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El hambre estimula el pillaje y el caos social en las zonas devastadas por el tsunami

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Adrián Foncillas

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Cuatro días sin alimentos, agua ni la más elemental ayuda se antojan excesivos para una pacífica resignación. La desesperación ha mutado en desórdenes sociales en las zonas indonesias castigadas por el seísmo y tsunami el viernes pasado. Las víctimas exigen auxilio a un gobierno comprensiblemente superado por la magnitud de la tragedia, que aún no ha podido evacuar a los vecinos ni desenterrar a la mayor parte de los sepultados.

El recuento de fallecidos ha subido de los 840 de ayer a los 1.234 de hoy y se serán muchos más en cuanto se complete el acceso a las áreas más afectadas. Sutopo Purwo Nugroho, portavoz de la Agencia de Gestión de Desastres Naturales, aclaró esta tarde que aún no se han contabilizado las víctimas de los distritos de Sigi y Balaroa. En el área de Sulawesi viven casi 1,5 millones de habitantes. El grueso de los fallecidos corresponden hasta ahora a la ciudad de Palu.

Las crónicas sobre el terreno describen carteles desplegados en la carretera donde se lee “Necesitamos ayuda” y “Necesitamos comer”, niños pidiendo limosna y largas esperas en las gasolineras. El Gobierno ha ordenado el envío por aire de suministros pero el caos descrito sugiere que son insuficientes. El diario 'Jakarta Post' informa de que muchos supervivientes han detenido y vaciado los vehículos con víveres en Palu y Donggala, la ciudad más cercana al epicentro. Otros vecinos han atacado un camión con combustible y se han repartido el contenido. El pillaje de una población desesperada se ha extendido a los comercios y los barcos atracados en el puerto. El Gobierno ha prohibido intervenir a la policía y prometido que resarcirá a los empresarios.

Huir de la zona

Más de 65.000 viviendas han sido dañadas y 60.000 personas desplazadas necesitan ayuda, según cifras oficiales. La urgencia por huir de una zona sin víveres y castigada aún por incontables réplicas se resume en los 3.000 vecinos que esperan en las instalaciones semiderruidas del aeropuerto de Palu a que alguno de los aviones militares los saque de ahí. Un video mostraba la rabia de los congregados tras el despegue de un aparato. 

La Cruz Roja ha descrito la situación de “pesadilla” y las informaciones que llegan a cuentagotas de las zonas más alejadas aseguran que han sido “golpeadas con extrema fuerza”. En Donggala, una región con 300.000 habitantes al norte de Palu, un vecino mostrado por la televisión local gritaba “Preste atención a Donggala, señor Jokowi. Aquí sigue habiendo muchas aldeas desatendidas”. Se refería a Joko “Jokowi” Widodo, presidente indonesio, que vive sus horas más exigentes al frente del país.  “Tenemos varias prioridades y las más urgentes son las evacuaciones y encontrar y salvar a las víctimas”, ha señalado el presidente en una reunión gubernamental. Widodo ha ordenado aumentar el envío de policías y soldados a las regiones devastadas.

Zonas periféricas

Donggala y otras zonas periféricas siguen desatendidas por el mal estado de las carreteras. Kasman Lassa, jefe del Gobierno local, ha pedido a los vecinos que sólo se lleven de los comercios lo imprescindible para sobrevivir. “Todo el mundo tiene hambre y quiere comer después de varios días sin hacerlo. Hemos proporcionado arroz pero no fue suficiente, hay mucha gente aquí. No podemos presionarlos para que aguanten durante mucho más tiempo”.

Indonesia ya sufrió este verano una serie de terremotos en su isla turística de Lombok que dejaron unos 550 muertos. El país se asienta sobre el “anillo de fuego”, una zona donde la frición de placas tectónicas estimula los terremotos. Uno de 9,1 grados con epicentro frente a la costa de Sumatra generó un tsunami que dejó casi 230.000 muertos en 13 países del sudeste asiático en 2004. Más de la mitad se registraron en Indonesia.