La caja de resonancia

Leonard Cohen y ‘Hallelujah’, de la mística al orgasmo

Utilizada en bautizos y también en funerales, esta canción prodigiosa rechazada inicialmente por la discográfica se alza como un clásico muchas veces malinterpretado, como explica el periodista estadounidense Alan Light en un libro sustancioso, ‘Lo roto y lo sagrado’

Leonard Cohen, en una imagen promocional de 'You want it darker'

Leonard Cohen, en una imagen promocional de 'You want it darker'

Jordi Bianciotto

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Antes, la canción fetiche de Leonard Cohen por excelencia era ‘Suzanne’, pero eso fue cambiando, casi sin darnos cuenta, a medida que ‘Hallelujah’ se iba abriendo paso a través de distintas voces (John Cale, Jeff Buckley, Rufus Wainwright, k. d. lang, Enrique Morente y muchas más) y en escenarios muy distintos, antagónicos incluso. ‘Hallelujah’ ha acompañado bautizos y funerales, dio esperanza a los demócratas ante la victoria de Trump y sonó luego, con toda solemnidad, en una convención republicana.

Pero, ¿de qué va exactamente ‘Hallelujah’? Solemos quedarnos con la resonancia de esa palabra desnuda, del salmo, y pasar por alto unas estrofas más terrenales: hay una figura (Betsabé) a la que el rey David ve bañándose en una terraza y un verso que habla de moverse dentro de otro cuerpo, “y la sagrada paloma también se movía / y cada aliento que exhalábamos era un ¡aleluya!”. Jeff Buckley (cuya versión acumula en Spotify más escuchas que la de Cohen) afirmó que la canción representa en realidad “el aleluya del orgasmo” y “una oda a la vida y al amor”.

Ha hecho falta un libro entero, ‘Lo roto y lo sagrado. Leonard Cohen, Jeff Buckley y la improbable ascensión de Hallelujah’, del periodista Alan Light (ahora publicado en castellano por Liburuak, traducción de Aixa de la Cruz), para llegar hasta el fondo, o casi, de esta canción de sublime progresión de acordes. Que no procede de los 60, sino de un álbum de Cohen más tardío y poco citado (‘Various positions’, 1984), rechazado inicialmente por CBS. Una pieza cuya creación llevó años y en cuyo poder pocos repararon. Uno fue Bob Dylan, que llegó a versionarla ya en los 80.

Me gusta la manera en que el libro merodea en torno al misterio, el reconocimiento de ese ‘acorde secreto’ al que alude la canción, la tecla imprecisa que la hace tan magnética aun sin entender qué cuenta exactamente. Qué ajeno suena todo eso en este tiempo de algoritmos y de campos de composición, donde tropas de autores, arreglistas y productores manejan tonadas y ganchos buscando el ‘hit’ universal.

Esta lo ha acabado siendo, y por los carriles más lentos e imprevistos. Bien puede ser una de las grandes canciones malinterpretadas de la historia, pero no parece que a Cohen eso le pareciera mal: rehusó la invitación de Light de explicarse. Aunque una vez sí lo hizo, y sus palabras cierran el círculo. La pieza, dijo, refleja ese momento en el que “abres la boca y extiendes los brazos, y aceptas lo que hay y solo dices: ‘¡aleluya!, bendito sea el nombre’”. Así sea.

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