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"Yo y mi tetraplejia: nunca subiré al Everest, pero hollaré la cima de una lucha constante"

El Everest, visto desde el aire, sobre Nepal.

El Everest, visto desde el aire, sobre Nepal. / Efe

Nunca subiré al Everest, ni bajaré por un río de aguas bravas... es más, nunca caminaré al lado del mar aunque podré acariciar su brisa paseando, pero podré hacer cima en la cúspide de la rectitud, la honradez, la ecuanimidad... Disfrutaré utilizando el 'campo' de la felicidad, usaré a poquitos su utilidad beneficiosa, la combinaré con el desconsuelo que la vida, solo por utilizarla, me cobra. No correré un maratón, ni los cien metros lisos... Ni tan siquiera estrecharé la mano de un amigo, pero la cima de una 'lucha' constante la volveré a hollar.

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Apretaré con fuerza la amistad, en silencio intentaré 'profanarla' para que se sienta más amiga. Dormiré mientras sea necesario en el 'campo' y mimaré lo que pueda: la ilusión, los sueños... La fascinación por vivir intentaré que siga fluyendo en mis ideas. La cima de un despertar casual será suficiente para escalar con naturalidad las paredes heladas de la discordia. Intentaré afrontar la peligrosa ascensión con las herramientas de la experiencia...

Nunca subiré al Everest, tampoco atenazaré con mis manos el volante de cuero de un automóvil... Intento 'libar' del néctar de la vida aquello que me hace vibrar cuando pienso. No bajaré al fondo del mar, ni siquiera me revolcaré en las aguas mansas de una playa desierta... Sin embargo, acariciaré con la mirada los matices espontáneos que me ofrece mi curiosidad innata.

Nunca subiré al Everest, no me aflijo por ello, no lloriqueo por no correr los cien metros lisos... Me río, y a carcajadas, al hacer cima en la cúspide de mi montaña, la más alta, lo que tan solo me sirve para pasear con entusiasmo por sus laderas, sus paredes empinadas... Revolcarme en las aguas mansas de una playa, atenazar con fuerzas un volante... el de cada día.

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