Finca enquistada

El icónico cine Rex de Barcelona cumple 13 años abandonado en un callejón urbanístico sin salida

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La fachada del antiguo cine Rex, paraíso grafitero desde su clausura.

La fachada del antiguo cine Rex, paraíso grafitero desde su clausura. / Jordi Cotrina

Carles Cols

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Es desde hace 13 años, la del número 463, una muy cinematográfica fachada de la Gran Via. Aquello fue el cine Rex, donde el proyector iluminó la pantalla por última vez el 29 de julio de 2010. Desde entonces, aquel singular edificio, que fue una de las joyas del Grupo Balañá, es un lienzo por el que han pasado decenas de artistas del aerosol, de modo que, aunque la finca es un cadáver, su piel cambia de tatuajes cuando uno menos se lo espera. De cine, ¿no? ¿Hasta cuándo? He aquí la cuestión. Del cine Rex se rememora a veces su pasado, su nacimiento la Nochebuena de 1940, sus grandes estrenos, su remozado a manos de Antoni Bonamusa, su último aliento con una muy metafórica película de Radu Mihaileanu, pero poco se indaga sobre su futuro. Una singularidad de las normas urbanísticas de Barcelona invita a temer que seguirá así 13 años más. O 26. O…

Titulada en España como ‘El tiempo en sus manos’, esta película de George Pal incluye unos minutos memorables. Rod Taylor, inventor de una máquina que permite viajar a otras épocas (tan icónico es su diseño, que es un premio honorífico que cada año entrega el Festival de Sitges), ve pasar los meses y los años a velocidad de vértigo sentado en la butaca de piloto de su ingenio. Frente a la ventana de su laboratorio está el escaparate de una tienda de moda de mujer, y asiste allí sorprendido a cómo en el futuro las faldas se acortarán hasta dejar al descubierto las pantorrillas y, también, cómo las guerras cambiarán el paisaje y, después, cómo una era glacial convierte a la mitad de la Humanidad en auténticos idiotas y a la otra mitad en caníbales. Sin tanto apocalipsis, la fachada del Rex tiene esa gracia, que también cambia.

Durante meses, hace unos años, era inevitable detener la mirada en uno de esos pulpos gigantes que sobre la marquesina dibujó Kraken, todo un referente en el universo del grafiti. Desde 2021, lo que llama la atención en ese mismo lugar son cinco letras de gran tamaño, sin ninguna tipografía que sea nada del otro mundo, simplemente una palabra: burro. Quién sabe, a lo mejor es un mensaje oculto que recuerda que aquel cine, que nació como sala de películas menores, dio un salto en 1953 cuando fue la única platea de Barcelona donde pudo verse lo que entonces se consideró un clásico, ‘Mi mula Francis’.

Época dorada

La edad de oro del Rex, no obstante, fue más tarde, a partir de 1969, cuando los herederos de Pedro Balañá sumaron ese cine a su colección de salas y, como era norma de la casa, le encargaron a Antoni Bonamusa que le diera ese toque de distinción que antes había dado a otros establecimientos del grupo. Fue desde entonces un cine tan querido como el Urgell, el Alcázar y el Aribau. Por eso su última sesión fue llorada. Se proyectó ‘El concierto’, de Mihaileanu. Tiene la gracia de que es un film que sigue las peripecias de una orquesta que huye de la URSS de Breznev y que, llegada a París, todos sus miembros desertan. Terminan trabajando de taxistas o de mozos de mudanzas. Algo parecido le sucede a los cines de Barcelona cuando dejan de ser eso, cines, que renacen como supermercados o tiendas de moda. Pero una singularidad impide al Rex seguir ese curso de la historia.

El cine Rex, que jamás tuvo pisos residenciales en las plantas superiores.

El cine Rex, que jamás tuvo pisos residenciales en las plantas superiores. / Jordi Cotrina

Por qué está encallado

Más de la mitad de la manzana que delimitan la Gran Via y las calles de Calàbria, Diputació y Rocafort, o sea, la del cine, está calificada urbanísticamente para que pueda dar pie algún día a un interior de manzana que descongestione la altísima densidad de población de aquella parte de la ciudad. Parece fácil. No lo es. La finca del Rex, una rareza como cine, porque encima nunca hubo pisos, podría reabrir como sala de proyecciones siempre y cuando no se modificara arquitectónicamente nada significativo. El dueño, el Grupo Balañá, puede realizar trabajos de mantenimiento. Pero lo más interesante de la ficha urbanística de Gran Via 463 son las condiciones que determinan el modo en que el Ayuntamiento de Barcelona podría expropiar el solar y el inmueble para llevar a buen puerto, por ejemplo, uno de esos 30 interiores de manzana prometidos en campaña por el hoy alcalde Jaume Collboni.

El problema siempre será el precio. “Los terrenos se evaluarán, a efectos expropiatorios, teniendo en cuenta la edificabilidad que correspondería es estos terrenos si hubieran sido calificados como edificables, según las condiciones de volumen y de uso aplicables a la zona de su ubicación”. Traducido, al consistorio le costaría una fortuna. Las normas urbanísticas que regulan la ciudad tienen a veces estos callejones sin aparente salida. El ejército del espray, mientras, lo agradece.

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