EL FUTURO DE LA UE

La socialdemocracia danesa también abraza la antiinmigración

La próxima primera ministra vira al partido hacia la islamofobia y pacta con la ultraderecha

La líder socialdemócrata danesa, Mette Frederiksen.

La líder socialdemócrata danesa, Mette Frederiksen. / periodico

Carles Planas Bou

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Los socialdemócratas volverán al gobierno pero Dinamarca seguirá siendo un país hostil con los inmigrantes. La victoria roja en las elecciones de este miércoles podría leerse como un inusual espaldarazo a una socialdemocracia europea que más allá de casos puntuales como España se encuentra agonizante. Sin embargo, el caso danés es diferente.

Mientras en gran parte de la Europa occidental los decadentes partidos socialdemócratas dan la espalda a la extrema derecha, en Dinamarca han optado por otra estrategia: abrazar sus postulados. Tras olfatear un cambio en la opinión pública acentuado tras la llegada de refugiados en el 2015, su líder, Mette Frederiksen, decidió girar al partido a la izquierda en lo económico y a la derecha en lo migratorio, exigiendo una mayor restricción.

La joven líder del partido ha exigido frenar la inmigración “no occidental”, obligar a los recién llegados a trabajar un mínimo de 37 horas para tener derecho a ayudas públicas y crear campos de recepción en el norte de África para evitar que soliciten asilo directamente en Dinamarca. Consciente de que la retórica incendiaria también se premia en las urnas, Frederiksen ha pedido cerrar todas las escuelas musulmanas del país y ve al Islam como una barrera a la integración.

Votar con la ultraderecha

Pero sus palabras también se han traducido a la acción. En los últimos cuatro años de supuesta oposición han tendido la mano a los xenófobos y han apoyado al gobierno conservador para impulsar la ley anti-inmigración más restrictiva de su historia. Gracias al voto socialdemócrata, Dinamarca ha aprobado la confiscación de bienes a los refugiados que llegaban al país y la prohibición del velo islámico. Su abstención también abrió las puertas a una ley que doblará las penas para ciertos delitos cuando sean cometidos en los suburbios periféricos, donde viven los inmigrantes más vulnerables.

Ese cambio de valores de la socialdemocracia danesa es difícil de aceptar para otros partidos de izquierda e incluso para gente de su propia formación. Ante las críticas, Frederiksen dejó clara su posición en su reciente biografía: “Normalmente, trataría de llegar a un acuerdo, pero no sobre política migratoria”.

Chovinismo del bienestar

En anteriores años los socialdemócratas perdieron importantes bolsas de votantes que prefirieron confiar en los nacionalistas xenófobos. Consciente de ello, Frederiksen ha tratado de recuperar ese voto adaptando su retórica y señalado a inmigrantes y al capitalismo globalizador desregulado como responsables de la erosión del Estado del bienestar. En un país donde ese es un pilar casi incuestionable, han convertido al otro en una amenaza para su sistema social. El mismo chovinismo del Bienestar que abraza la extrema derecha nórdica.

Así, piden aceptar únicamente a los refugiados que dictaminen las cuotas de la ONU y a los inmigrantes especializados que necesite el mercado laboral danés. Mientras por un lado han vendido acciones de compañías energéticas públicas al gigante bancario Goldman Sachs, por el otro han asegurado que el alto coste económico que la inmigración supone para las arcas públicas es inaceptable. Por pragmatismo o convicción, ese giro les permite mantenerse en las urnas.

Historias inventadas

El cambio de posición de los socialdemócratas escenifica la victoria discursiva del ultraderechista Partido Popular Danés, que condiciona la política nacional desde el 2001. En un país políticamente fragmentado su creciente fuerza les convirtió en una muleta clave para gobiernos conservadores que, a cambio, mimetizaron su discurso. Ahora el partido ha perdido la mitad de voto, pero sus propuestas, otrora consideradas inaceptables, ya han sido normalizadas por los partidos mayoritarios y digeridas por la opinión pública.

Así, no es de extrañar que ahora en Dinamarca se vean cosas como una ministra liberal celebrando el endurecimiento migratorio con un pastel, inventándose historias sobre una supuesta prohibición del cerdo en las escuelas o que un agitador que quema libros del Corán en barrios de inmigrantes no haya entrado al parlamento por los pelos. Todo eso ha llevado a que el año pasado los crímenes de odio racial o religioso se disparasen hasta los 365 casos, 137 más que en año anterior.