Mi abuelo de 91 años tenía un amigo desde la adolescencia y ahora, en su etapa final de la vida, se encontraban un día a la semana para hablar un rato. Ese hombre era uno de los pocos amigos con los que mi abuelo podía mantener un contacto frecuente, al haberse mudado los dos del pueblo a la ciudad.
Lamentablemente, su amigo murió el pasado marzo, víctima del covid-19. Gran parte de sus allegados no pudieron despedirlo, pues solo dos de sus familiares pudieron asistir al entierro. Qué amargo final para una vida, y también para una amistad de más de 70 años.
Se dice que hacerse mayor es aprender a despedirse, pero esta pandemia ha obligado a muchos a aprender a no poder hacerlo.