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Pasarjos apiñados en un tren de cercanías (RER) de París

Pasarjos apiñados en un tren de cercanías (RER) de París / BENOIT TESSIER

Enric Bonet

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“Estoy muy contenta de no estar en París durante los Juegos Olímpicos”. Audrey, de 44 años, hará coincidir el próximo verano sus vacaciones con el periodo en que se celebrará la cita olímpica, del 26 de julio al 11 de agosto. Cuando faltan menos de cinco meses para el inicio de los Juegos, muchos parisinos valoran seriamente irse de la ciudad durante esas semanas, aunque esto suponga perderse el evento deportivo del año. No lo hacen por el miedo a posibles atentados ni por el encarecimiento del coste de vida, sino sobre todo por el mal funcionamiento del transporte público.

“Supone todo un alivio no estar en la ciudad durante ese periodo”, reconoce el periodista Alain Gresh, de 76 años, director en la revista 'Orient XXI', entrevistado por EL PERIÓDICO durante un viaje en la línea 13 del metro parisino. Con un recorrido que pasa por el departamento de Seine-Saint-Denis —el más pobre de la Francia metropolitana y con una gran cantidad de población que acude cada día a París para trabajar— y atraviesa la capital francesa de norte a sur, esta línea es conocida por el exceso de pasajeros. Sus usuarios van como sardinas. “Es catastrófico. Está lleno de gente, incluso a las 11 de la noche”, se quejaba Chloé, de 23 años, una empleada en el sector médico-social. 

Eran las tres de la tarde y, a pesar de que no se trataba de la hora punta, los usuarios de la 13 iban más bien apretujados. El problema del exceso de pasajeros no resulta exclusivo de aquellos ejes que conectan la capital con las barriadas más populares, sino que también se reproduce en las 16 líneas de metro, así como en los RER y otros trenes de cercanías. París —con más de 20.000 habitantes por kilómetro cuadrado es una de las grandes urbes con una mayor densidad en el mundo— dispone de una red subterránea centenaria y algo vetusta. Pero solía destacar por su celeridad y la frecuencia de los vagones, algo que ha empeorado de manera significativa durante el último año.

“Problemas que no existían hace unos años”

Retrasos, mayores tiempos de espera, vagones rebosantes o suprimidos… “Hay cierta unanimidad. Por allí donde vamos, vemos problemas que no existían hace unos años”, explicó al digital 'Basta' Céline Malaisé, diputada regional del Partido Comunista e integrante del colectivo Stop Galère, compuesto por políticos, usuarios y trabajadores de los transportes metropolitanos de la Île-de-France (región capitalina). En noviembre del año pasado, por ejemplo, el ferrocarril RER D solo circuló con normalidad en uno de los 30 días del mes y en 13 hubo más de 50 vagones suprimidos.

¿Cómo se explica este servicio tan deteriorado? Uno de los principales motivos se debe a la disminución de la circulación durante la pandemia del covid-19 a causa del teletrabajo. Desde entonces, aún no se ha recuperado una frecuencia normal. Y con la llegada de la cita olímpica, muchos parisinos temen que este problema se convierta en una pesadilla, acentuada por el calor achicharrante que puede hacer a finales de julio en estos transportes subterráneos. Solo 5 de sus 16 líneas disponen de aire acondicionado

Cambio de estación en un tren de cercanías de París.

Cambio de estación en un tren de cercanías de París. / YOAN VALAT / EFE

“Cuando empiecen los Juegos, no me quiero ni imaginar cómo estará la cosa. Me gustaría no quedarme en la ciudad”, reconoce Valentina Álvarez, de 25 años, una estudiante venezolana que vive en la capital francesa desde hace casi una década. Tras haber recopilado unos 80 testimonios de parisinos que se irán o les gustaría hacerlo durante las semanas olímpicas, el diario 'Le Monde' observó que el abarrotamiento en los transportes representa “el primer motivo dado” para justificar esa decisión. Este miedo se ve alimentado por la llegada prevista de unos 800.000 espectadores en la ya de por sí densa región parisina.

El billete del metro subirá hasta 4 euros

El temor a una difícil movilidad durante ese periodo contrasta con la promesa hecha por la candidatura de París en 2017 de que serán “los Juegos más verdes de la historia”. Se prometió que todos los espectadores podrán llegar a los recintos deportivos en transporte público o bicicleta y la gratuidad en esos desplazamientos. Esta segunda promesa se desmoronó al saberse que no solo los espectadores deberán pagar por los billetes de metro, sino que su coste aumentará de 2,15 a 4 euros a finales de julio y principios de agosto. 

Los organizadores y autoridades locales trabajan al menos para garantizar una buena circulación de autobuses, metros y cercanías. Han dicho que la frecuencia aumentará un 15% respecto a un verano cualquiera. También han cambiado el protocolo en caso de desmayo de un pasajero en aras de agilizar el tráfico. Además, han pedido a los parisinos que prioricen el teletrabajo en esas fechas. Incluso el entonces ministro de Transportes, Clément Beaune, animó en diciembre a “todos aquellos que puedan” que “hagan vacaciones” durante los Juegos.

“No paran de dar mensajes alarmistas. Aunque quizás habrá algunos problemas, estoy convencido de que será un acontecimiento increíble. Solo lo viviremos una vez en la vida”, asegura Jean-Estauche, de 37 años, uno de los usuarios más optimistas en la línea 13. El mismo espíritu positivo intentó transmitir la alcaldesa de París, la socialista Anne Hidalgo: “No os vayáis, sería una estupidez”, declaró el 11 de febrero durante la inauguración del pabellón Adidas Arena, la única infraestructura construida desde cero en la capital para la ocasión. Aunque las obras avanzan con el viento en popa y estarán terminadas a tiempo, el principal dolor de cabeza de los organizadores y habitantes es otro: unos transportes públicos con un margen de mejora evidente.

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