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«Se lo dejo en el ascensor, oiga»

Imagen de archivo de un repartidor  con mascarilla

Imagen de archivo de un repartidor  con mascarilla / RICARD CUGAT

Jon García Rodríguez

En la mayoría de las autonomías nos encontramos en la Fase 2 y a un paso de entrar en la Fase 3 de la desescalada. Esto significa que prácticamente todos los comercios están abiertos y trabajando, al menos de momento, a medio gas. Los empleados de las librerías, ferreterías y joyerías, por poner unos ejemplos, se la juegan a diario atendiendo a los clientes en 'petit comité' a un metro de distancia. Con mucho miedo: del que tose, estornuda o se le acerca como si le quisiera abrazar. O le consigue abrazar.

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Todos tenemos miedo de caer contagiados de coronavirus. Pero hacemos un esfuerzo por sobrellevarlo y cumplir con nuestras obligaciones laborales. Sin embargo, observo que hay un gremio que se está aprovechando en exceso de este miedo para beneficio propio: el de los repartidores a domicilio. Se han tomado como norma la excepcionalidad que se les permitió durante la fase 0, que fue consentirles que dejasen los pedidos en el ascensor en vez entregarlos en la puerta de los domicilios. Ayer mismo discutí por el telefonillo del portal con uno que traía un pedido. «Se lo dejo en el ascensor, oiga», me dice. «No, mire, he pagado nueve euros por entrega a domicilio y usted me lo deja en mi puerta. Y si le da miedo, se aparta un metro de mí, que es lo que hacemos todos con nuestros clientes». El día anterior tuve otra bronca con otro repartidor: «¡Es que no es mi obligación subírselo!», gritó. «Pues, mire, usted, sí lo es, dije: el artículo 33 del Real Decreto 1829/1999, así lo indica. ¡Cúmplalo!»

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