronación: el que se quede con la Copa de Qatar será el mejor del mundo, y eso nos incluirá a nosotros, sus representados y representadas".

El amor tardío también vale

En este contexto se ha resignificado la figura de Messi. En rigor esto viene sucediendo desde la Copa América obtenida en 2021. La búsqueda insaciable de las cromos con su rostro advirtió, sin embargo, que algo distinto estaba sucediendo. Ya no es aquel niño formado en la Masia, el que solo brillaba en Barcelona, sino, se repite, un argentino de "pura cepa", la encarnación definitiva de Maradona, convertido además en verbo con ese "bobo" proferido después del partido ante Holanda. Porque, a los ojos de un país enloquecido, Leo se ha "maradonizado", y eso quiere decir que, desde ese instante de conversión, comparte su gusto por los excesos, antes tan contenidos en ese argentino pudoroso.

Cuando la selección obtuvo el segundo puesto en 2014, los jugadores fueron recibidos por la presidente Fernández de Kirchner quien, ante todo, prodigó la figura de Javier Mascherano. Ni siquiera el poder político se podía desentender del disparate de devaluar el peso de Messi. Eso ahora es historia y, a la vez, una paradoja quizá típicamente argentina: a Leo se lo disfruta aquí por completo cuando su carrera está por terminar. Los argentinos se han subido sin fisuras al tren de la "messimanía" recién en la última estación. "Éste de Qatar es el primer Mundial en el que somos, ante todo, hinchas de él", señala Ignacio Fusco. Una unanimidad tardía pero estruendosa, que el domingo puede ser exponencialmente superior a lo escuchado.

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