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El dolor del amor

Una ’boina’ de contaminación cubre la ciudad de Barcelona.

Una ’boina’ de contaminación cubre la ciudad de Barcelona. / ALEJANDRO GARCÍA (EFE)

Fue como un destello interior que iluminó mi alma. Sería su luz tibia en pleno invierno vertida entre plazas y rincones. Tal vez esa risa sublime imperceptible que lo impregna todo y nos contagia. Respiré profundo el efluvio de su aroma marinero y me prendó. Me enamoró Barcelona.

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Nacía febrero del 2001 y, quién sabe si por el magnetismo del ánimo, le ley de la atracción gestó mi fortuna para zurcir de súbito con un golpe de suerte mis rasgados bolsillos de peregrino. Y me quedé aquí.

Atrás quedaron con el tiempo mis días de caribeño trotamundos. Me entregué a convivir con el amor sincero de la gratitud entre gente distinta que me acogió como igual. Se abrieron puertas, miradas, corazones y palabras; personas lindas que se amaban y compartían la vida a poco que se trataran. Era feliz.

Habitaba una urbe abierta a todo y a todos que irradiaba una energía contagiosa. Un sitio de tolerancia y comprensión, de luz, de paz, de amor y saber donde el ingenio o la simple bondad hallaban el espacio y el impulso necesarios para prosperar.

Alguna mañana aciaga que ni recuerdo ni quiero recordar, todo comenzó a cambiar. Poco a poco, con sombrío sigilo, la gente linda empezó a afear el sentimiento; quién sabe si la lucidez de saber convivir en el amor. Y surgió odio, intolerancia, enfrentamiento, fuego y sangre.

Mi amor se arrugó como uva seca, muerto en vida. Sigo aquí y te amo, Barcelona; te amo como amante fiel que cobija su sentir en la esperanza de tu resurgir del mal a partir de una bella mañana en que retomes la cordura. Te esperaré, con el dolor del amor.

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