Los servicios de seguridad de Bélgica, de nuevo en cuestión

Importantes lagunas han permitido al terrorismo yihadista hacerse fuerte en la capital belga

Un militar belga patrulla las inmediaciones de aeropuerto de Zaventem, en Bruselas.

Un militar belga patrulla las inmediaciones de aeropuerto de Zaventem, en Bruselas. / periodico

SILVIA MARTINEZ / BRUSELAS

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Los servicios de inteligencia de Bélgica vuelven a estar en el punto de mira. Si los supuestos terroristas del martes en Bruselas estaban fichados ¿cómo es posible que circularan con semejante libertad por el territorio? Si Turquía había expulsado a Holanda e informado de los vínculos yihadistas de Ibrahim El Bakraoui, uno de los kamikazes del aeropuerto de Zaventem, ¿por qué no estaba en el radar de las autoridades? ¿Cómo es posible que Salah Abdeslam fuera capaz de esconderse durante nada menos que cuatro meses en la capital de Europa y que la última semana lo hiciera ante las mismísimas narices de la policía de Molenbeek, a escasos metros de su comisaría y Ayuntamiento?

Son muchas las preguntas sin respuesta pero, sobre todo, muchas las lagunas y carencias que han permitido al terrorismo yihadista crecer y hacerse fuerte al amparo de una descoordinación policial y política que pese a los continuos avisos sigue resolverse. Las autoridades belgas llegaban a calificar de éxito hace menos de una semana la detención de Salah Abdeslam. Un éxito, sin duda alguna, pero que ejemplifica como nada los problemas a los que se enfrenta el país.

Tras los atentados de la capital gala, huyó de París a Bruselas donde los investigadores belgas le perdieron la pista. De hecho, lo encontraron por pura casualidad durante un registro en un apartamento del barrio de Forest que pensaban estaba vacío. Allí encontraron el rastro, una huella dactilar en un vaso, que necesitaban para confirmar que Salah seguía en la capital que le vio nacer pero necesitaron nada menos que una semana para dar con él.

UN PEDIDO DE PIZZA

Se cobijaba en la casa de la madre de un amigo de la infancia, a escasos metros de la vivienda de su familia que a su vez está situada en la misma plaza donde está el Ayuntamiento de Molenbeek. Y, lo que es peor, pese a los graves crímenes de los que se le acusa su rastro no llegó de un chivatazo de alguien del barrio sino de un detalle que sorpredió a los agentes y les llevó a actuar: un pedido grande de pizzas a una vivienda donde habitualmente solo vivía una mujer. Un dato que pone de manifiesto que la red de apoyo sigue siendo importante.

Además, el trabajo de los servicios de inteligencia tampoco es el que ha permitido empezar a desenredar la madeja entorno al atentado de Bruselas sino una denuncia de un taxista que es quien avisó a la policía de la dirección de la que habían salido los supuestos autores de la matanza, tras identificarlos por la fotografía difundida.

Son algunos de los ejemplos que revelan hasta qué punto llegan unas deficiencias policiales que no son nuevas ni desconocidas, ni dentro de Bélgica ni fuera. “Si Bélgica continúa comiendo chocolate, disfrutando de la vida y no se toma en serio que una parte de los musulmanes están organizando desde allí actos terroristas serán incapaces de luchar contra ellos”, decía ayer el ministro hebreo responsable de los servicios de inteligencia, Israel Katz. El presidente turco, Tayyip Erdogan, no desaprovechaba la ocasión de echar más leña al fuego asegurando que su país había deportado el año pasado a uno de los kamikazes e informado de sus vinculos yihadistas, algo que no impidió que fue liberado. Bélgica ya ha respondido que no lo deportaron a territorio belga sino a Holanda y que en ese momento los únicos antecedentes que tenía eran por delincuencia y no terrorismo. “No sabemos si realmente fue deportado de Turquía a Holanda”, se defendió ayer el ministro de justicia belga. Hasta un socio fiel como es Francia, con quien Bélgica puso tras los atentados de París equipos de investigación conjunta, lanza duros reproches a sus vecinos.

Según el ministro de finanzas, Michel Sapin, los belgas siguen respondiendo con una “cierta ingenuidad” a la radicación islamista que existe en algunos barrios de Bruselas como Molenbeek donde hay más de una treintena de mezquitas sin contar los centros de culto no registrados que pupulan sin control en garajes y bajos de edificios. “No se si es la culpa es de Bélgica como tal pero pienso que no ha habido voluntad por parte de determinados responsables políticos, puede que de buena fe, puede que para permitir una buena integración”, decía esta semana. “Francia sabe y otros también que no es la buena solución”, añadía.

Su primer ministro, Manuel Valls, evitaba este miércoles poner el dedo en la llaga y se negaba a dar lecciones a los belgas. Lo mismo hacía el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, que apunta a todos los gobiernos europeos como culpables de la falta de capacidad europea frente al terrorismo yihadista.