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"Me despedí de mi abuelo a través del Ipad"

Un abuelo en una imagen de archivo.

Un abuelo en una imagen de archivo.

Todo empezó hace unas semanas, cuando mi abuelo, de 89 años, se puso enfermo. Él vivía con su mujer y pasaban el confinamiento juntos. Una noche, la ambulancia se lo llevó: los separaron y no se han podido volver a ver.

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Mi abuelo contrajo el coronavirus y lo tenían aislado, o mejor dicho, secuestrado. No lo podíamos ver y apenas nos podíamos comunicar con él. ¿Qué es este sistema sanitario que nos convierte en números y estadísticas en vez de en personas con sentimientos? Si no hay tratamiento ni respiradores para todos los pacientes, ¿qué demonios hacía mi abuelo allí, lejos de los suyos? El protocolo aísla a los infectados, los secuestra para dejarlos morir solos.

Frente esta situación de impotencia, de duelo y desesperación, propusimos hacer una vídeollamada con el fin de comunicarnos con él y sacarnos una sonrisa. En un primer momento nos indicaron que el protocolo no lo permitía, pero el penúltimo día, gracias a la Unidad de Atención al Usuario, nos lo permitieron. Vivimos de las ilusiones y habíamos conseguido lo que más queríamos: ¡verlo!

Estábamos toda la familia, todos detrás de una pantalla pendientes del abuelo. Parecía que volvíamos a estar juntos. Le pudimos enviar ánimos y mucho amor. Ahora me pregunto si esa llamada la hacíamos por él o por nosotros. Dos días después, una llamada del médico rompe las paredes de la casa y el silencio retumba en mi cabeza. El abuelo nos ha dejado. ¿Cómo le podíamos decir a su mujer, de 80 años, que el abuelo ya no volvería a casa? ¿Que el día que se subió a la ambulancia fue el último en que se vieron? 

La pesadilla no ha terminado: no nos dejan hacer ningún acto funerario. Dicen que nos enviarán un certificado conforme le han enterrado. Ni velatorio ni acompañarlo al entierro: otra vez solo. Lucharemos para que, como mínimo, uno de sus cinco hijos le pueda acompañar. Y viviremos de esta ilusión hasta que lo consigamos.

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