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Fukushima, todavía: "Debemos obligarnos a replantearnos nuestra visión hegemónica y mercantil del mundo"

Tanques de almacenamiento de agua radiactiva en la central nuclear Fukushima I paralizada por el tsunami en la ciudad de Okuma, Japón 

Tanques de almacenamiento de agua radiactiva en la central nuclear Fukushima I paralizada por el tsunami en la ciudad de Okuma, Japón  / ISSEI KATO (REUTERS)

Después del desastre nuclear del pasado 11 de marzo de 2011, pervive la crisis ecológica en Fukushima. Todavía no se han desmontado los reactores, y ahora amenazan con verter agua radiactiva al Océano Pacífico. Esta y otras pifias industriales previas (Kolontár, Golfo de México, Chernóbil, Bhopal, Seveso) han de obligarnos a replantearnos nuestra visión hegemónica y mercantil del mundo: los bienes que nos ofrece la naturaleza deberán ser valorados no solo por su coste de extracción y manipulación, sino también por el coste de reposición. Esa parte del egoísmo humano que es necesaria para la supervivencia nos obligará a transformar las relaciones de simple explotación y dominio unidireccional de la naturaleza por el hombre, en otras de mutua colaboración y respeto.

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El crecimiento constante de la producción y del consumo de mercancías, para propiciar la acumulación de riqueza, evoluciona de forma tan errática que apabulla a propios y extraños, ofreciendo un panorama de gigantismo sin formas ni controles aparentes. La economía mercantilizada ha incentivado una forma de vida muy exigente en recursos y pródiga en generación de residuos; hasta ahora, hemos sido consumidores insaciables, pero en el futuro estaremos muy limitados.

La escasez del capital natural se erigirá en la norma fundamental de la actividad productiva, y nos obligará a replantearnos una nueva escala de valores éticos, culturales y, sobre todo, económicos. Me refiero no solo a nuevas formas de usar el dinero, sino a un cambio más profundo en los hábitos de consumo.

En definitiva, se trata de volver a considerar la continuidad de lo humano con su entorno natural, como un proyecto sobre el que podamos incidir los ciudadanos y no como algo ajeno a nosotros, que escapa a cualquier control colectivo o político, porque sigue ciegamente las evoluciones del sacrosanto mercado.

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