Memoria

Los cines de la vida de Carlos Mir: cuando en Barcelona había más de 100 salas

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Concurso en busca de la Shirley Temple española, inspirado en la estrella infantil estadounidense, el 19 d'abril de 1936 en el cine Capitol.

Concurso en busca de la Shirley Temple española, inspirado en la estrella infantil estadounidense, el 19 d'abril de 1936 en el cine Capitol. / Carlos Pérez de Rozas. Arxiu Fotogràfic de Barcelona

Toni Sust

Toni Sust

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Por poco, Carlos Mir Andreu no nació en un cine. A cambio, se ha pasado media vida dentro. Y como un homenaje a las salas que ha frecuentado, ha publicado Los cines de mi vida (Comanegra). El antetítulo precisa el dónde y el cuándo: Barcelona 1950-1970.

Crítico de cine en betevé durante las últimas décadas y antes en otros medios, hoy ya retirado, Mir (Barcelona, 1948) recrea en su obra un tiempo pasado en el que no era fácil que algún ocio alternativo pudiera competir con el atractivo de acceder a un mundo exótico y remoto o una historia apasionada en una sala de proyección: “Las calles de Barcelona estaban llenas de sacerdotes, monjas y militares. Todo era gris, triste y aburrido”. En este sentido, recuerda que en 1960 en Barcelona había más de 100 cines (de los que 36 eran de estreno). En la actualidad hay una veintena.

Romper aguas

En cumplimiento de lo que era un rito, acudió la madre del autor al cine Astoria el sábado 28 de marzo de 1948 a ver El solterón y la menor, una comedia con Gary Grant como estrella que probablemente hoy llevaría un título distinto. Al acabar la proyección, la señora rompió aguas allí mismo. Y Carlos Mir nació poco después en el hogar de la familia, cerca del cine, en el número 411 de la calle de Muntaner.

Mir fija su memoria en decenas de cines que agrupa por apartados: cines de barrio, de estreno, “otros cines amigos”, salas de arte y ensayo, cines de sus pueblos de veraneo y otros cines de Barcelona. Explica el autor cuáles eran los hábitos de su familia –padre, madre, dos hermanos mayores y él– para submergirse en el séptimo arte: “Cada sábado, mis padres iban a un cine de estreno acompañados de un matrimonio amigo, los Sampons”.

Fachada del cine Comedia, uno de los tres del libro de Carlos Mir que siguen abiertos, en 1952..

Fachada del cine Comedia, uno de los tres del libro de Carlos Mir que siguen abiertos, en 1952.. / Carlos Pérez de Rozas. Arxiu Fotogràfic de Barcelona

Calcula que con cinco años ya le llevaban al cine, y recuerda que con siete iba habitualmente tres veces por semana: el programa doble de los jueves en los cines de barrio y la película de estreno de los domingos.

Elegir la película

Para poder ir con los tres hijos, los padres cambiaron la rutina: del sábado noche pasaron al domingo por la tarde. Rápidamente, cuenta, se convirtió en una especie de hijo único, porque sus hermanos eran 16 y 10 años mayores que él: “A partir de los ocho o nueve años era yo quién elegía entre todas las salas de estreno”. El lunes, en el patio del “odiado” colegio de La Salle Bonanova, Mir explicaba las películas a los amigos a los que, como a él, no les gustaba el fútbol.

Cartel de 'Cantando bajo la lluvia', una de las películas del cine que llenaba las salas de la ciudad.

Cartel de 'Cantando bajo la lluvia', una de las películas del cine que llenaba las salas de la ciudad. / .

El autor presentó su libro en la Casa del Llibre el pasado 18 de octubre, ante un auditorio lleno y entusiasta: gente de la misma generación que el autor que, por lo tanto, se había sentado en los mismos cines. Embobados, escucharon al autor como si su relato los devolviera a aquellos asientos.

‘Siete novias para siete hermanos’

Mir explica que a estas alturas ya solo va a la Filmoteca. Que no hay directores que le atraigan lo bastante para ir a otras salas. Que películas como Siete novias para siete hermanos, una de sus preferidas, son las de su vida. En el libro acota el censo de su interés: “Este libro quiere ser un homenaje y un recuerdo de los cines de Barcelona en los que crecí, de los que solo quedan el Aribau, el Comedia y el Maldà”.

También subraya que tuvo “la fortuna” de ser amigo de Romà Gubern, que escribió el prologó de Los cines de mi vida, y de Terenci Moix, dos expertos en cine: “En el europeo el primero, y en el de Hollywood el segundo”.

Sorprende un tanto que Mir explique que a partir de los 30 años el cine empezó a dejar de interesarle: “Pero no lo pude abandonar porque ya se había convertido en mi profesión y mi subsistencia”. Había estudiado Derecho pero siempre ejerció como periodista.

BARCELONA 22/12/2014 cine malda en la imagen espectadores entrando a la sesion de las 16,15 a ver la pelicula " paris-manhatan" FOTO DE JULIO CARBO

BARCELONA 22/12/2014 cine malda en la imagen espectadores entrando a la sesion de las 16,15 a ver la pelicula " paris-manhatan" FOTO DE JULIO CARBO / JULIO CARBÓ

Familias y pajilleras

De los cines de barrio destaca sus matices: en los del Raval, recuerda, “convivían sin problemas un público familiar y las famosas pajilleras, mujeres mayores que se situaban en las últimas filas”. Y allí, “con el beneplácito del acomodador”, procedían a masturbar a sus clientes. En Sant Gervasi, a diferencia de otros barrios, era frecuente que los niños fueran a ver una película con personal del servicio doméstico.

La lista de cines cerrados empieza con el ABC, en Balmes, 306, por encima de la plaza de Molina: inaugurado en 1961, con más de 900 sillas: “Cerró sus puertas en el 2000. El supermercado que está instalado en la antigua sala mantiene las columnas doradas que estaban ubicados en el vestíbulo. Es mejor eso que nada”.

A 100 números de distancia, en Balmes, 215, estaba el cine que llevaba el nombre de la calle y  que se estrenó con un reestreno: Las nieves del Kilimanjaro. Cerró en 2001, con la emisión de la misma película. En el Adriano, en Hercegovina, 2, donde había una sala con 500 plazas y hoy un párquing, Mir vio La ventana indiscreta y Atrapa a un ladrón.

Dalí y Amanda Lear

Del Rialto, en Francesc Macià –entonces Calvo Sotelo–, recuerda Mir que los menores de edad solo eran aceptados en el anfiteatro, y que un día a la salida vio a Salvador Dalí con Amanda Lear tomando algo en la terraza del Sandor. El Rialto cerró en 1977 y dio paso al Pokin’s, hamburguesería que también suscita nostalgia pero a otra generación.

Un aspecto del cine Urgell en 1992.

Un aspecto del cine Urgell en 1992. / Archivo

En el Astoria, en Aribau, 193, donde casi nació, el autor vio su primera película no apta, Un gángster para un milagro. Las noches de fin de año la familia iba al Coliseum: allí vio Los diez mandamientos. El cine más grande, el Urgell, del que recuerda que tenía 1.800 plazas, si bien al abrir superaba las 2.300.

Cines de veraneo

Mir habla también de los cines de sus sucesivos pueblos de veraneo, Argentona y Sitges. Y recuerda la lista colocada en una pared de la entrada del templo de la Punta, en Sitges, con la clasificación moral que la Iglesia hacía de las películas en proyección esa semana, válida para toda España y con cuatro grados posibles sobre quién podía verlas: “1. Todos, incluso niños. 2. Jóvenes (mayores de 14 años). 3R: Mayores con reparos. 4. Gravemente peligrosa”.

Convencido de que el cine de ahora ya no es su mundo, afirma que los pases domésticos no le convencen: “Tengo claro que el cine tiene que verse en una sala que reúna tres condiciones indispensables: oscuridad total, silencio absoluto y pantalla grande”. 

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