Una lenta por imparable extinción

Eixample, más de 16.000 tiendas y ya solo quedan 71 emblemáticas

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Anna Masides y Clara Mas, guías especializadas en tiendas emblemáticas de la ciudad.

Anna Masides y Clara Mas, guías especializadas en tiendas emblemáticas de la ciudad. / ELISENDA PONS

Carles Cols

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Más de 16.000 tiendas hay en el Eixample. Solo 71 portan el marchamo de aquello que en Barcelona se ha dado en llamar establecimientos emblemáticos, o sea, de aquellos de los que gusta presumir como seña de identidad y, sobre todo, que directamente son historia viva de la ciudad. En todo el término municipal son solo 208 las tiendas que llevan ese sello, con una especial aportación, claro, de Ciutat Vella. Una más de 70 es realmente una cifra minúscula para una ciudad con tanto músculo comercial. Quedan en el Eixample tantas tiendas emblemáticas como rinocerontes de Java en el mundo, especie en peligro de desaparición incluso a pesar de que su único depredador salvaje, el tigre de Java, se extinguió en la década de los 50. Ya quisieran eso las tiendas de Barcelona, menos depredadores acechando. Desde este fin de semana y hasta mediados de diciembre promueve el Ayuntamiento de Barcelona unas rutas guiadas por las tiendas emblemáticas del Eixample. No quedan plazas. Esa es la media sorpresa o, si así se prefiere, la gran paradoja, que se las quiere, sí, porque estas rutas son siempre un éxito de público, pero que nadie sabe aún cómo evitar su extinción.

Las rutas por la Dreta y la Esquerra del Eixample (que, como se verá, son mundos muy distintos) las capitanean Anna Masides y Clara Mas, que allá por 2011 exploraron primero otro tipo de ‘tours’, expediciones para que los barceloneses conocieran los distintos barrios de la ciudad y que poco a poco fueron descubriendo que para verdadero magnético atractivo, el de las tiendas con pedigrí. La pandemia, como para tantas otras cosas, fue un punto de inflexión para ambas. Tal vez no se ha contado así antes, pero el caso es que en 2020 bajó la marea de turistas en Ciutat Vella como en las playas de Galicia lo hace la mar y pudieron ambas ir allí a marisquear anécdotas. Iban con grupos de barceloneses a conocer tal o cual establecimiento y, como si fueran almejas o zamburiñas, tras la ruta regresaban a casa con anécdotas de gran valor para la próxima ocasión.

¿Querrán un ejemplo? Ahí va uno. Es estupendo lo que Masides y Mas descubrieron de La Portorriqueña, un conocido establecimiento de torrefacción de cafés que abrió al público en 1902 en el número 3 de Bonsuccés, pero que renació en 1921, justo al lado, en Xuclà, 25, donde aún continúa. La fundó un indiano, Miquel Ferrer, que, según decía en los anuncios que publicaba en la prensa, el café que vendía era de una hacienda de su propiedad que tenía en Ciales, Puerto Rico. También tenía una interesante bodega de puros, pero parece que el mejor reclamo de su escaparate era la hermosísima portorriqueña con la que regresó a Barcelona, una mujer de aquellas que quitan el hipo. Las grandes cristaleras del negocio y la disposición lateral del mostrador era un motivo de peso para desviarse de la ruta a casa o al trabajo, ya fuera para comprar o no café.

Esa es la cuestión. En cada tienda emblemática se puede cruzar el umbral y viajar en el tiempo a distintos episodios de la historia de Barcelona. El caso de La Portorriqueña es perfecto, además, para aclarar qué tres condiciones se supone que debe cumplir una tienda de la ciudad para que Esteve Vilarrúbies, por ejemplo, la incluya en sus anuales actualizaciones editoriales dedicadas a esta cuestión. Deben, en primer lugar, mantener la actividad original. La llorada Musical Emporium de la Rambla es hoy una oficina de cambio de divisas, y por mucho que haya conservado la carpintería exterior, es solo una cadáver si de emblemáticos se trata. Ya no está en la lista. El Forn de la Concepción, del 74 de Girona, conserva su magnífico exterior modernista. “Pan de lujo”, anuncia todavía, pero hoy es un despacho especializado en riesgos laborales. Tampoco forma parte, pues, de los 71 de la lista.

La segunda condición es que conserve su arquitectura original, o al menos gran parte de ella y de un modo más que evidente. La tercera condición no es muy estricta. Se les reclama a los establecimientos que sean al menos centenarios. Se hacen excepciones. Este mismo mes ha trascendido que Tapicerías Gancedo se traslada y pone fin a 78 años de vida en la Rambla de Catalunya. Si no fallan las cuentas, su adiós significa que en breve los emblemáticos censado serán ya solo 70. Los contrastes no cesan. Cada año que pasa hay más barceloneses centenarios, sobre todo, mujeres, y menos tiendas que puedan presumir de haber superado esa barrera cronológica. Algo querrá decir.

Tapicerías Gancedo, retratada por Esteve Vilarrúbies para su encomiable viaje editorial por las tiendas emblemáticas de Barcelona.

Tapicerías Gancedo, retratada por Esteve Vilarrúbies para su encomiable viaje editorial por las tiendas emblemáticas de Barcelona. / ESTEVE VILARRÚBIES

A su manera y aunque esté mal decirlo, Masides y Mas son beneficiarias de la reforma de la ley de arrendamientos urbanos que en 2012 impulsó el PP con Ana Pastor como ministra de Fomento. Fue aquella ley que redujo los contratos de los inquilinos de pisos a tres años, con la falsa promesa de que eso reduciría el precio de los alquileres, y que puso fin a la prórroga que permitía sobrevivir a decenas de comercios con rentas antiguas. La extinción de establecimiento icónicos en los dos años siguientes a la entrada en vigor de la norma fue una sangría insuturable. Cerraron o tuvieron que mudarse Deulofeu, El Indio, Galería Joan Prats, Documenta, Filatelia Monge, La Formiga d’Or, Calico… La sección de obituarios comerciales de la prensa no daba abasto. Lo que ahora llena las rutas de Masides y Mas es la pasión de los barceloneses por lo poco que aún se conserva.

A Masides le ha tocado en suerte la Dreta de l’Eixample, que pasó a ser la más señorial Barcelona cuando cayeron las murallas y, por ello, concentra la mayor parte de emblemáticos. Sin salir de la plaza nacida en el cruce de Consell de Cent con Girona, lugar de la cita para la entrevista, es posible ver, sin dar apenas un paso, ya tres de esas tiendas, el Forn Sarret, el bar Betlem y el Café del Centre. E incluso sorprender con alguna de esas anécdotas que atesoran: “El Café del Centre era también un casino de apuestas hasta que Primo de Rivera prohibió el juego”.

El histórico colmado Múrria se ha convertido en un atractivo turístico más de Barcelona

El histórico colmado Múrria se ha convertido en un atractivo turístico más de Barcelona / Jordi Cotrina

A menos de tres calles, esa ruta incluye, cómo no, una parada ante la que tal vez sea la esquina más emblemática de la ciudad, el Colmado Múrria. No todos los tenderos pueden presumir de que Ramon Casas les diseñó el escaparate, algo que, he aquí la diferencia, no hay en la Esquerra de l’Eixample. Por eso Mas, su compañera de viaje en Insolit Barcelona (la empresa que contrata el ayuntamiento para celebrar estas rutas) tiene que ponerle un plus a sus excursiones guiadas. Pintures Jordi, Mantequería la Sierra, Fleca Balmes y Farmàcia Sanchis son algunas de las tiendas emblema de su zona, pocas, así que ella aprovecha para sumergirse con sus acompañantes en otro territorio de grandes sorpresas y anécdotas, el nomenclátor de las calles de la ciudad.

Todas las salidas programadas este noviembre y diciembre, lo dicho, están ya llenas, pero raro será que, visto el éxito, no regresen en 2024.