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Un vecino de Nanterre pasa frente a un grafiti que reza "Nahel es el hermano pequeño de todo Nanterre, sin justicia no hay paz", este sábado.

Un vecino de Nanterre pasa frente a un grafiti que reza "Nahel es el hermano pequeño de todo Nanterre, sin justicia no hay paz", este sábado. / CHARLY TRIBALLEAU / AFP

Enric Bonet

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“¿Quién había previsto lo que ha sucedido?". El presidente francés, Emmanuel Macron, expresó el jueves con estas palabras durante un encuentro con representantes locales en Pau (sur de Francia) su sorpresa ante la revuelta de los jóvenes de las “banlieues”. Una frase que no deja de ser sorprendente. Aunque la semana pasada impactó la intensidad de la violencia urbana, pocas crisis eran más previsibles que la ocurrida tras la muerte el 27 de junio en Nanterre (en la periferia noroeste de París) del adolescente Nahel M., de 17 años, quien perdió la vida debido a un disparo de la policía a quemarropa dentro de su vehículo durante un control de circulación.

“Tenemos la sensación de haber vivido un remake de 2005. Estaba claro que los barrios populares son un polvorín y que tarde o temprano terminarían estallando”, explica a EL PERIÓDICO Mehdi Bigaderne, concejal socialista en el Ayuntamiento de Clichy-sous-Bois y cofundador del colectivo ACLEFEU, creado para darle una respuesta no violenta a esa histórica revuelta que empezó en esa localidad periférica del noreste de la región parisina.

Un evidente sentimiento de déja vu impera con este nuevo estallido social contra los abusos policiales en las “banlieues”, localidades y barrios periféricos con un elevado porcentaje de población con raíces extranjeras. El término “banlieue” se utiliza como sinónimo de los 1.500 “barrios prioritarios”, presentes en todo el territorio francés y donde vive el 7,5% de la población. La mayoría de sus habitantes son pobres o precarios.

“La gota que ha colmado el vaso”

adolescentes Zyed y Bouna

Aunque con disturbios menores que hace 18 años o que los actuales, estos equivalentes franceses al caso estadounidense de George Floyd se repitieron en los últimos años. Por ejemplo, en 2016 con el deceso de Adama Traoré quien perdió la vida en una comisaría después de que le aplicaran un placaje en el vientre; el año siguiente con la penetración anal que sufrió el joven Théo; o en 2020, con los incidentes que hubo en Villeneuve-la-Garenne, después de que un joven perdiera una pierna cuando un agente abrió la puerta de su vehículo para que chocara con su motocicleta.

“Nunca me había manifestado, pero el caso de Nahel ha sido la gota que ha colmado el vaso”, aseguraba Louisa Hamzaoui, de 52 años, psicóloga y madre de familia, quien participó en la manifestación en Nanterre en homenaje al adolescente al que arrebató la vida la policía. Era el 29 de junio y las calles del bullicioso país vecino ya ardían desde hacía dos noches.

La violencia callejera fue in crescendo hasta el 1 de julio y luego decayó. Dejó un balance impactante: al menos dos muertos (uno de ellos a causa de las fuerzas de seguridad), más de 3.200 detenidos —el 60% de ellos sin antecedentes y con una media de edad de entre 17 y 18 años—, más de 5.000 coches quemados, 250 ataques contra comisarías y más de un millar de edificios incendiados.

Problema enquistado de abusos policiales

Una espiral justificada por una parte de los habitantes —sobre todo, los jóvenes— de estos distritos populares. “En una democracia normal, las cosas no deberían pasar así. Pero en una democracia macronista no nos queda otra”, defendía Sarah Ouisti, 24 años, también presente en la marcha en Nanterre. Esta militante del partido Génération, fundado por Benoît Hamon (el candidato socialista en las presidenciales de 2017), subrayaba el contraste entre las protestas de los “chalecos amarillos” en 2018 —poco multitudinarias, pero muy violentas y que lograron notables concesiones por parte de Macron— con las movilizaciones sindicales de este año contra la reforma de las pensiones —de carácter masivo y mayoritariamente pacíficas los primeros meses, pero que no lograron ninguna concesión—.

Según el sociólogo Éric Fassin, el canalizador de los malestares en estos territorios es la relación con las fuerzas de seguridad, marcada por la desconfianza. “El gran problema de las 'banlieues' no son las desigualdades económicas, sino las humillaciones diarias y las violencias verbales por parte de la policía que sufren sus habitantes”, destaca este profesor en la Universidad París 8 Vincennes-Saint-Denis y experto en temas de antirracismo. El 57% de los franceses considera que la policía trata de manera distinta a las personas racializadas respecto al resto de la población. Es el segundo porcentaje más elevado en Europa, solo por detrás de Grecia, según un estudio del European Social Survey.

“La novedad en los últimos años fue una reforma legal de 2017 que favoreció el recurso a las armas de fuego”, por ejemplo, cuando un ciudadano no acata a una orden policial, recuerda el sociólogo Julien Talpin, investigador en el Centro Nacional de Investigaciones Científicas (CNRS, por sus siglas en francés). El número de muertos por disparos de la policía aumentó de 8 en 2017 hasta 26 el año pasado, la mitad de ellos mientras intentaban escapar con su coche. “Hay una clara sobrerrepresentación de las minorías raciales”, sostiene este especialista sobre estos territorios.

Más pobres, con peores servicios y menos transferencias sociales

No obstante, esta relación conflictiva con la policía simboliza toda una serie de malestares acumulados. “Aunque hubo inversiones en planes de renovación urbana (de decenas de miles de millones de euros), a nivel humano, prácticamente, ningún problema se ha resuelto en estos lugares. Sus habitantes continúan siendo igual de pobres o incluso más que en 2005. Y también fueron las principales víctimas del covid-19”, recuerda Bigaderne. “La muerte de Nahel fue solo un detonante. En realidad, estos disturbios se deben al deterioro de los servicios públicos y el sentimiento de abandono”, sostiene Nawri Khamallah, un joven militante de la Francia Insumisa y habitante de Roubaix (periferia de Lille, norte), una de las localidades francesas más pobres.

Las “banlieues” “concentran todos los males del país”, lamenta Bigaderne, sobre unos territorios también marcados por problemas de delincuencia, sobre todo el tráfico de drogas y las tensiones que conlleva. Los niveles de desempleo y pobreza son prácticamente tres veces superiores a la media del país. Pese a la musiquilla que suele escucharse en Francia —especialmente, entre los votantes de la ultraderecha de Marine Le Pen, pero no solo— de que sus habitantes se aprovechan de las ayudas sociales, los datos muestran lo contrario: reciben de media 6.100 euros anuales por parte del Estado, mientras que la media nacional es de 6.800 euros.

Además, “la presidencia de Macron no ha dado una gran importancia a estos barrios, lo que provocó una fuerte decepción entre sus habitantes”, explica Talpin. Muchos de ellos veían con buenos ojos al dirigente centrista en sus inicios, cuando se presentaba como una especie de “Obama a la francesa” y mantenía un discurso de mayor tolerancia en temas identitarios que sus predecesores. Esas ilusiones, sin embargo, se desvanecieron rápidamente, pese aplicar algunas medidas interesantes, como reducir de manera considerable el número de alumnos en las aulas de las escuelas en estas zonas. Pero han sido en cuentagotas. Y en 2018, Macron abandonó un ambicioso plan para mejorar la situación en las “banlieues”.

Este abandono se vio acentuado con la revuelta de los “chalecos amarillos”. Las protestas de hace cuatro años favorecieron que se priorizara a las clases medias bajas de los territorios rurales. Aunque este nuevo estallido ha estado protagonizado por jóvenes de las “banlieues”, un aspecto significativo ha sido que también se ha diseminado por localidades tranquilas. “El mapa de los disturbios no se corresponde con el de 2005, cuando estos se produjeron en los barrios más pobres”, recuerda la historiadora Annie Fourcaut, especialista de las “banlieues”, en declaraciones a la cadena Public Senat

“He visto a muchos Kevin y Mathéo”, dijo el ministro del Interior, Gérald Darmanin, sobre la presencia considerable de jóvenes franceses sin raíces extranjeras entre los detenidos. Después de las multitudinarias protestas contra la reforma de las pensiones, que duraron de enero hasta principios de junio, este nuevo estallido social ha reflejado el polvorín que es en estos momentos Francia. Una nación al borde del ataque de nervios que Macron no logra calmar. Más bien lo contrario.